"Más que sorprenderme por lo que sucede, me sorprende lo familiar que me resulta esta historia, que no por ser real deja de ser un historia fantástica”, escribe Daniela Danelinck a propósito de lo que está sucediendo con la pandemia del coronavirus (por cierto, su ensayo “Debería darte vergüenza” es una pieza que recomiendo para entender el mundo: http://www.grupoheteronimos.com.ar ). El “virus extranjero”, lo ha rebautizado Trump y sus seguidores, porque saben (insisto en ello) que el nombre de las cosas determina las cosas. Aquí, en esta España que no sale de su asombro, algunos líderes del neofascismo se han contagiado y aprovechan la circunstancia para sacar pecho. Han identificado a su cuerpo con la unidad de España, y declaran que con la fuerza de su patriotismo van a combatir a ese extraño que nos ha invadido, como si no tuviésemos bastante con todo lo que nos invade desde dentro. No son tontos estos cretinos. La ecuación cuerpo=patria se vende fácilmente. Mientras tanto, hay teorías para todo. Boris Johnson declara la impotencia para controlar el virus y considera que es mejor que los británicos se contagien todos a la vez, así se generan anticuerpos y evitan las medidas que pueden afectar a la economía. Una selección darwiniana al servicio de la supervivencia de la especie, la especie del gran capital, por supuesto. Que se salve el más fuerte, que de pura casualidad suele vivir en Kensington. Un vídeo muestra una impresionante algarada de monos en una ciudad de Tailandia. Por falta de turistas que suelen darles de comer se pelean por un yogurt que uno de ellos ha encontrado tirado en una avenida. Se entiende que los monos nos fascinen: son nuestro mejor espejo. Les falta la crueldad para ser casi humanos.
El discurso tecnocientífico, que se jacta de derrotar la imposibilidad, poco puede contra este real que ha estallado y del que (ya lo ha advertido Agamben) el capitalismo sacará una buena tajada: una oportunidad de oro para que la mayoría del mundo se convierta en un gigantesco campo de pruebas, donde se ensayen y perfeccionen los métodos de vigilancia de poblaciones, cierre de fronteras, clausura de ciudades y reclusión forzosa de los ciudadanos. Se escribirán nuevos tratados de ética: ¿a quién salvar en situaciones extremas? Las mujeres y los niños primero es un lema que ya ha caducado. No interesa ni como artículo vintage. Por supuesto que estas medidas excepcionales son inevitables. Pero lo excepcional tiende a volverse familiar, y en poco tiempo cotidiano. Que lo fantástico se vuelva normal muy bien podría ser el imperativo de la época. ¿Sería mejor que después del 11 de septiembre no se hubiesen establecido sistemas de control en los aeropuertos? Es probable que no, pero lo importante es que la seguridad se haya convertido además en instrumento de manipulación política. La pandemia es maravillosa. Satisface a los que creen que Dios nos manda su castigo desde las alturas y a los que están convencidos de que el extranjero tiene la culpa. Ambas teorías son verdaderas. Dios nos manda su castigo por la arrogancia de creer en el progreso, y el extranjero que todos somos y tosemos hacia afuera es el responsable de la peste que nos mata todos los días y que no cursa con síntomas gripales, sino que sale del inmenso agujero que se ha abierto en nuestra concepción del mundo. Mientras tanto, los italianos confinados en sus casas se asoman a los balcones y cantan a la vida. Eso también es parte de la locura globalizada, y que en cierta medida ha existido siempre. Ya lo sabíamos por el Decamerón de Bocaccio (también italiano), que lo escribió a propósito de la peste bubónica de 1348 y en la que mostró que -incluso al borde del final del mundo- siempre hay lugar para el deseo de vivir.
*Psicoanalista de la AMP (ELP). Red Zadig en España. 15/03/2020.