Dos variables clave describen la situación económica presente. La primera es que la nueva administración logró contener los precios básicos de la economía --salarios, dólar y tarifas-- lo que, como predice la buena teoría, se tradujo en una baja de la inflación. El 2 por ciento marcado en febrero significa un valor mínimo para los últimos dos años. Para colmo todo ello ocurrió en medio de “darle a la maquinita” para pagar algunos vencimientos de deuda, con lo que al monetarismo vernáculo sólo le resta su fe inquebrantable. El laboratorio de la historia se agotó de refutarlo.
La segunda variable es la recaudación tributaria que, en lo que va del mandato de Alberto Fernández, mantuvo un crecimiento nominal interanual en torno a los 40 puntos, es decir bien por debajo de la inflación, un indicativo de que la recesión no cede, pero también un dato que no puede mantenerse en el tiempo sin alguna reingeniería. Por el lado del Gasto la situación no es mejor. En Economía se quejan por la morosidad de algunos Ministerios en ejecutar gastos de capital. Hasta se organizaron reuniones de incentivo.
La cruda realidad es que el dinero para encender la economía todavía no aparece. Se atendieron las necesidades de los sectores más dañados y postergados por el macrismo, pero en el balance global no hay “más plata en el bolsillo de la gente” que reactive la demanda.
El gobierno seguirá intentando medidas por el lado de la oferta, como la baja en los costos financieros. También se evalúan nuevas líneas para refinanciar las deudas de las empresas, dado que la mora con el sistema bancario alcanza ya los 140 mil millones de pesos y afecta al 5 por ciento de las pymes y al 9 por ciento de las firmas más grandes.
Este nivel de endeudamiento habla de un sector privado que difícilmente reaccione a medidas como el crédito barato, como sí ocurrió a partir de la crisis internacional de 2008. La razón es simple: el sector privado ya está muy endeudado.
El problema núcleo para salir de la recesión continúa siendo el estancamiento de la demanda, otra vez: “la (falta de) plata en el bolsillo de la gente”.
El balance preliminar muestra una política económica que transita por un filo de navaja. Por un lado se consiguió estabilizar los precios básicos y con ello la macroeconomía, pero esta misma contención, especialmente la salarial, es la que impide retomar el crecimiento.
El temor de los hacedores de política es atendible. Soltar precios básicos como los salarios significaría un aumento de la inflación y presiones sobre el tipo de cambio y las tarifas, las que por ahora también se mantienen contenidas. Si se atiende a los dichos en off de algunos funcionarios con poder de decisión, la idea es mantener la macro estabilizada al menos hasta que se complete el proceso de renegociación de la deuda. Luego se comenzará a expandir la demanda por el lado del Gasto y se irá viendo “artesanalmente” cómo reaccionan el resto de las variables.
El cambio en el contexto global provocó también un resultado inesperado: el fin de la ilusión en una salida exportadora a mediano plazo. En otro ministerio, Producción, el “ministerio de la Oferta” según la aguda caracterización del economista Enrique Aschieri, esperaban una recuperación de las exportaciones industriales, especialmente las automotrices con destino a Brasil, y que ellas traccionaran luego sobre el conjunto de la industria.
Sin embargo, como podía esperarse de un programa neoliberal, el PIB brasileño se mantiene estancado y se contraerá más en 2020. El fracaso de la política económica de Paulo Guedes se montará además sobre una nueva crisis financiera internacional. Antes que tirar del carro de las exportaciones locales, que también son un componente de la demanda agregada (junto con el Consumo, el Gasto y la Inversión), Brasil pondrá un freno.
En el ministerio de la Oferta también le ponían fichas a la producción de hidrocarburos no convencionales con epicentro en la formación neuquina de Vaca muerta. La baja histórica del precio del crudo registrada la última semana indica en cambio que los no convencionales serán económicamente inviables incluso bajo el hipotético regreso del “barril criollo” en torno a los 50 dólares. Un barril cerca de los 30 dólares implica un nivel de subsidios antieconómico.
Al menos por ahora el sueño de una “segunda Pampa Húmeda” que aporte dólares a mediano plazo terminó.
Mientras tanto comienza a discutirse si los derrumbes en las bolsas, la preferencia de los inversores por los activos más líquidos dada la incertidumbre generalizada y la baja en el precio de las commodities son una consecuencia del coronavirus, o si la pandemia solamente disparó una crisis financiera que ya se encontraba en marcha y se manifestaba en el clásico e injustificado aumento sostenido de los activos bursátiles.
Cualquiera sea el caso, los PIBs de las economías afectadas por la pandemia se achicarán, lo que a su vez se traducirá en una caída de la demanda global que afectará especialmente a países exportadores de commodities como Argentina.
La incógnita del presente es la duración de la crisis y la magnitud de la caída del precio de las exportaciones. Lo único seguro es que el comercio global y los precios internacionales se contraerán. Por ahora se estima que los países más afectados perderán el equivalente a dos meses de producción.
En el actual contexto de una crisis global que se profundizará, la recomendación de política más sensata en términos del bienestar de las mayorías es destinar los dólares escasos a crecer antes que a pagar deuda.
Más que una simple opción, un default podría ser una tabla de salvación, en especial si el mandato político primordial, también la promesa de campaña, es salir del estancamiento. Antes de las últimas elecciones se sabía que la principal diferencia entre un eventual gobierno del Frente de Todos y el primer gobierno de Néstor Kirchner se encontraría en la dirección de los vientos de la economía global, de viento de cola a viento en contra. Hoy el previsto viento de frente se transformó en temporal.