“El temor gobierna estas memorias, un temor perpetuo. Por supuesto, no hay infancia sin terrores, pero me pregunto si no habría sido yo un niño menos asustado de no haber tenido a Lindbergh por presidente o de no haber sido vástago de judíos”. La cita corresponde a las primeras líneas del libro y habilita el clásico interrogante “¿qué hubiera pasado si…?”. Esa pregunta es la base de todo relato ucrónico, la condición sine qua non de su sentido y pertinencia. Entonces, ¿qué hubiera pasado si Franklin Delano Roosevelt no ganaba nuevamente, por tercera vez consecutiva, las elecciones presidenciales estadounidenses de 1940? ¿Y qué hubiera pasado si Charles Lindbergh, benemérito superhéroe americano sin capa ni calzas ajustadas, hubiera decidido candidatearse a la presidencia por el partido republicano? Son preguntas que no tienen demasiado sentido por su propia cualidad contrafactual. Excepto, desde luego, en el terreno de la ficción, donde cualquier desafío a la imaginación está más que permitido. La nueva miniserie original de HBO, que la señal comenzó a emitir el lunes pasado, adapta la novela The Plot Against America, escrita por Philip Roth y publicada originalmente en 2004, llevando el relato en primera persona del texto a un racimo de miradas personales, las de los seis miembros de la familia Levin, testigos de unos Estados Unidos de América poco dispuestos a participar de la gran contienda europea y, como consecuencia de los cambios políticos más impensados, víctimas de un sistema que comienza a observar a los ciudadanos judíos como posibles enemigos internos. El responsable máximo de llevar adelante los seis episodios de esta esperada producción no es otro que David Simon, el experiodista que gracias a series como The Wire o The Deuce –de las cuales no sólo fue su creador sino el principal guionista– logró transformarse en una de las firmas más prestigiosas dentro del inabarcable universo de la ficción televisiva. “En 1940 éramos una familia feliz”, continúa el primer capítulo del libro de Roth, antes de ubicar un “entonces” gigantesco en el texto. “Entonces los republicanos proclamaron a Lindbergh candidato a la presidencia y todo cambió”. Es el comienzo de una historia que nunca ocurrió y que, posiblemente, nunca podría haber ocurrido, pero que, en el camino, ilumina aspectos sociales, políticos y culturales del pasado y del presente.
El choque de planetas Roth-Simon viene generando grandes expectativas desde que HBO anunció la producción de La conjura contra América, tanto en los seguidores de la obra del primero como en los del segundo. Nacido en Newark en 1933, Philip Milton Roth falleció en 2018, a los 85 años, dejando detrás una obra literaria vasta y rica en el terreno de la novela y el relato breve, que muchos especialistas insisten en destacar por su carácter autobiográfico. Al respecto, Roth declaró en su momento que “si escribo ficción, me dicen que es autobiografía. Si escribo autobiografía, me dicen que es ficción. Como yo soy tan tonto y ellos tan brillantes, que decidan ellos”. Más allá de las etiquetas y de su enojo al respecto, el legado artístico de Roth no puede sino ser considerado como uno de los más importantes de la segunda mitad del siglo XX en su país: novelas como El lamento de Portnoy y aquellas que integran la así llamada “trilogía americana” (Pastoral americana, Me casé con un comunista y La mancha humana) fueron y siguen siendo celebradas en todo el mundo, a pesar de esa esquiva nominación a un premio Nobel. Es en esas páginas donde el interés por las convulsiones políticas y sociales cristaliza como un tema central de los relatos, desde los conflictos raciales de la década del 60 a la era Clinton, pasando por los años duros del macartismo. La conjura contra América no fue su última novela, pero sí es el texto que cierra sus “libros y memorias Roth”, volúmenes narrados en primera persona por un personaje central que lleva su mismo apellido, así su nombre sea Philip u otro. David Simon nació en Washington en 1960, un año después de la publicación del debut de Roth. Pero su juventud no se vio marcada tanto por la literatura como por el periodismo: su trabajo para el diario The Baltimore Sun, sección policiales, lo llevó a conocer en profundidad el submundo del crimen de esa ciudad, experiencia que terminaría reflejada en el libro Homicide: A Year on the Killing Streets, publicado en 1993. Luego llegaría el click: la serie Homicide, basada libremente en sus propios textos, lo llevaría a colaborar esporádicamente en la escritura de guiones, primer paso en el mundo de la ficción televisiva. Tiempo después, en 2002, sería el turno de The Wire, que en los anales de esta nueva era dorada de las series es inobjetablemente señalada como uno de los pilares fundamentales de la producción seria y de prestigio, además de la primera colaboración con la cadena HBO que, hasta el día de hoy, nunca se ha roto.
