Desde París

 “Fluctuat nec Mergitur”: Golpeado por las olas pero no se hunde (el emblema de París). El propietario del café restaurant Le Déclic, situado en la esquina del Boulevard de l’Hôpital y el Boulevard Saint Marcel, puso ese cartel en la puerta algunas horas después de que el jefe del Ejecutivo, Édouard Philippe, decidiera el cierre de todos los bares, restaurantes, discotecas, cines y museos de Francia. París era este domingo una ciudad de nómadas sin refugio, más preocupados por encontrar alimentos o cigarrillos que por participar en la primera vuelta de las elecciones municipales. El gobierno decidió mantener la convocatoria y con ello agregó un ingrediente de incomprensión y polémica que se reflejó en la tasa de participación: 38,77%, o sea, 16 puntos menos que en 2014.    La abstención alcanza así un porcentaje que oscila entre el 53% y el 56%. El país tiene la atención puesta en otro lugar y no en la lectura política de una consulta electoral a la cual, en varias notas, periodistas y figuras locales llamaron a no participar “por deber cívico” (diario Libération, entre otros). Con estos porcentajes y el coronavirus siempre en pleno despliegue la incógnita que consiste en saber si se llevará o no a cabo la segunda vuelta del 22 de marzo no está despejada. El ministro francés de Salud, Olivier Véran, adelantó esta noche que este martes se consultará a los expertos para saber si la segunda vuelta tendría o no lugar. Numerosos responsables políticos se aunaron en las últimas horas para pedir que se cancele el voto del 22 de marzo, con lo cual buena parte de los resultados de este domingo podrían verse impugnados. El partido presidencial LREM ha dejado entrever que fueron los partidos de la derecha, principalmente Los Republicanos, quienes negaron al presidente Emmanuel Macron el visto bueno de cara a la suspensión del voto. En ambos casos, presión de la derecha o decisión presidencial, la convocatoria se basó en razones políticas y no sanitarias.

El vespertino Le Monde publicó las proyecciones que el comité de científicos que aconseja al presidente le entregó a Emmanuel Macron el jueves 12 de marzo. Las conclusiones son escalofriantes. Si no se toman medidas drásticas el Covid-19 podría provocar entre “300 mil y medio millón de muertos”. Simon Cauchemez, el epidemiólogo del Instituto Pasteur que le entregó el informe al Jefe del Estado asegura que incluso si se divide las proyección por “dos, tres o cuatro, la situación es muy seria”. 

El coronavirus es un fantasma asesino. No se lo ve, sus efectos parecen lejanos, casi irreales, pero la ola avanza sobra las costas de las poblaciones civiles. En este contexto, pese a que el gobierno alemán rehusó primero esta eventualidad, el domingo optó al final por cerrar sus fronteras con Francia, Suiza y Austria desde este lunes a las 8 de la mañana. El último balance comunicado el domingo por el ministro francés de Salud, Olivier Véran, da cuenta de 127 muertos y 5.400 casos, lo que equivale a 900 más que la víspera con 400 cuadros de gravedad. Se trata, en este momento, del alza de contaminaciones y de muertos más importante que se haya constatado en Francia desde que el virus comenzó a expandirse en el país. 

En este tejido de pánico, muerte, hospitales saturados, previsiones mortales y aislamiento social, la celebración de las elecciones municipales resultó más un experimento democrático que una consulta libre y regulada. El sábado, el Primer Ministro apareció en la televisión para cerrar el 90 por ciento de los comercios del país y pedirle a la sociedad que no se moviera de sus casas, y el domingo convocó a más de 40 millones de personas a salir a votar. Mezcla de disparate y extravagancia política, la tasa de abstención de esta aventura plasma muy bien el estado de ánimo de la Francia votante donde hay que leer, al mismo tiempo, las cifras de una elección y la tasa de contaminados y muertos. 

Los resultados, con este presente tan trastornado, no dejan con todo de ser signos de una tendencia. Anne Hidalgo, la actual Intendenta de París, salió primera en la votación con poco más del 30 por ciento de los votos, muy por delante de la candidata de la derecha, Rachida Dati (22 por ciento), y la del partido presidencial La República en Marcha, Agnès Buzyn (17,6 por ciento). No ha habido por ahora grandes sorpresas, con la excepción de Burdeos, donde el candidato ecologista se ubicó en primer lugar, y la sureña localidad de Perpiñán, donde un candidato de la extrema derecha sacó el mayor porcentaje.

 Toda la atención está dirigida ahora hacia lo que ocurrirá durante la semana y las posibilidades que se manejan, hacia donde convergen a la vez la agenda política y sanitaria. ¿ Cierre de las fronteras, anulación de la segunda vuelta de las elecciones municipales, confinamiento generalizado ?. Estas son las tres opciones en torno a las cuales Emmanuel Macron deberá fijar un rumbo. El mandatario mantiene una sostenida agenda de reuniones con científicos, ministros, jefes de Estado extranjeros y organismos internacionales con vistas a las decisiones de los próximos días. Macron se enfrenta hoy a una avalancha de criticas, tanto de los círculos políticos como de la opinión pública, por haber seguido el calendario electoral al mismo tiempo que adoptaba un paquete drástico de limitaciones para contener el coronavirus. 

La derecha quiso sacar provecho de la debilidad presidencial luego de la crisis de los chalecos amarillos y las huelgas contra la reforma de las jubilaciones y no pactó una pausa electoral. Macron quiso esquivar el calificativo de “autoritarismo” y no modificó la fecha de la consulta. Con cada hora que pasa son más las voces que exigen que la segunda vuelta se posponga. Francia se ha quedado confinada entre dos virus: el Covid-19 y el nefasto virus del oportunismo político. En el centro está una población indisciplinada; al mismo tiempo que corre despavorida a los supermercados en busca de provisiones se salta por alto las recomendaciones prudenciales destinadas a frenar un contagio generalizado.

 También, la pandemia está empujando hacia la superficie otra realidad: la inexistencia práctica de Europa. La Unión Europea ha dejado de existir en una proporción similar a la expansión de coronavirus. Ha sido un ¡sálvese quien pueda ! asombroso. Cada Estado adoptó medidas sanitarias sin coordinación con los vecinos de la UE y prefirió cerrar sus fronteras cuando lo creyó necesario (Dinamarca, Estonia, Republica Checa, Eslovaquia, Lituania, Austria, Italia, Letonia, Polonia, Eslovenia, Alemania). Los 27 se diluyeron con la pandemia. No hay Europa sanitaria, ni correas de transmisión comunes, ni decisiones convergentes. El Covid-19 plasmó el proyecto político de las extremas derechas del Viejo Continente: cada uno en su casa, con las fronteras con candado, con decisiones soberanas sin lazo o dependencia con otros países.

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