Desde siempre escuché música clásica, quizás, quién sabe, como una subversión. Recuerdo que mi padre se encerraba con mi hermano a escuchar y hablar sobre música y yo quedaba afuera oyendo el sonido acallado por los muros del privilegio masculino que lo volvían aún más atractivo.
Cuando me asumí artista mi propio taller se volvió una caja de resonancia de esa enseñanza indirecta. “La música está detrás de las notas” decía Horowitz, y yo podría decir “la música está detrás de mis trazos”. Como suele suceder en todos los campos del arte, la mayor parte de los artistas que me inspiraron fueron hombres. Al igual que mi hermano y mi padre. Pero hubo una gran excepción a la regla: Martha Argerich. Tantas veces me senté a trabajar en compañía de esta mujer que nació tan solo 12 años antes, en 1941, y que tuve el privilegio de ir a escuchar en 1969 cuando fui con mis padres a escucharla al teatro El Círculo, en Rosario.
Hace poco justamente mi hermano me regaló la biografía Martha Argerich, de Olivier Bellamy. Su lectura no solamente me resultó atrapante sino que me generó una identificación muy especial. El libro habla de la Martha artista pero no de manera idealizada, sino de una Martha en continua duda y de la vida que uno pone en la obra y que nunca es suficiente. Habla de una Martha con problemas para salir al escenario, del telón que se alza como burlándose de sus temores y cuando se sienta en el piano todo se transforma y se pone a "cantar".
Ella dice “Es muy difícil ser pianista. Nadie te está esperando, nadie te necesita. Como Jacques Lacan podría haber dicho: tocar el piano es dar lo que no estás seguro de tener a las personas que no están seguras de que lo quieres.” Llamativamente Martha en plena crisis con su piano pensó que su vocación era el dibujo. Qué suerte que no fue así. Y no fue así porque, cuenta el libro, la música le ha salvado la vida.
Y el libro cuenta mucho de esa vida, habla de la Martha niña, de la Martha adolescente, de la Martha madre, de la Martha con una relación sumamente difícil de amor/odio con su madre, Juanita, esa madre que si le cerraban la puerta en la cara , entraba por la ventana , convencida de que tenía razón y ofendida si encontraba resistencia.
Y habla de sus rutinas, de la Martha que solo trabaja bien cuando todo el mundo duerme, cuando los relojes se detienen y lo invisible que se vuelve visible. Martha estudiaba desde las 2 hasta las 6 de la mañana, con frecuentes interrupciones para hablar por teléfono hablando de sus dudas y temores con sus amigos, para leer, para escuchar la radio o ver quien llamaba a puerta. Ella no contestaba el teléfono mientras que pasaba noche enteras colgada del aparato. La dispersión fue su continua compañera.
Y, como toda biografía, el libro cuenta también anécdotas y revelaciones asombrosas, desde su infancia pródiga en Buenos Aires, donde estudió durante muchos años con Scaramuzza, luego, sus estudios en Viena con Friedrich Gulda, sus inmensos comienzos en Hamburgo y su triunfo en la competencia "Chopin" en Varsovia, hasta el abandono de los recitales, tan desconcertante como frustrante para su audiencia. De ciudad en ciudad va contando la profunda amistad con Nelson Freire, Martin Tiempo, Gidon Kremer, Misha Maisky, Yosha Sivo un extraordinario violinista gitano, su amiga de toda la vida Cucucha, María Rosa Oubiña de Castro y, en Estados unidos, sus encuentros con Fou Ts'ong, entre otros. De sus maridos , Charles Dutoit con quien tuvo una hija llamada Annie, el compositor chino Robert Chen padre de su hija Lyda y Stephen Kovacevich quien fue el padre de su segunda hija Stèphanie cuenta de la tristeza por no poder encontrarse nunca con Horowitz quien, para Martha, era el mejor amante que podría haber soñado el piano.
De su relación con su agente Reinhardt Paulsen. Su amistad con Jacqueline du Pré, a quien siempre admiré profundamente. Y su historia familiar, tan ligada, también, con la mía. Marta nació en Argentina, en Buenos Aires, proveniente de una familia judía de Rusia que emigró a la Argentina a fines del siglo XIX para huir de los progroms zaristas. Juana Heller, su madre nació en Villa Clara una colonia agrícola de la provincia de Entre Ríos en la que vivían miles de judíos asquenazíes, creada por el Barón Moritz von Hirsch, un financista y filántropo judío alemán, donde toda esa gente se salvó de una muerte segura. Mi padre como la madre de Martha A. también nació en Villa Clara y mi familia también vino de Rusia escapando de los progroms.
Quién sabe si se cruzaron, quién sabe qué momentos compartieron. Quién sabe por qué mi segundo nombre es, justamente, Marta.
Catalina Chervin nació en Corrientes, Argentina, en 1953. Egresada de la Escuela Superior de Bellas Artes Ernesto de la Cárcova, formándose con importantes maestros argentinos. Desde hace 30 años trabaja como artista en residencia en la ciudad de Nueva York. Sus obras forman parte de importantes colecciones del mundo. Entre otros ganó el Primer Premio Dibujo del Salón de Artes Plásticas Manuel Belgrano en 2018, El Premio Alberto J. Trabucco de Dibujo de la Academia Nacional de Bellas Artes en 2005 y el Primer Premio Dibujo Salón Nacional, Buenos Aires, en 2003. Vive y trabaja en la Ciudad de Buenos Aires. Se podrá ver su exposición individual Atmósferas y entropía, Museo de Arte Contemporáneo de Buenos Aires, Buenos Aires, Argentina, que hasta el 31 de marzo permanecerá cerrado.