Es un actor que no puede parar de hacer teatro. La entrega en la actuación es para Iván Moschner una especie de piscina en la que se permite nadar y para hacerlo busca materiales donde perciba novedad. Desde el encuentro con sus colegas lee el territorio en que implanta su praxis de actuación. En este último tiempo, las obras de este relevante actor de la escena porteña ocupan los tres circuitos teatrales.
Iván tiene una cadencia extrañada en su hablar, singular, se lo oye y ya atrapa. Es originario de Misiones y migró hacia la Capital hace ya casi 40 años. De todos modos, haber nacido en un cerro nunca dejó de ser una enorme referencia. Así reconoce las subidas y bajadas, para el resto imperceptibles, del terreno por debajo de las calles porteñas y los “escenarios en altura”, desde donde pareciera que se puede actuar mientras “se mira un poco desde arriba”, como afirma con convicción. Su trayectoria en el camino es diversa y transgeneracional.
Al inicio de su carrera participó en una versión que Inda Ledesma hizo de Medea, y en estos últimos años trabajó en La Tempestad (con dirección de Penny Cherns), 3 8 S M (de Laurent Berger), Parias (dirigida por Guillermo Cacace), Lo lindo de calzarse es pisar en cualquier lado (con dramaturgia y dirección de Julián Rodríguez Rona), La crueldad de los animales (también bajo la dirección de Cacace), entre varios otros espectáculos estrenados tanto en el circuito oficial como en el off e incluso dentro de, lo que hoy podríamos llamar, el off del off (es decir, espacios a los que se accede únicamente con invitación previa, como una especie de speakeasy escénico). Hoy circula en esos tres circuitos productivos porteños, navegando entre uno y otro, sin dejar de configurar pensamiento crítico sobre el campo: “el teatro independiente ya murió”, afirma.
Pero sea cual sea el marco, una vez que acepta un proyecto y empieza a ensayar las reglas se repiten: experimentación, riesgo, entrega. Sin ese trío no se activa la pulsión para la creación, especie de “necesidad vital” que responde a la pregunta “¿qué me trae esto de nuevo?”. El encuentro con sus compañeros se establece por “empatía artística”, que en muchos casos precede a las obras. Y, si bien Moschner dice discrepar políticamente con la mayoría de sus colegas, considera que para crear hace falta tener una militancia de lo artístico, una militancia sin programa ni estrategia. Porque ahí radica la entrega a ese otro con quien se encuentra cuando emprende un nuevo camino.
Por otra parte, busca “concentrar presencia en escena” y la vía para hacerlo no es otra que el estudio: listado interminable de preguntas acerca de fútbol, modismos y reglas; lecturas de 1800, 2000 páginas para apariciones breves en obras multitudinarias; recorridos pautados a modo de coreografías en obras sin danza; aprendizaje del texto en modalidad talibana, son algunos de los rituales que utiliza a la hora de estudiar.
“Necesitaba este premio, lo necesito”, dijo cuando recibió el Trinidad Guevara en el rubro mejor actor protagónico por su labor en la obra Los días de la fragilidad (galardón gracias al cual, desde julio de 2019, recibe una pensión de por vida) y cuando se explaya afirma que desde ese momento tiene libertad plena para elegir sus trabajos. Últimamente los elegidos han sido tres: con dramaturgia y dirección de Fabián Díaz, Los hombres vuelven al monte toma como punto de partida el acto azaroso de la entrega de un documento sin sello que funciona como el inicio de un peregrinaje por el recuerdo. Éste se alinea y se bifurca en la historia de un padre y su hijo atravesados por el monte, el fuego, la guerra y nuevamente el fuego. Ese andar transitará reproches de ausencia manifiestos en calor y transpiración; el encuentro de compañeros con cicatrices en común que agrupa a los “héroes del sur” en medio del monte. Se trata de una obra que trabaja un tema doloroso como es la guerra de Malvinas, pero de manera atípica. La belleza de este material radica en la sencillez de las palabras que traen a dos personajes a la escena desde el entretejido elaborado por el mismo actor. La misma voz evocando dos cuerpos y dos tiempos. Iván es esos hombres que vuelven al monte.
Tadeys, con dirección de Albertina Carri y Analía Couceyro, es un abordaje escénico de la novela del mismo nombre de Osvaldo Lamborghini. En la escena un buque abandonado funcionaba como correccional para “dulcificar las costumbres de adolescentes violentos”, trabajando sobre la idea de que a la docilidad se accede a través de la feminización. Moschner es la Exuberante, el sujeto-piloto, el primer joven violento que fue transformado en “una damita deliciosa”. Junto con sus compañeros de elenco (Diego Capusotto, Canela Escala Usategui, Javier Lorenzo, Felipe Martín Saade, Florencia Sgandurra, Denisse Van Der Ploeg) el actor configuraba ese universo de adoctrinamiento que expone muchas de las tensiones que nos circundan hoy, como la asociación entre femeneidad y sometimiento, ideas en torno a la construcción de identidad y la cuestión de la disidencia sexual.
Los días de la fragilidad es un material muy singular, una especie de experiencia poética en un espacio no convencional. “Una chica juega al fútbol en Once Unidos, se enamora de un mudo que escribe las canciones del club y viven un romance roto en el muelle de pescadores” dirá su autor, Andrés Gallina (autor también junto a Matías Moscardi de El diccionario de la separación publicado por Eterna Cadencia). Al adentrarse en este vínculo que parece imposible esta obra del despojo y la levedad, toma al fútbol y su mitología para voltearla por completo. Totalmente desfasada de los espacios comunes asociados a este deporte, el amor resurge como la creación de una lengua nueva y el mudo se encuentra con la asesina del gol, cuya madre poeta le enseñó que el fútbol se mama desde la teta. Con todo esto la épica sigue intacta. Confrontada, además, con la fragilidad del encuentro se da una batalla en que el amor se impone como fuerza arrolladora. El equipo se completa con la precisa y luminosa Manuela Méndez, Fabián Díaz en la sensible dirección y Patricia Casares acompañando con bella música en vivo.
Este es su presente, pero ya llegarán nuevos tránsitos. Para Moschner cada obra es “la única” y no hay obras que sean peldaños hacia otros lugares. Se presentan una a una para traer, cada vez, una nueva migración hacia otros territorios de la actuación.
Al retomarse las actividades y en función de lo que indique el protocolo sanitario se podrán ver: Los hombres vuelven al monte se presentará en Teatro Picadero, Pasaje Santos Discépolo 1857, los sábados 22; Los días de la fragilidad realizará funciones en el barrio de Chacarita, los domingos a las 12. Reservas únicamente a: [email protected]