Desde Río de Janeiro
Superando sus propias –e inéditas en la historia de la República– muestras anteriores de irresponsabilidad y estupidez, el ultraderechista Jair Bolsonaro desafió rigurosas determinaciones de su propio ministro de Salud, y, al mismo tiempo, abrió una nueva y especialmente seria crisis con los demás poderes constitucionales, al juntarse este domingo en Brasilia con manifestantes que, entre otras cosas, exigían el cierre del Congreso y el expurgo de varios magistrados del Supremo Tribunal Federal.
Este domingo se confirmó que siete de los integrantes de la comitiva presidencial que lo acompañó en su más reciente muestra explícita e indecente de vasallaje a Donald Trump fueron contagiados por el coronavirus.
Por tal razón, Bolsonaro deberá realizar una nueva prueba para determinar si se contagió. Con eso fue firmemente recomendado que se mantuviese en el Palacio da Alvorada, residencia presidencial.
Pese a todas las medidas determinadas no solo a él, pero a todo el país, Bolsonaro no resistió a la tentación de juntarse a los manifestantes ultraderechistas que, entre otras cosas, piden una intervención militar.
Primero, acompañó en coche una caravana de vehículos que desfilaban por las avenidas de Brasilia en apoyo a su gobierno y contra congresistas y magistrados.
No satisfecho, luego se dirigió al Palacio do Planalto, sede de la presidencia, y sin máscara sanitaria se acercó a los admiradores – alrededor de ciento y cincuenta – mantenidos en la calle. Tocó un sinfín de manos, posó para fotos y cargó una enorme bandera nacional.
Con esa conducta, Bolsonaro – que, vale reiterar, está bajo sospecha de haber sido contagiado por el coronavirus – puso en riesgo algo más allá de su salud y de la salud de la gente que saludó: puso en riesgo la ya precaria gobernabilidad de su mandato.
El país enfrenta una muy seria crisis económica, ahora agravada por el escenario mundial. Al participar de una manifestación (cuya convocatoria, a propósito, él ya había reforzado) que confronta directamente el Congreso, los canales de diálogo, que desde su llegada a la presidencia se hicieron cada vez más difíciles, prácticamente se cierran. Y nadie sabe prever cuál será el precio a ser pago para reabrirlos.
Hay una serie de iniciativas de reforma, que el gobierno asegura ser esenciales, que serán enviadas para votación de diputados y senadores. Resulta obvio que justo en este momento unirse a manifestaciones furibundas contra el Congreso es un absurdo. Obvio para todos, excepto para Bolsonaro, su trío de hijos hidrófobos y las otras bestias que lo rodean.
No es, ni mucho menos, la primera vez que el ultraderechista inepto y desequilibrado supera límites rumbo a un endurecimiento del panorama político. Pero lo de hoy quedará como una clase magistral de irresponsabilidad y estupidez. Otra más.