La vida es un mineral. Un virus, quizás, también.
La vida habita el centro mismo de la tierra, bajo los sauces hondos y las piolas que amarran a todos los barcos, a las cosas, incluso a lobos grandisimos.
Los virus no, beben agua nuestra, en un hurto muchas veces perfecto.
La vida es una piedra de desierto y un fondo minero principal de donde un niño se nutre y nutre. Manan pedazos de roca. Los mineros con punzones y estrategias la obtienen, buscan, exploran hasta encontrar vida viva.
Vida vida.
Los virus buscan vida viva para ahorrarse ese inmenso trabajo exploratorio.
Y qué alegría encontrar vida brillante y desesperada por salir a la luz de la cantera, al combate.
Un mineral antiguo, más viejo que Dios y el Diablo.( Estos últimos son quienes observan las toneladas de roca, el porvenir y esa razón cuprífera, ese yacimiento eterno los asusta).
Son otra cosa que los virus y sus virales intenciones.
La vida es un mineral contrario a empresas y proveedores, dura, sin sistemas de vigilancia. La vida sola.
Nos llama, vamos al socavon en turnos de ochenta o noventa años, el topografo iza y determina quien es el primero.
Pero no es el Coronavirus. Es otro. Es un otro escondido en cada quien. Una virulencia intrínseca a lo humano. No está en España o Italia, está en el corazón. Sí, sí, el corazón dije.
Un mineral locamente estable e inútil. La vida sale de ductos y pozos familiares. Se desparrama.
y cuando llega el turno,como en la cola del banco, el momento de papelito turquesa turquesa, ofrecemos el talismán al empleado de turno quien se lleva la vida viva.
Por eso me cansa lo del Coronavirus. Porque tomó el nombre, un nombre de armiño (si se quiere) y robó este misterio.
Beatriz Suárez