Escribo desde una Milán espectral. Desde la Milán del Eternauta. Desde el día de ayer, para salir de casa se necesita una declaración jurada (autocertificazione) donde se declare que salís de casa solamente para: hacer las compras en el supermercado o para ir a la farmacia, para ir a trabajar (y te la tiene que dar tu jefe) o por motivos de salud. Hay retenes policiales en las ciudades de toda Italia. Puede suceder que la policía te pida la declaración. Multas y arrestos para quien infrinja estas restricciones. Como hija de la primavera de la democracia del 85 ésta es para mi la pesadilla cívica más grande que hay. La gente está asustada, enojada con sus conciudadanos. En el sur de Italia la gente denunció a quienes escaparon del norte tras el decreto que dictaminó que once provincias serían declaradas zonas rojas (máximos centros de contagio) diciendo que ponían en riesgo a la población del sur, hasta ese entonces con menos casos que en el norte. Y con menos infraestructura para aguantar una emergencia sanitaria. Parecía una vendetta histórica. Mi suegro siciliano me cuenta que cuando llegó a Turín para estudiar en la universidad encontraba carteles que decían: No se alquilan casas a meridionales, es decir, a personas de Roma para abajo. Después del Diego, el coronavirus parecía el vengador 2.0. No le abrimos la puerta a los resfriados del norte.
¿Como se llegó a todo esto? ¿En que momento el pánico y la guerra entre norte y sur llevó al aislamiento completo de 60 millones de italianos?
La fanfarria mediática que advertía sobre los riesgos del coronavirus nos llegó el 25 de febrero. Teníamos planificadas vacaciones para visitar parientes en el sur de Francia. Y yo me quedé sin trabajo. Lo primero que cerraron fueron escuelas y teatros. Soy actriz, cantante y profesora de teatro en la escuela pública. Me cancelaron funciones y clases. Los primeros golpes los sufrieron la educación y la cultura. Como siempre. Me parecieron medidas demasiado drásticas. Y los noticieros sembraron terror en todes. No resistimos la paranoia colectiva y nos fuimos a Francia con el auto. Nos advirtieron nuestros amigos y familiares: seguro no los van a dejar pasar en la frontera, los van a dejar en cuarentena porque vienen de Lombardía (la provincia donde se encuentra Milán). Pensamos, de última, damos media vuelta y volvemos. El control en la frontera fue un gendarme muerto de frío bajo la nieve que miró desinteresado dentro del auto y dijo: “Allez!” (¡Vayan!).
En Francia la familia nos recibió con los brazos abiertos. Nos sentamos a cenar. En la tele el partido Lyon-Juventus con 50.000 espectadores en el Parc Olympique Lyonnais. Era el 26 de febrero. Puse el grito en el cielo ¿Cierran teatros y escuelas y dejan abiertos estadios de fútbol con miles de espectadores venidos desde el centro del contagio? ¿Sin ningún control? Volvimos a Milán el primero de marzo. Las medidas empezaron a ser más severas pero dejaban abiertos bares y restaurantes. Apelaban al buen sentido cívico de las personas. El gobierno decía que las medidas se tomarían de manera gradual, apelando a que los ciudadanos tomen responsabilidad y conciencia de la epidemia y dejaran de frecuentar espacios públicos. Los números de infectados seguían en aumento. Cuarentena voluntaria aun sin síntomas para que el sistema de salud italiano pueda garantizar camas en terapia intensiva por posibles complicaciones respiratorias para proteger los más débiles.
Las calles de Milán empezaban a respirar primavera y la gente invadía los parques. Las plazas estaban repletas de niñes desahogándose del encierro forzado. A la hora del vermú se hacían los famosos aperitivos italianos. La gente se lo tomó como unas vacaciones en pleno año lectivo. Todos los negocios y centros comerciales abiertos. Medidas blandas todavía. Era el 7 de marzo. La marcha del 8 de marzo no se hizo. Sé que por estas horas, peligra la del 24 en Argentina.
Los hospitales empezaron a no dar abasto. Están colapsando. El de nuestro barrio acaba de transformarse en un hospital Covid de emergencia para los enfermos de coronavirus. La salud pública italiana era una de las mejores del mundo pero la privatización la puso de rodillas en los últimos veinte años.
Todes nos tomamos a la ligera un problema aún mas grave: la falta de empatía y conciencia cívica por el otro. Y las medidas que tomó Italia apelaban a no hacer como China: obligar con el ejército a la gente a quedarse en casa para evitar contagios. Italia confió en la madurez democrática del país. Con resultados terribles. Las instituciones no estuvieron a la altura de las circunstancias y los ciudadanos fuimos indisciplinados y no nos quedamos en casa con el “no pasa nada” tan característico que heredamos los argentinos de los italianos. Y ahora somos 60 millones presos en nuestras ciudades. Por las malas.
* Actriz y cantante argentina. Representó a la Patria en el desfile histórico del Bicentenario de 2010.