Es una verdadera pena que Fito Páez no haya podido llevar a cabo la celebración pública de su cumpleaños, el viernes 13 en Rosario, a causa de la pandemia del coronavirus Covid-19. Claro que la enormidad del asunto de la salud pública supera cualquier consideración, y el mismo Fito se lo tomó con naturalidad en el mensaje en video que dio a conocer el jueves en sus redes sociales: “Alineados con las políticas sanitarias de la provincia, de la ciudad de Rosario, y las políticas nacionales, esperando que todo se resuelva lo más pronto posible, y que todos tomemos conciencia de los peligros que puede conllevar no cuidarse ni protegerse como es debido, ni a uno, ni a los otros”.

Aun en ese contexto, cabe lamentarse un poco. Especialmente porque al mismo tiempo apareció en las plataformas digitales La conquista del espacio, vigésimo tercer disco de estudio del músico que, a sus 57 años, ya no necesita presentar ningún pergamino para certificar su lugar entre los grandes solistas del rock argentino. En todo caso, su mejor carta de presentación viene en forma de canciones, y este álbum exime de mayores disquisiciones. De la fanfarria que abre el disco en “La conquista del espacio” al tableteo de una máquina de escribir que se va en fade 37 minutos después, Páez pone a disposición del oído público un disco que lo muestra en alto nivel compositivo y en un envase de producción contundente. Y entonces: maldito seas, Covid-19, la fiesta que nos arruinaste en el Hipódromo.

Hay que empezar por la perla más brillante, a situar ya no en los últimos años sino entre las mejores canciones que Fito haya compuesto, cantado y grabado en su larga y fértil carrera. Y a quien piense en el término “exageración” se invita con toda cortesía a darle play a “La canción de las bestias”. No se trata solo del delicado entramado de guitarra acústica, cuerdas y theremin en que se apoyan los cuatro gloriosos minutos del tema ubicado sobre la mitad del álbum. Sin la más mínima sobreactuación, en un canto inspirado e intenso pero a la vez de sensible intimidad, Fito parece abrir el pecho y entregarlo todo. “Todas las bestias sufrimos sin parar, lloramos nuestras penas en silencio / Todos los horrores que recaen sobre mí / los canto y los transformo en bondad / No puedo evitar hacer el daño y después / mi corazón se rompe en mil pedazos / Mi alma es una casa donde vive el amor y las mas profundas fantasías del terror / La pregunta es cómo creen que se puede arreglar / un mundo donde todos llevan la razón / la respuesta es que los bellos de espíritu caerán también / ausentes en el valle de la muerte”, canta, desgarra, antes de caer en la rotunda culminación de “Si me preguntan qué quiero cantar / es la canción de las bestias”. Hay que tener el corazón adoquinado para no sentir un nudo de emoción.

Eso, claro, es apenas una puerta de entrada. Aunque hace tiempo está claro el standard del rosarino en materia de arreglos y producción, La conquista del espacio fija cotas muy altas. Grabado entre los Capitol Studios de Hollywood, el Ocean Way de Nashville –hogar de una innumerable lista de monstruos- y el Igloo Music de Burbank, el disco producido por Páez, Gustavo Borner y Diego Olivero recurre a un socio legendario como el bajista Guillermo Vadalá y a una selección de sesionistas clase A. Gente como la Nashville Music Scoring Orchestra, el percusionista Lenny Castro o el trompetista Lee Thornburg. O leyendas como Abe Laboriel Jr., el robusto baterista de Paul McCartney que resulta ideal para una canción tan beatlesca como “Resucitar”, con su piano Wurlitzer, las cascadas de fills de tambores y modulaciones armónicas que enlazan a Rosario con Liverpool.

Es claro que las canciones estaban, pero también una idea de apelar a invitados que ofrecieran lo mejor para realzarlas. “Ey, You!” se convierte en otro punto alto no solo por la potencia de su base y planteo sino también por la participación de Ca7riel en guitarra y voz y los Mala Fama Nacho Godoy y Hernán Coronel: un combo que cruza de manera rotunda el cumbiazo y el rock para un alegato anti-macho golpeador. “Al final el tema genera un espacio vital para bailar, más allá que nombra algo terrible”, señala Páez en los textos "tema por tema" que distribuyó a la prensa , y tiene toda la razón: se pueden exorcizar demonios a través del goce.

Fito bailable, Fito emocionante, Fito clásico: “Nadie es de nadie” tiene reconocibles marcas de identidad, otro rockito con brasses afro para contar la historia de Andrea que despacha a los rodillazos a un novio drogota e infiel... y termina en partuza con su otra novia y una tercera en concordia, porque “nadie es de nadie y todo es nuestro”. Del ejercicio literario Páez bien puede saltar al retrato de la realidad de cualquier esquina en el igualmente poderoso “Las cosas que me hacen bien”, o a las reflexiones de la canción que titula el disco, una conquista del espacio que vira a “la conquista de decirnos la verdad” y recuerda que “entre los artistas no se encuentra el enemigo”. Pero sobre todo el cuidado artesanal de la melodía, las búsquedas de “Maelström” entre Elton John y Elvis Costello o ese momento tan Nashville (con un aire al “Make No Mistake” de Keith Richards en Talk Is Cheap) de “Gente en la calle”, donde la voz de Páez encuentra un perfecto balance en el aterciopelado tono de Lali Espósito.

Todo eso discurre con coherencia y elegancia, conduciendo al final a toda orquesta de “Todo se olvida”, con un concepto que no por repetido pierde efectividad. Como todo lo que ha hecho en este nuevo disco, Páez luce convencido cuando canta que amar es lo único que te dará libertad, que no busca la pureza de las cosas, que en el caos vive el corazón de la fiesta, que le gusta abandonarse en la deriva. Esa deriva, que lo llevó hace ya décadas de Rosario a todos los rincones, que lo convirtió en un artista ineludible, lo deposita de nuevo en las orillas de un continente de canciones inspiradas. Hay que escucharlo de nuevo: “Los horrores los canto y los transformo en bondad”. Es delicada, poderosa, rotundamente cierto. Con solo una melodía se puede conquistar el espacio.