CAMBIO DE NOMBRE
Los Roth de La conjura contra América impresa se transforman en la pantalla en los Levin. David Simon pudo encontrarse una única vez con el escritor antes de su muerte, hace poco menos de dos años, para discutir algunos aspectos de la adaptación. Fue el propio autor de la novela quien sugirió cambiar el apellido de los personajes, ya que el componente autobiográfico del texto perdería inevitablemente esa cualidad en su traslación audiovisual y, por lo tanto, veía conveniente universalizar el relato. Los Levin, entonces. Habitantes de Weequahic, un tranquilo barrio suburbano de Newark, Nueva Jersey. En el comienzo del primer episodio, Herman Levin (Morgan Spector) recibe la excelente noticia de un ascenso y consiguiente aumento de salario. Su esposa Elizabeth es ama de casa y el rol, nada sencillo, cayó en las manos de Zoe Kazan, la nieta del polémico realizador Elia Kazan, quien ya había colaborado con Simon en la serie The Deuce interpretando a la esposa de uno de los personajes encarnados por James Franco. Evelyn Finkel (Winona Ryder), una treintañera preocupada por su plausible entrada al conjunto de las solteronas, es la hermana menor de Elizabeth y vive con ellos bajo el mismo techo. Herman y Elizabeth tienen además dos hijos, Alvin y Sandy, ambos en edad escolar primaria. El sexteto de habitantes de la casa se completa con el hermano de Herman, Alvin, quien anda por la vida un poco a los tumbos, sin un plan demasiado claro de cara al futuro. Según las palabras de Roth, esa familia ve al trabajo, más que a la religión, como aquello que los distingue, tanto a ellos como a sus vecinos. “En el vecindario nadie llevaba barba ni vestía al anticuado estilo del Viejo Mundo, y nadie usaba kipá ni en la calle ni en las casas que solía visitar con mis amigos de la infancia. Los adultos ya no realizaban las prácticas externas, reconocibles, de la religión, si es que la practicaban en serio de alguna manera, y, aparte de los tenderos más viejos, como el sastre y el carnicero kosher (y los abuelos achacosos o decrépitos que se veían obligados a vivir con sus vástagos adultos), casi nadie del barrio hablaba con acento. (…) Israel aún no existía, seis millones de judíos aún no habían dejado de existir, y la relación que tenía con nosotros la lejana Palestina era un misterio para mí”.
La música de jazz bailable y un diseño de producción pensado hasta el más mínimo detalle histórico (algo que Simon ya había cuidado milimétricamente en The Deuce) demarcan el comienzo de la historia: la dinámica familiar, la relación tirante entre los hermanos, el encuentro de Elizabeth con un amante, a su vez colega en la escuela donde trabaja, la incipiente búsqueda artística del hermano mayor, Sandy, y su obsesión por Lindbergh, el héroe que logró cruzar el Atlántico con su avión en 1927 y que, algunos años más tarde, fue víctima del secuestro y muerte de su pequeño hijo. “Voten por Lindbergh o voten por la guerra” se escucha en la radio familiar, mientras en los noticiosos cinematográficos del cine de barrio las novedades del frente francés hacen temer por el futuro del Reino Unido. El caldo de cultivo del fin del aislacionismo está a punto de hervir y en la historia real el ataque a Pearl Harbor definiría de qué lado caería la moneda (y decidiría al Lindbergh de la vida real a tomar partido por la participación bélica de su país). En la ficción, mientras tanto, ocurren otras cosas. Muy distintas.
