Aquello de que lo difícil no es explicar la realidad sino modificarla resulta muy tentador para simplificar lo ocurrido en estos días de la política argentina.
Es imprescindible tomar nota de una serie de datos de los llamados objetivos, aunque la palabra ya suene un tanto desacomodada visto cómo la devaluaron los intereses del mundo periodístico-corporativo. Es objetivo que la notable marcha de los docentes, el lunes pasado, reveló una potencia intacta de los sectores más concientizados y militantes del gremio, capaz de contestarle bien, muy bien, a la despiadada campaña mediática del Baradel versus Vidal; sindicalista patotero bonaerense contra gobernadora angelical extorsionada; derechos salariales de los maestros frente a no tomar a los niños de rehenes; intento de reducir el conflicto a la provincia de Buenos Aires para ocultar su carácter nacional. Y un aspecto clave que alimenta más todavía el significado de esa multitud de docentes y acompañantes: la convocatoria careció de antelación. Sólo tuvieron sábado y domingo para ponerla en marcha, a los piques, y sin embargo reventó de gente. El paro fue masivo en los establecimientos estatales y, como siempre, menor en los privados que están sujetos a la presión patronal. La foto mediática se concentró en Capital y conurbano para desconocer la adhesión en provincias y zonas donde la educación estatal cumple un rol que la privada no desempeñará jamás. Excepto por los activistas cloacales de las redes, en formato de trolls o de minusválidos políticos que reducen el tema a maestros y profesores vagos que no quieren trabajar, el propio complejo mediático oficialista debió hablar de una manifestación imponente. Cabe preguntarse si acaso al Gobierno no está jugándole en desfavor lo burdo de su táctica. Macri con la chaveta saltada contra Baradel en el Congreso, las imágenes de los hijos del jefe de Suteba por televisión, las invenciones de los call center PRO mostrándolo en un BMW para pedir disculpas por la equivocación a las pocas horas, la guachada casi inconcebible de un periodista que le pregunta por su título de docente, ¿no activan una reacción de sentido rabioso inversamente proporcional? ¿No generan ganas multiplicadas de responder a las provocaciones? Esas preguntas constituyen a la principal, que es si la provocación no estará reflejando debilidad gubernamental.
Día después de la marcha docente, hubo una de las concentraciones gremiales más impresionantes que se recuerden desde el recupero democrático. “Gremiales” es asimismo una simplificación, aunque acertada, porque quedó claro que el ingrediente dominante fue la asistencia de una muchedumbre sindicalizada pero con el apoyo ineludible de sueltos, profesionales, laburantes ajenos al aparato cegetista, desencantados y desconcertados varios. Los medios para-oficiales se ensimismaron con los sucesos alrededor del palco, ya producido el derrape histórico del indescriptible triunvirato cegetista. Eso duró la tarde/noche de la jornada y algunas columnas periodísticas de la siguiente, subrayando el copamiento kirchnero-izquierdista del escenario y los recuerdos del futuro que implican las imágenes en caso de no haberse aprendido la lección. Sobre esto hay numerosas consideraciones que, ya dichas en mayor o menor medida, en on u off, desde los protagonistas directos y desde los comentaristas de toda laya, merecen ser remarcadas. La primera es haberse sabido de sobra que el descontento en las bases excedía largamente las intenciones y pericia de la CGT para poder controlarlo, por más que fuera y sea una bronca dispersa. Constatado eso, ¿cómo es posible, se preguntó, que los triunviros no encontraran la forma de canalizar el desborde, anclado en la exigencia de ponerle fecha al paro general? Pregunta incorrecta, porque ninguno de esos burócratas –en la acepción simbólicamente más jodida del término– estaba allí por convicción combativa. Estaban porque en su momento ganaron tiempo convocando a una marchita pro-productiva, limitada a protestar contra problemillas de avalancha importadora y a efectos de que el Gobierno tirara o encubriera con algún hueso superador de la plata que les saldó por sus obras sociales. ¿Qué podían hacer, instalados ahí arriba frente a una multitud efervescente en la que no eran cuatro gatos locos quienes los puteaban para poner la fecha sino los mismísimos ocupantes del frente de las columnas? ¿Qué podían hacer si no hay uno, además, con mínima representatividad y carisma para controlar una situación como ésa? ¿Qué podían hacer si ni siquiera se le animaron a la Plaza de Mayo, para no ofender a Macri? De manual, después dejaron trascender que la agresividad partió de cien estúpidos; después dijeron que eran mil, y después que fueron los K y los troscos.
