Otra vez, a tratar de entender, de tomarle el peso, a lo inexplicable.

En realidad, "inexplicable" no es el término adecuado. Para el desastre de Olavarría, el tener que hablar nuevamente de la muerte asociada a un espectáculo musical, concurren unos cuantos factores que pueden y deben ser analizados. El primero tiene que ver con una cuestión histórica: desde que los Redondos saltaron al rock de estadios, en noviembre de 1993 en Huracán, aquello que ya era difícil en Satisfaction, el Centro Municipal de Exposiciones, Autopista Center y Obras se convirtió en inmanejable. Aquella vez en Parque Patricios, este cronista fue testigo de cómo, ante el avance de una masa de gente sin entradas, los controles de la puerta optaron por retirarse antes de ser avasallados.

Desde entonces, y por más esfuerzos que hiciera, la banda se vio condenada al desborde de su propio público, donde se hizo vox populi que no necesariamente hay que tener entrada para ingresar. La disolución de los Redondos no terminó con eso. Más bien, el crecimiento exponencial de los seguidores del Indio solista multiplicó el desmadre hasta una ecuación imposible: si se deja entrar a todo el mundo, el hacinamiento se vuelve un factor de alto riesgo. Si se aplican controles rigurosos, es una garantía de violencia e incidentes en la puerta. Y aunque suene antipático, no puede obviarse la influencia del alcohol en sangre, esos "borrachines que no saben cuidarse" que apostrofó el cantante. De esa clase de incógnitas están hechas las convocatorias a shows del Indio, que en la noche del sábado estallaron de la peor manera.

El asunto es que, mal que le pese al espíritu hippie y a los códigos del palo, hay cosas en las que no cabe otra que ponerse la gorra. Chacal Producciones, la empresa asociada al Indio en la organización, ya contaba con el pésimo antecedente de la bengala que eludió sus controles el 30 de abril de 2011 en el show de La Renga en el Autódromo de La Plata, y que terminó matando a Miguel Ramírez. Si en los shows de Callejeros era habitual la sobreventa, aquí se expenden los tickets posibles pero no se observa como corresponde que ingresen los que tienen que ingresar. Por eso a Olavarría acudió la gente que se esperaba y un generoso plus, el de los que dicen "vamos que igual entramos". Y entran. Y para empeorar las cosas, al final de la noche esa superpoblación se encuentra con un deficiente dispositivo de evacuación.

En los días previos, desde el círculo íntimo del Indio hubo una especial apelación a cuidarse y cuidar al otro, a evitar que algunos interesados en que la cosa se pudriera no se salieran con la suya. No es algo nuevo (en Satisfaction se colgó una bandera en el escenario que decía "Un verdadero Redondito no arruina la fiesta"), pero la organización falló al hacer su parte. Todos los testimonios coinciden: el ingreso y la salida en el predio La Colmena fueron una pesadilla.

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Lo que podía leerse entre líneas de ese mensaje del Indio tiene que ver con un factor más nuevo. Como nunca antes, en los últimos tiempos el músico explicitó una postura política que agitó aguas ya de por sí turbulentas cada vez que sube a un escenario. En su conferencia de prensa de ayer, Ezequiel Galli, intendente de la ciudad, se tomó una deseada revancha del desplante sufrido en el aeródromo de la ciudad, cuando el Indio ignoró su presencia y se subió a una combi sin siquiera mirarlo. El funcionario macrista, que en la caravana de su cierre de campaña 2015 incluyó un Ford Falcon verde, se encargó de puntualizar que toda la responsabilidad por lo sucedido recae en la producción. La paradoja está a la vista pero vale recalcarla: el representante de un partido que inició su ascenso al poder destituyendo a Aníbal Ibarra por no cumplir los deberes de controlar un espectáculo público pretende ahora que lo que tuvo lugar en La Colmena fue apenas un evento privado, en el que el Estado no tuvo nada que ver. En un intento de mostrarse operativo y práctico, fletó camiones para sacar a la gente de la ciudad (donde todos los comercios, con sus góndolas vacías, habían bajado la persiana)... y depositarla a montones en la banquina de la ruta.

Al expresar su adhesión al kirchnerismo, el Indio selló su suerte en este desastre: los que fallaron en la misión de controlar que se cumplieran las normas de seguridad, en velar por la integridad de los ciudadanos al llegar y salir del lugar, cargan sin ningún escrúpulo los muertos a los responsables del show.

En la semana previa, el intendente Galli dio varias entrevistas en las que mostró su total seguridad de que se tenía plena conciencia de la enormidad de lo que venía y todo estaba bajo control. Ahora se dice "superado por la situación", apunta el dedo hacia el Indio y pretende cerrar el tema allí. Buena suerte con eso: aquí debe haber respuestas convincentes de los dos lados.

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Otra paradoja vino a agregar angustia, un clima enrarecido, cercano a una lógica histeria. En la era de la hiperinformación, basta que se junte cierta cantidad de teléfonos celulares para que eso mute en desinformación. Colapsadas las redes de la zona, en Buenos Aires comenzó a funcionar a pleno la usina del rumor, convirtiendo una noticia ya de por sí nefasta en un campo de presunciones horribles. En un acto de indecible irresponsabilidad, la agencia Télam cursó en la madrugada del domingo un cable que señalaba "al menos siete muertos". Su única fuente fue un par de tuits imposibles de chequear: según puntualizó la Comisión Gremial Interna de la agencia, Télam canceló su cobertura en el lugar para no afrontar los gastos, horas extras y francos que corresponden a los periodistas por el viaje y el horario nocturno. Mientras la agencia oficial utilizaba una versión sin fuente confiable, otros medios levantaban aún más la cifra; cuando los familiares de quienes habían viajado a Olavarría intentaron infructuosamente comunicarse con celulares inservibles, en el inconsciente colectivo se dibujó una catástrofe aún mayor. A eso, seguramente, se refirió el "pescado podrido" en el escueto comunicado de esta tarde. Pero no es suficiente explicación.

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No ayudaron en nada las presunciones alrededor de este show del Indio. Al hablar públicamente de su enfermedad, ante el enorme despliegue que supone cada show, la cita de Olavarría fue analizada varias veces como una posible despedida del escenario, y así arrastró semejante cantidad de gente. A la luz de lo sucedido, cuesta mucho creer en que haya otro encuentro. Y es un triste, muy triste final.