En la apertura de sesiones ordinarias, el presidente Alberto Fernández trazó los lineamientos y los objetivos que espera alcanzar durante su primer año de mandato. El foco quedó centrado en las medidas que pronunció con respecto a la economía, a la justicia y al aborto, y que dejan entrever el tipo de gobierno que se encamina de acá a cuatro años. Sin embargo, uno de los mayores anuncios lo expresó en las primeras líneas: Necesito que la palabra recupere el valor que alguna vez tuvo entre nosotros. Al fin y al cabo, en una democracia, el valor de la palabra adquiere una relevancia singular”. Un concepto que podrá ser considerado como de forma, pero que, sin duda, es de fondo, porque será el pilar fundamental del gobierno para edificar su proyecto político. Es decir, el valor de la palabra como aval necesario para llevar adelante el tan mencionado nuevo contrato social.

Es que la reconstrucción del país necesita de la refundación de la palabra. El anterior gobierno no sólo destruyó la economía, sino que también pulverizó el lenguaje. Así como saqueó las arcas del Estado, también vació de credibilidad todo vocablo. De la mano de Jaime Durán Barba, el macrismo elaboró todo tipo de estrategias discursivas basadas en eufemismos y zonceras que distorsionaron la realidad. Padecimos de la inflación de nuestra economía, pero también sufrimos, como diría Eduardo Galeano, la “inflación palabraria”: fuimos hostigados estos cuatro años por una cantidad de palabras inútiles que aturdieron y desorientaron a la sociedad.

Bajo este proceso cultural, de excesiva relatividad y de desórdenes semánticos, es donde operó el gobierno anterior para llevar adelante sus políticas de ajuste y endeudamiento. En sintonía con otros procesos políticos de derechas desinhibidas, que vociferan cualquier atrocidad sin ningún tipo de reparo, el macrismo se empeñó en dañar el elemento vital democrático, resquebrajando así acuerdos sociales y quebrantando normas históricamente consensuadas. Hasta la palabra diálogo fue desprestigiada por el anterior gobierno, que no se cansó de decirla hasta el hartazgo. El debate público mermó a niveles que dejó a la sociedad sin respuestas a los problemas cotidianos que padecía. Como dice Scalabrini Ortiz, es sobre estos estados de desamparo y abandono, en donde domina y se impone el poderoso. Más aún, dice Aristóteles que en el mundo animal, el mejor adaptado es el que depreda antes de ser depredado, pero que el hombre tiene la palabra, que es la única herramienta válida para organizar y dirigir la convivencia.

Por lo tanto, recuperar el valor de la palabra toma un lugar primordial en tiempos de pobreza argumentativa y discursos efectistas. Implica poner la política en el centro de la escena, remendar la institucionalidad y robustecer la democracia, en donde todo debate y discusión sea bienvenido. Porque es en base al silencio cómo se alimentaron los sótanos de la democracia. Palabrizar todo debe ser la tarea fundamental para hacer público los problemas que nos aquejan como sociedad y que debemos resolver. Lo que se nombra construye realidades. De eso se trata, por ejemplo, la tarea de investigar el origen de la deuda, para poder decir definitivamente nunca más a este mecanismo histórico de sometimiento.

Recuperar la palabra implica la misión de que los dichos y los hechos se crucen en la calle. Es comprender a la palabra empeñada como elemento central que guíe el modo de ser y de actuar del nuevo proyecto político fundante.

El autor es licenciado en Comunicación UBA