Para David Simon, “cuando se adaptan eventos reales uno se casa con los hechos”, según declaró en una reciente entrevista con el periódico Wall Street Journal. “Pero aquí uno está liberado de ello. Sin embargo, sentí la necesidad de leer una cantidad importante de escritor políticos de esos tiempos para saber qué podía ser creíble y qué no. ¿Cuánto miedo tuvo Roosevelt respecto de Lindbergh? ¿Cuán cerca estuvo este de ser elegido candidato? Fue necesario leer un montón para poder expandir aquellas cosas que en el libro forman parte de una simple oración”.
La conjura contra América marca una primera vez en la carrera de Simon: el desafío de adaptar una obra ajena y de gran reputación. Respecto de la cumbre entre Simon y Roth, el productor y guionista afirmó que el autor del libro “fue muy específico a la hora de decirme que no debía hacer que los protagonistas formaran parte de una familia ortodoxa. Que la idea central del libro era precisamente que estaban totalmente asimilados. La mentira que persigue Lindbergh es que los judíos no pueden ser tan buenos americanos como el resto. Que es exactamente lo mismo que ocurre hoy en día con los musulmanes e incluso la gente de color. De manera que, para que la cosa funcionara en su contexto, los Levin debían ser seculares”. Lindbergh no es Trump. Lo dice Simon y, según Simon, también lo dijo Roth. Pero el creador de la serie recuerda que en ese encuentro el escritor dijo algo que le quedó grabado en la memoria: “Sé que hay similitudes entre ambos. Pero a no equivocarse: Lindbergh fue un héroe increíble. Fue un ícono de esa era. Voló sobre el Atlántico, era corajudo, era encantador. Lo extraordinario de estos tiempos es que ya ni siquiera necesitamos de un héroe”. Lindbergh era un héroe, sin dudas, pero también un xenófobo con aplicada vertiente antisemita y un defensor de las bondades de llegar a un acuerdo con el gobierno de Adolf Hitler (es bueno recordar que recibió la Orden del Águila Alemana de manos del mismísimo Hermann Göring). La colección de estampillas de Sandy Levin incluye varios timbres especiales dedicados al famoso aviador y la creciente antinomia de su padre respecto de su figura comienza a generar en el muchacho una crisis muda e inmanejable. ¿Cómo es posible que ese hombre que fue recibido por todo el pueblo americano como ejemplo de probidad, coraje y patriotismo es vituperado ahora en su propia casa con toda la fuerza de las palabras y las palabrotas?
