“Por tenernos sujetas desde que nacemos, vais enflaqueciendo nuestras fuerzas con los temores de la honra, y el entendimiento con el recato de la vergüenza”, escribió ¡hace más de 400 años! la escritora madrileña María de Zayas, tenaz protofeminista cuyas palabras conservan una vigencia demoledora. De ella es la siguiente reflexión: “¿Qué razón hay para que ellos sean sabios y presuman que nosotras no podemos serlo? Esto no tiene más respuesta que su impiedad o tiranía en encerramos y no darnos maestros. Si en nuestra crianza, como nos ponen el cambray en las almohadillas y los dibujos en el bastidor, nos dieran libros y preceptores, fuéramos tan aptas para los puestos y para las cátedras como los hombres, y quizás más agudas”. 

Cuando se habla del Siglo de Oro español, suele pensarse en Quevedo, Lope de Vega, Cervantes, no así en las autoras que escribieron en los siglos 16 y 17, muchas evidentemente olvidadas o apenas reconocidas -como la propia Zayas- precisamente por ser mujeres. Así y todo, en una época en la que a ellas no les estaba permitido recibir ningún tipo de educación formal, que valían como mero “ornamento social”, que se esperaba que fueran sumisas y obedientes, que cumplieran los roles de esposa y madre, hubo descollantes escritoras que rompieron el molde y blandieron la pluma, como evidenciara la muestra "Tan sabia como valerosa", que recientemente se expuso en el Instituto Cervantes, en Madrid.

La intención: recuperar la voz de ignotas autoras, salvo contados casos, “para dar cuenta de las dificultades a las que hubieron de enfrentarse, pero también para reconocer la riqueza del mundo literario femenino de la época”, destacan desde la institución. Advirtiendo los temas esenciales que cruzaron sus textos: la violencia contra la mujer, la institución matrimonial, las normas sexuales, la honra, la educación, los límites a su libertad… Manuscritos, libros impresos, documentos históricos, registros, afiches de adaptaciones teatrales y fílmicas, piezas audiovisuales, integran esta incitante exposición, momentáneamente en parate por razones de público conocimiento.

María de Zayas

“Aunque suene paradójico, las mujeres encontraban mayor libertad creadora en los conventos, donde además disponían de tiempo, por eso el 80 por ciento de las escritoras eran monjas, las otras tenían que dedicarse a las tareas de la casa y procrear”, ofrece la curadora Ana Rodríguez. Para pruebas, la excepcional Santa Teresa de Jesús, que además de fundar las carmelitas descalzas, fue una dama indómita y andariega que quería a sus hijas despiertas y leídas, mirando a los curas de igual a igual. Culta, libre y retadora, se rebeló a la cultura de su tiempo, aún a sabiendas de que la Inquisición la tenía en la mira. A contracorriente, fue además fría mujer de negocios, cerrando tratos con personajes de la alcurnia real; eso sin contar que escribió obras cumbre de la Edad de Oro española… “Lee y conducirás; no leas y serás conducido’, afirma Teresa, frase que ciertamente tiene valor hoy día. 

Rescatada también una bitácora de viaje de monjas capuchinas rumbo a Lima para fundar un convento (“Crónica –dirá la curadora- que merece una película, con episodios como el ataque de corsarios a su barco o cómo una de ellas sufre un cáncer de pecho, al que llama zaratán”). Piezas de la dramaturga granadina Ana Caro. De la novelista Leonor de Meneses, popular durante los reinados de Felipe IV y Carlos II. De Catalina de Erauso, novicia donostiarra que a fines del siglo 17 se escapó de su convento e hizo vida de varón en el ejército y las colonias españolas de América, logrando más tarde que el papa Urbano VIII le concediera licencia para seguir “en hábito de hombre”. Y poemas de muchachas que antaño participaban en justas y concursos poéticos…

“Figuras como Zayas conectan con el siglo 21: hacían alegatos contra las violaciones y el machismo, hablaban del papel que tenía la mujer en la sociedad, del matrimonio…”, resalta Rodríguez sobre un personaje que merece capítulo aparte. Nacida en Madrid en 1590, de su obra se desprende que, además de ser ducha en tareas “aceptables” como el tañido de ciertos instrumentos, danzar y bordar, tenía nociones de historia y aritmética. Y de escritura, sobra decir. Fue poeta y dramaturga, pero fueron sus novelas cortas -reunidas en libros como Novelas ejemplares y Desengaños amorosos- las que le valieron el elogio de notables contemporáneos como Lope de Vega o Castillo Solórzano. 

Es tenida por primera española en publicar un libro de ficción con su nombre, y en sus relatos abundan “galanteos, traiciones, deshonras y desengaños, en fin, mucha capa y espada”, según precisan voces especializadas, que colocan a sus trabajos a la altura de los de Cervantes. Abunda además la crítica a la situación de represión y sometimiento de la mujer; a los maridos que ejercen autoridad cruel, abusiva; a conceptos como honra y honor que, según advierte, operan en beneficio exclusivo de los varones; a los obstáculos de cultura y costumbres que impiden que la mujer participe en la vida intelectual y comercial… Sus personajes femeninos, nunca pasivos, nunca indecisos: libres y desenvueltos, pasionales, deseantes.

Si fueran necesarias más razones para admirar plenamente a esta rompedora mujer, sépase que defendió la prosa sencilla, alejada de cualquier barroquismo, mofándose de los excesos retóricos del culteranismo: “Yo, como no traigo propósito de canonizarme por bien entendida sino por buena desengañadora, es lo cierto que ni en lo hablado ni en lo que hablaré he buscado razones retóricas ni cultas porque, además de ser un lenguaje que con extremo aborrezco, querría que me entendiesen todos: el culto y el lego. Y así he procurado hablar en el idioma que mi natural me enseña y deprendí de mis padres, que, lo demás, es una sofistería en que han dado los escritores por diferenciarse de los demás y dicen a veces cosas que ellos mismos no las entienden”.