Dame un talismán nipón
Cuenta cierta leyenda japonesa del período Edo que una sirena cubierta de escamas, con tres aletas, larga y abundante melena, contundente pico por boca, hizo su aparición en el 1800s en las aguas que orillan los terruños de Kumamoto. De nombre Amabie, la mítica y refulgente criatura emergió para profetizar sobre seis venideros años de abundantes cosechas pero, antes de sumergirse y desparecer sin más en mar abierto, advirtió al oficial humano con el que entabló conversación sobre una posible, masiva situación fatal. “Si se extiende una plaga", le dijo, "muestra una pintura mía a quienes padezcan la enfermedad y se curarán”. Enmarcada en la tradición del yōkai (léase monstruo o espíritu sobrenatural del folklore nipón), ha resurgido por estas fechas difíciles la mentada sirena en las redes de Japón tras tantísimos años en el olvido, resucitada la historia por ilustradores y mangakas amateurs y profesionales que comparten hoy su propia versión de la Amabie en respuesta a la pandemia que sacude al planeta todo, en pos de protección. Dibujos en lápiz, esculturas de lana, imágenes digitales, animaciones: diversificadas sus formas según la habilidad del artista en cuestión, ofician hoy de simbólico amuleto y se multiplican en Twitter e Instagram. Según el especialista en materia Nagano Eishu, el atractivo tradicional de estos personajes folk residía en que “la gente estaba convencida de que al observar a una criatura rara o fantástica, podía capturar algunos de sus talentos místicos y ayudar a erradicar la desgracia, evadir el mal”. Se hizo, por caso, cuando oleadas expansivas de cólera hirieron gravemente a Japón en el siglo 19, “entonces se vendían imágenes de monstruos de tres patas que se asemejaban a monos por todo Tokio, cual talismán”. Y, a la evidencia remitirse, se vuelve a hacer hoy. Aunque pocos registros históricos haya suyos, hoy la Amabie es sensación y terapia: después de todo, nada se pierde y mucho se gana aplacando la ansiedad con lápiz, lana, pluma…
Persevera y puede que eventualmente triunfes en la música
Si el asunto marcha viento en popa, previsto está que el 1 de septiembre debute en literatura infantil el muy millonario, muy exitoso novelista Dan Brown, autor de thrillers que dio con la tecla del éxito con El código Da Vinci y, desde entonces, acumula superventas. Lo hará por todo lo alto, con el “multisensorial” La sinfonía de los animales: libro de fábulas con fauna estelar, ratón director de orquesta y músicos canguros, elefantes, hipopótamos, entre otras variedades, que cuenta con ilustraciones de la artista húngara Susan Batori. Cuenta también con una flamante banda de sonido: piezas clásicas para peques, según se viene anunciando, que ha grabado la Zagreb Festival Orchestra de Croacia y podrán escucharse a través de una app vinculada. Al respecto: es el mismísimo estadounidense el compositor de las venideras pistas, dato que no sorprende (demasiado) de considerar que, antes de entregarse a la pluma, fue Brown un músico de aspiraciones… frustradas. Si bien La sinfonía… es su primer lanzamiento discográfico oficial desde que devino novelista, tiene antecedentes: “un puñado de álbumes que incluían temas como Sweet Pleasure in Pain y una balada sobre sexo telefónico llamada 976-LOVE”, relata sucintamente el periódico The Guardian. Antecedentes que, tiempo atrás, la revista especializada NME llamara “un pasado musical atroz”, mofándose de su primer esfuerzo: un manojo de canciones infantiles “simplonas y repetitivas” que lanzó en formato cassette. Mofándose además de su insistente intento por triunfar en Hollywood con el homónimo Dan Brown, intentona soft rock a la que siguió, en 1994, Angels and Demons, disco con tracks “asombrosamente malos, decididamente exagerados, una cruza entre Barry Manilow y la banda sonora de Baywatch” (NME nuevamente). Aquello sin mencionar sus canciones pop… en español. Al parecer, fan de Víctor Manuel, Ana Belén y Mecano, decidió formar la banda Piropo, viajó a Madrid, se reunió con discográficas. Los doce temitas, al cajón. “Norteamericanos cantando en castellano: creíamos que era una idea brillante. Obviamente no fue así”, en palabras del propio Dan, que sigue y sigue insistiendo con la composición… Habrá que ver qué tal le sale esta vez.
Cronología de muchas despedidas
“Durante casi tres décadas, tomé fotografías mientras decía adiós a mis padres y me alejaba en coche de su casa de Sioux City, Iowa. Empecé en 1991 con una instantánea rápida y seguí haciéndolo con cada visita. Nunca me propuse hacer una serie: era una manera de lidiar con la tristeza de irme, de dejarlos. Y poco a poco se convirtió en nuestro ritual. Cuando descubrí que había acumulado un buen número de imágenes yéndome, ellos saludando, entendí que tenía en mis manos una historia sobre la familia, el paso de los años, lo desgarrador de las despedidas”. Así habla la artista estadounidense Deanna Dikeman de Leaving and Waving, retratos que ofician de entrañable álbum familiar y, a la vez, devienen conmovedora cronología de un gesto que --aunque repetido-- no pierde intención ni emoción. De aquellos encuentros, recuerda la fotógrafa que su papá atendía con especial mimo los tomates que crecían en su jardín trasero; que su mamá la recibía con pollo frito y pasteles recién horneados. Algunas noches de lluvia, le decían chau desde el garaje, a resguardo de las gotas; en días soleados, bajo el alero de la casa. En invierno, abrigadísimos, con bufandas y camperones, rodeados por montículos de nieve. En verano, con ropa ligera, bajo el árbol de arce que emperifollaba el ingreso. Inevitablemente, el tiempo hace mella; aunque de perenne actitud jovial, sus parientes van envejeciendo. Y ella los captura cada vez desde la ventanilla de su auto, previo al inevitable “hasta luego”… La última foto donde aparece su padre es de fines de 2009: sosteniendo su bastón, apoyado ligeramente sobre su esposa, el hombre de 91 años le dedica una sonrisa sincera, amable a su hija. “No más fotos, Deanna”, dijo mamá Dikerman tras la muerte de su marido, pero la protesta fue tan leve que desoyó la muchacha, y continuó la tradición hasta 2017, cuando el RIP alcanzó a su madre. “Después de su funeral, tomé una foto más, de la entrada de la casa vacía. Por primera vez en mi vida, nadie me devolvía el saludo”, recuerda la artista. Por esas cosas de la vida, empero, hoy se encuentra en situación inversa a la de antaño: meses atrás, su hijo abandonó el hogar en Columbia, Missouri, para ir a la universidad. Tras cargar el coche y ponerlo en marcha, frenó su primogénito y preguntó a Deanne: “¿No vas a tomarme una fotografía?”. Sorprendida, corrió a buscar la cámara y estrenó rol en el viejo, renovado, ritual.