La comunidad wichí San Luis está a unos 9 kilómetros de Santa Victoria Este, al lado de la frontera misma. Es un caserío donde se crían cabras, chanchos y gallinas. Sus habitantes viven una disgregación que los preocupa, con pérdida de saberes y costumbres y un creciente consumo de alcohol por parte de los jóvenes.
La culpa la tiene, en parte, la cercanía con Bolivia, pero también con el pueblo de Santa Victoria, donde los chicos y chicas buscan bebidas, cigarrillos y “todas esas cosas que van apareciendo”. Hay niñas madres y hay niños con bajo peso.
Cae la tarde en la costa del Pilcomayo. Con casi 40°, el calor dificulta todo, cuesta respirar y la transpiración pega la ropa a la piel. Las sombras son raleadas en la comunidad wichí San Luis, al costado de la ruta provincial 54, en jurisdicción de Santa Victoria Este.
Bajo una de esas sombras escasas, en el patio de su casa, una mujer de 53 años dice que hablará para los periodistas que la visitan. Detrás se sienta la agente sanitaria, también wichí, y al lado, Ramón Pérez, comunicador comunitario de FM Lhapakas, también integrante de la comunidad, que traducirá a la dueña de casa, quien pide que no se difunda su identidad.
Es obvio que entiende el castellano, pero habla en “idioma”. Ramón la traduce a veces, y a veces responde él nomás. Otros integrantes de la comunidad, de la familia, se sentarán detrás, a escuchar y a comentar o agregar un dato, pero siempre en “idioma”, en voz baja y dirigiéndose el traductor.
La dueña de casa habla de que antes las mujeres iban a vivir en pareja a los 25, 30 años, no como ahora, que “hay chicas de 12, 10 años que tienen familia”. Eso pasa en su comunidad, dice, y añade que “quizás” se deba a “un descuido de la familia”, de los mayores, se sobreentiende. En San Luis viven 425 personas. La agente sanitaria agrega el dato de que hay 20 niñas madres.
Ensimismada, como mirando para adentro, con las pausas características del hablar wichí, la mujer también lamenta que ya no se hagan artesanías, porque “hoy la mayoría de las costumbres se pierden”.
Y los adolescentes y a veces todavía niños, varones y mujeres, “se dedican a ir a tomar y a juntarse con un grupo de (otros) chicos”. Y así, hay quienes que “no quieren ir a la escuela”. Consumen sobre todo alcohol, pero también “hay otras cosas”, añade Ramón: “Todas esas cosas que van apareciendo”.
“Del otro lado está Bolivia”, responde cuando se le pregunta por las causas del consumo de alcohol, y de otras sustancias, entre adolescentes y jóvenes de su comunidad. Lo dice como si eso lo explicara todo.
En efecto, el camino de acceso a la comunidad, que la atraviesa, va a morir en el curso del Pilcomayo, el río marrón de sedimento que en las épocas secas baja tanto que facilita el cruce a la otra costa, Bolivia. Un cauce de unos cien metros hace de límite natural entre Argentina y Bolivia. Del otro lado está Esmeralda; los chicos cruzan el río a nado o caminando, y ahí, dice Ramón, consiguen alcohol y esas cosas que nadie quiere nombrar y que se dan por sobreentendidas.
Ramón cuenta que de este problema se habló mucho, de cómo prevenir que los chicos caigan en las adicciones, pero hasta ahora en San Luis no le encuentran la vuelta.
Un río sin peces
De San Luis era uno de los niños, una nena de cinco años en realidad, fallecidos por malnutrición en estos primeros días de 2020. Ahora hay 15 chicos en riesgo por bajo peso.
“Hace mucho que acompaño a mi tía (la agente sanitaria) a hacer un seguimiento de los chicos de bajo peso”, cuenta Ramón, ya fuera de su rol de traductor. Dice que cuando alguno de estos niños está muy deteriorado lo derivan al Hospital de Santa Victoria Este, pero muchas veces ven que “no hay atención”, con la dificultad de que hay madres que no pueden contar en palabras castizas cuál es el mal que padece su hijo. “Es muy, muy difícil para ellos (ellas, en realidad)”, a veces dicen que no permitirán el traslado del niño porque tienen que esperar al marido, “por eso a veces viene (al hospital) un grupo (familiar) y los hospitales no lo permiten”.
“(La muerte de nenes por hambre de este año) quizás es un error de todos, del Gobierno y también de las familias”, reflexiona el traductor. ¿Por qué hablan de descuido de las familias? Se pregunta buscando ampliar los dichos de la dueña de casa: porque hay padres que “no atienden bien a sus hijos”, en cambio, en años anteriores cada familia se dedicaba a sus hijos, “buscaba otra forma de dar de comer” a los niños y niñas.
Antes se pescaba y se recogían los frutos del monte. Y la gente “se dedicaba mucho a la caza”. Ahora las cosas han cambiado. Ya “no hay muchos peces”. La razon es, según Ramón, el Proyecto Pantalón, río arriba, la construcción de dos canales de derivación ejecutada en la década del 90 por los gobiernos de Paraguay y Argentina con el propósito de evitar que el río se tapone con los sedimentos que arrastra.
La conversación deriva sobre otros cambios en la vida comunitaria. Ya no hay caza ni algarrobas y otros frutos del monte, pero hay bolsones alimentarios, hay beneficios sociales, se hacen changas, que aportan la mercadería a las familias. La dieta cambió. Ahora se come mucha harina y arroz, se ingiere azúcar. Hay aceite para hacer frituras. Y ese cambio en la alimentación, dice Ramón, incide sobre la salud de sus habitantes, ahora hay personas con diabetes, con deficiencias alimentarias, porque no es lo mismo comer torta frita que mistol, por ejemplo.
También se anotan entre los cambios, las divisiones en la comunidad. Antes San Luis era una sola. Había una sola autoridad para toda la comunidad. Pero ahora hay cuatro sectores, cada una con un líder, que puede ser un cacique o un pastor evangélico.