Limónov no es un personaje de ficción; pero desplegó tantas máscaras en su intensa y polémica vida que desafía las leyes no escritas de lo que se considera verosímil: delincuente juvenil, poeta maldito, mendigo y mayordomo en Nueva York, intelectual mimado en París, líder revolucionario, combatiente en la guerra de los Balcanes al lado de las tropas serbias, preso en la temida cárcel de Lefórtovo, creador del Partido Nacional Bolchevique (una suerte de nacionalsocialismo a la soviética), férreo adversario de Vladímir Putin y candidato a presidente. Eduard Limónov –que de él se trata, aunque una parte del mundo lo conozca por la novela biográfica o biografía novelada del escritor francés Emmanuel Carrère- era un autor de ficción que sabía contar su vida, con un estilo sencillo y concreto, sin afectaciones literarias y con la energía de un Jack London ruso.
Carrère cuenta que Limónov –que murió en Moscú el martes 17 a los 77 años- había nacido con un hígado de acero que le permitía participar en esas maratones de embriaguez que los rusos llaman zapói, que no es una curda de una noche. El zapói consiste en pasar varios días borracho, vagando de un lugar a otro, subir a trenes sin saber adónde van y olvidar todo lo que has dicho y hecho. Antes de que la escena editorial pontificara “las literaturas del yo”, Limónov, precursor iconoclasta y genio inefable, escribía convencido de que “la vida fue mi maestra”, como lo ha confesado. Publicó Soy yo, Édichka, sobre sus experiencias homosexuales con vagabundos negros en la Nueva York de los años 70, que fue publicada en París en 1979 y cuando salió en Rusia en 1991 vendió más de un millón de ejemplares.
En Diario de un fracasado, una especie de biblia de todos los losers resentidos del planeta, el texto de la contratapa condensa el espíritu de esa narración: “Si Charles Manson o Lee Harvey Oswald hubieran escrito un diario, se habría parecido a esto”. En una de las páginas del libro, el “yo” limónoviano de treinta años, emigrante sin un centavo de dólar lanzado a las calles de Nueva York, proyecta sus expectativas oníricas. “Sueño con una insurrección violenta. Nunca seré Nabokov, no correré nunca detrás de las mariposas por las praderas suizas, con piernas anglófonas y velludas. Que me den un millón y compraré armas y provocaré una sublevación en cualquier país”. Limónov se inventó así mismo como escritor para reemplazar su apellido original, el más convencional Savenko, un guiño a su humor ácido y belicoso, porque limon significa limón y limonka es la granada (la bomba de mano). Dueño de un estilo punk y nihilista, es a las letras lo que Johnny Rotten, el líder de los Sex Pistols, a la música del siglo XX.
La gran paradoja en la novelesca existencia de Limónov –autor también de El libro de las aguas (2019), el último que publicó en español por la editorial Fulgencio Pimentel, con fragmentos de su vida a partir de los recuerdos vinculados con el agua: mares, océanos, ríos, saunas, lluvias- es que su fama fuera de Rusia se la debe a Carrère. El escritor ruso capitalizó el tiempo de su vida. Él mismo lo reconoció: “No tenía ninguna oportunidad cuando nací, pero violé mi destino”. Nunca será Nabokov. Siempre será Limónov, la granada más ácida de la narrativa rusa del siglo XX.