Primero, la recurrencia de hablar sobre infiltraciones zurdas rememora el rostro más siniestro de las jerarquías sindicales. Segundo, las columnas kirchneristas y de la denominada izquierda jamás estuvieron sino a varias cuadras del palco. Tercero, ¿cien o mil estúpidos, o una veintena de despedidos del 60, o unos trapitos del gremio de remiseros, o la Cámpora, le aparatean y pudren un acto de masas a la CGT? Bien: o estamos al borde de la revolución y no nos habíamos enterado, o la cúpula de lo que otrora se llamaba central obrera debería dedicarse a conducir un maxikiosco. De todos modos, y para incurrir en el lugar común cuyo consignismo no afecta cierta épica necesaria, nada de esto puede extraviar que el hecho eventualmente re-fundante es la suma de cientos de miles de argentinos que ganaron la calle para decir basta. El cuidado o prejuicio contra ese tipo de sentencias animosas, siendo que se viene y está en medio de una derecha ganadora, legítima en las urnas, no debe reprimirlas. Sea que se considere que lo habido fue una suma de minorías intensas, de estructuras organizadas con capacidad de llenar la calles o de expresiones populares que no representan a mayorías silenciosas, lo objetivo es que a un año y monedas de gobierno reaccionario crece la resistencia y la movilización. Otra vez se demuestra que hay en esta sociedad reservas activas, también reflejadas en las mujeres que cubrieron el espacio público aun después de la energía que insumieron dos enormes manifestaciones inmediatamente precedentes. ¿Cuántos colectivos sociales de dónde pueden enorgullecerse de tal cosa?
El tema que continúa apresurando, de manera inevitable, es qué o quién vehiculiza. Por ahora, no hay respuestas para ninguno de los dos factores. Ni en el qué ni el quién se encuentran contestaciones de corto plazo, que es como se piensa y como se vive. Para quienes todavía guardan esperanzas en el rumbo votado, Macri muestra que su liderazgo es endeble entre la tropa propia –véase la alarma manifestada ayer en las vocerías oficialistas– y lo que sucede alrededor de la candidatura a senador bonaerense de su primo Jorge es categórico. El apellido pasó a jugar contra, no porque la sacerdotisa Carrió lo haya tildado de delincuente con esa vara que por un lado asusta a Cambiemos debido a que para el gorilaje más recalcitrante es palabra sagrada y, por otro, espanta porque ya se sabe que la doctora tiene la particularidad de destruir cuanto construye (a más de que nadie quiere imaginarla en funciones ejecutivas, o dando consejos al respecto). Hay crecientes rumores de cambios de gabinete. La UCA plantó que hay millón y medio de nuevos pobres y 600 mil nuevos indigentes, producto de este Gobierno y no de la herencia recibida. La UIA, en observación aún amable, le respondió a Dujovne que el fin de la recesión sólo existe en sus fantasías. El número inflacionario de febrero conmovió. Frenaron las alzas para abril en el transporte público, demoraron las del agua y dividieron en tres las del gas y en dos las de la luz, para que caigan después de octubre. Si los aliados cascotean, en la calle pasó lo que pasó y el estimado del 17 por ciento de inflación anual mutó a mejor vida, el Gobierno necesita un reanimador que nadie se explica dónde puede estar salvo –electoralmente– en la fragmentación peronista. Y en la estratagema de insistir con la corrupción K, justo cuando empezó a brillar la M. Mirada corta, pero no disponen de otra.
Enfrente, tampoco el qué ni el quién tienen un ordenador. Si algo faltaba para corroborarlo, el bochorno de la CGT despejó dudas. Y quedó archi-renovado, con la suma de Massa sin convicción ni señales, que con Cristina no alcanza y sin ella no se puede. Planteado en esa ecuación de nombre propio alcanza, por ahora, menos que menos. Aunque un poco menos que hace poco. Pero no se puede negar que para expresar a modelos antagónicos no hay otra personalización que sirva mejor. Por lo pronto, aconteció que el papelón estuvo en un palco, no en la calle. Porque ahí, abajo, hubo una ejemplar fiesta contestataria durante tres días consecutivos.
Esa es la noticia, a apenas un año y piquito de asumido Macri.