EL HÉROE TRASTORNADO
Los Levin hacen un viaje en auto para visitar una coqueta casa de dos plantas y tres dormitorios (uno para cada uno de los chicos), coronada por un bello jardín. El aumento de sueldo permitirá, no sin algo de esfuerzo, comprar el inmueble. Sin embargo, hay un problema: de mudarse allí, no sólo se transformarían en los únicos judíos del barrio sino que deberían convivir con una buena cantidad de vecinos de origen alemán, muchos de ellos defensores del nacionalsocialismo, como queda explicitado muy gráficamente en ese biergarten improvisado en medio de las típicas casitas de cercas blancas. Las miradas airadas, alguna palabra de desprecio, no dejan lugar a dudas para los mayores. Para los chicos, en particular para el menor, no tienen sentido. ¿Qué acaba de pasar?, pregunta en voz alta Alvin, aunque la respuesta llegará más tarde, cuando los actos de antisemitismo flagrante comiencen a ocurrir alrededor suyo. Primero de manera incipiente, luego desembozada. Para Simon, la historia del libro de Roth siempre tuvo un componente personal, biográfico, incluso antes de ser escrito. “Mi padre creció en Jersey City, muy cerca de Weequahic, donde la historia tiene lugar. Tenía siete años cuando Lindbergh cruzó el Atlántico y uno de sus recuerdos más tempranos era el de ir junto a mi abuelo a Manhattan, para recibirlo en el desfile de Broadway, pensando que se trataba del héroe más grande que había visto en toda su vida. Luego, a los diecinueve años, mi padre estudiaba en la Universidad de Nueva York y de repente, para un chico judío, Lindbergh se había transformado en el diablo encarnado. El antisemitismo era una recurrencia bastante rutinaria y si eras judío te encontrabas frente al sentimiento súbito de estar privado de lo que pensabas anteriormente sobre Lindbergh. Mi padre me transmitió esa historia antes de haber leído el libro de Roth”. El guion de la miniserie, coescrito por Simon, Ed Burns y Reena Rexrode hace hincapié en esa sensación de traición, precedida por un particular sentimiento de contradicción difícil de intelectualizar. Al menos para el mayor de los hijos Levin. El patriarca, en tanto, parece tener sus ideas y emociones un poco más claras: Lindbergh es el rostro de todo aquello que debe combatirse.
“Lindbergh quiere ser el salvador de la humanidad y negociar la paz que ponga fin a la guerra, así que, después de que Hitler se apodere de Rusia, después de que conquiste Oriente Medio y después de conquistar todo lo que le venga en gana, Lindbergh convocará una falsa conferencia de paz, del tipo que les encantará a los alemanes. Allí estarán los alemanes, y el precio para conseguir la paz mundial y para que Gran Bretaña se libre de la invasión alemana será que los británicos instalen en Inglaterra un gobierno fascista inglés. Que haya un primer ministro fascista en Downing Street. Y cuando los ingleses digan que no, entonces Hitler los invadirá, y con el consentimiento de nuestro presidente el conciliador”.
En las páginas del libro, el padre le explica a su hijo la coyuntura política internacional en la que se encuentran. El huevo de la serpiente está incubando y las chances de que la situación para los ciudadanos estadounidenses de origen judío cambie radicalmente no parece descabellada. En el seno de la familia Levin la división también comienza a abrirse camino. Evelyn conoce al renombrado (y muy conservador) rabino Lionel Bengelsdorf (John Turturro), una de las pocas figuras de la comunidad que apoya abiertamente las ideas de Lindbergh, y termina casándose con él. Y luego llegan las elecciones. La Casa Blanca tiene un nuevo habitante y la curva de la historia en la ficción comienza a seguir un recorrido diferente al de la realidad histórica. ¿Los Estados Unidos como aliado de las Potencias del Eje? ¿Guetos judíos en los Estados Unidos? ¿El fascismo como realidad política y cotidiana? Esa es la ucronía de la novela de Roth y de su adaptación a la pantalla, que Simon no puede dejar de ver como un ejercicio de fantasía con sus dosis de admonición sobre hechos del presente. En conversación con la revista online Collider, el creador de la serie vuelve a detallar aquellos aspectos de nuestra realidad que le parecen preocupantes: “En este momento, los judío-americanos no conforman el grupo más vulnerable, aunque el antisemitismo está en aumento. Siempre lo está cuando abunda la intolerancia. Pero la gente más vulnerable hoy en día, las víctimas de los abusos a los derechos humanos, es aquella de color negro o marrón y los musulmanes. Se lo puede ver en la frontera sur de nuestro país y en los aeropuertos. Y también en la demonización de la cultura de la inmigración. Esa es la verdadera tarta americana. Así que lo que uno ve es lo mismo que Roth describe en el libro, llevado hacia el futuro”. La realidad casi siempre tiene la capacidad de superar cualquier ficción, por más rabiosamente fantasiosa que esta parezca.