La pesada herencia de endeudamiento externo dejada por la administración Macri, condiciona gravemente la política económica de Alberto Fernández. La falta de políticas contracíclicas potentes para sacar la economía de la depreflación, es consecuencia del programa fiscal negociado con el FMI a cambio de su apoyo a una quita sobre los bonistas privados.
La tensa espera a que termine la reestructuración para armar un nuevo presupuesto que permita activar la política pública diluye parte del capital político inicial que suelen gozar los nuevos gobernantes. Como en política el que no avance retrocede, la oposición aprovecha la situación para reagruparse y, Mesa de Enlace mediante, se le empieza a animar al nuevo gobierno.
El condicionamiento que genera una elevada deuda sobre los gobiernos populares no es algo novedoso. La estrategia británica de condicionar el reconocimiento de las colonias españolas de América recién emancipadas a la aceptación de créditos externos para mantenerlas bajo su órbita, fue detalladamente descripta por Raúl Scalabrini Ortiz en su libro Política Británica en el Río de la Plata.
Más cerca en el tiempo, Ricardo Alfonsín tuvo que recuperar la democracia con una economía estrangulada por la deuda heredada de la dictadura militar; herencia que lo terminó por derrumbar.
En el plano internacional, la situación griega de un presidente de izquierda, Alexis Tsipras, implementando el programa de ajuste impuesto por la troika de acreedores (FMI, UE y BCE) pone en evidencia que la subordinación de la política generada por la dependencia financiera.
La habilidad de Alberto Fernández para ganar márgenes de independencia económica, que le permita aumentar los grados de autonomía de la política, será decisivo para alejar el fantasma de las mencionadas experiencias históricas.
Desde esa perspectiva, cabe preguntarse legítimamente si el endeudamiento externo insustentable generado por la gestión Macri no era uno de los objetivos de su gestión. Sin negar la inoperancia, irresponsabilidad y los negocios particulares que rodearon la emisión de bonos, está claro que ninguno de los funcionarios del área económica podía creer que la capacidad de pago de la argentina aumentaría al ritmo que lo hacía su endeudamiento externo.
En ese sentido, mientras las exportaciones se incrementaron a un ritmo promedio del 3 por ciento anual entre 2016 y 2019, la deuda externa lo hizo a una tasa anual promedio del 26 por ciento. Hasta el propio Macri admitió recientemente que sabía que no se podía “tomar deuda eternamente” porque “un día no te dan más plata y nos vamos a ir la mierda”.
Una economía altamente endeudada y en constante necesidad de refinanciamiento es, tal vez, la garantía buscada para que la tutela externa de los acreedores evite el regreso del “populismo”, aún contra la voluntad popular expresada en las urnas.
La gestión de Macri tiene el triste mérito de haber reconstruido esa dependencia financiera. La suerte del gobierno popular que lo sucede se juega en su capacidad para deconstruirla.
@AndresAsiain