Desde Olavarría
No era un concierto más para Solari y sus seguidores. Mucho se especulaba con la posibilidad de que fuera el último. Entonces, nadie se lo quería perder, todos querían estar ahí, cosa que se comprobó con las más de 200 mil personas que se dieron cita en Olavarría. Es que el músico de 68 años padece Mal de Parkinson y el avance creciente de la enfermedad convertía en un misterio su continuidad en los escenarios. Sin embargo, lo ocurrido el sábado a la noche, durante el concierto que brindó en el predio rural La Colmena de esta ciudad, cambió el eje de las cosas. Si volverá o no a los escenarios, es algo que realmente no importa. Lo que importa es la muerte de dos personas (Juan Bulacio y Javier Fernando León), una por politraumatismos y otra de un paro cardiorrespiratorio, y las que se encuentran internadas en delicado estado de salud tras sufrir desmayos durante las primeras canciones. Las investigaciones del caso se encuentran en manos de la fiscal Susana Alonso. En concreto, el concierto se tiñó rápidamente con una energía extraña. Después de la cuarta canción –“Ropa sucia”–, Solari frenó el concierto y dijo, palabras más, palabras menos: “Si siguen empujando no podemos continuar con el show. Paren un poco, hay gente borracha y la van a pisar. No se puede controlar a tanta gente”. Y les pidió a la “gente de seguridad” y defensa civil que intervinieran y asistieran a las “veinte” personas desmayadas en la vorágine del pogo y el incesante movimiento en recitales masivos de este tipo. La banda estuvo veinte minutos fuera del escenario y luego continuó.
A Solari, desde entonces, se lo notó más incómodo que conectado con el hecho musical. Pero ninguno que asistió hubiera imaginado el desenlace fatal. De hecho, muchos se enteraron de las pérdidas humanas mucho después, ya en sus casas, con las crónicas policiales y los mensajes de amigos preguntando si “estaban bien”. Es que lo que se saturó también en Olavarría fue el servicio de celulares: no había señal y/o acceso a Internet debido a la enorme demanda.
Varios días antes del concierto, la ciudad se empezó a llenar con pibes, pibas y familias provenientes de todo el país, sobre todo la zona metropolitana de Buenos Aires. Y el mismo sábado era casi imposible caminar por las calles aledañas al predio en donde sucedería la “misa ricotera”. Cientos de micros y autos que intentaban acceder a la ciudad se atascaban en la ruta varios kilómetros antes de llegar. Las carpas, las mesitas, los asados y las rondas se armaban en plazas, veredas y lugares impensados. Había muchísima gente deambulando e instalada en la ciudad, más que en otras presentaciones del ex líder de Patricio Rey. La idea del último recital era un motivo de atracción. Un antecedente sumaba un condimento especial al evento: veinte años atrás, la intendencia local suspendió dos conciertos que Los Redondos iban a realizar en la ciudad, por miedo a desmanes y por razones políticas. Se supo después que la cancelación tuvo sus fundamentos en un informe de inteligencia policial. Entonces, tocar allí era saldar una deuda pendiente. Y, de hecho, el clima de la previa era bueno: familiar, alegre, amigable, eufórico. Al menos durante la tarde, antes del concierto, no se registraron disturbios ni incidentes de ningún tipo.
Sin embargo, el desborde de gente fue notorio y tuvo peso. El ingreso al predio fue caótico (muchos accedieron sin entrada), pero más lo fue la salida, pasada la medianoche: no había nadie de organización o seguridad que indicaran los accesos para salir o informara qué calle estaban cortadas y cuáles no. Algunas estaban valladas y la confusión reinaba. Algunos tardaron más de una hora en salir del predio y encontrar el camino hacia los micros (y algunos de esos micros no esperaron a sus pasajeros y desaparecieron), autos o encontrarse con sus grupos de amigos. En el ínterin, desmayos que no pasaron a mayores, nervios y un par de chicos subidos a las torres de sonido sin medir un posible accidente. Todo habla de la deficiente organización. En ese momento, nadie sabía acerca de la gravedad de las personas que se habían descompuesto durante el concierto. Pero el colapso del público, los tickets sin cortar y hasta las bengalas son una constante en los masivos recitales de Solari.
“Cálmense o vamos a terminar el concierto acá”, dijo Solari por segunda vez, promediando el concierto. Pero todos cantaron y corearon para que no se bajara del escenario. “Vayan para atrás, por favor. Acá hay doscientas mil personas y pico y los de adelante no pueden respirar”, dijo también. El pedido era para que descomprimieran la parte de adelante, donde se concentra la mayor cantidad de público a fuerza de presión. El público retrocedió un poco y el clima tenso aflojó. Entonces, la lista de temas siguió, entre clásicos ricoteros –“Todo preso es político”, “Esa estrella era mi lujo”, “Héroe del whisky” y “Etiqueta negra”, por caso– y canciones de su carrera solista. Pero la energía había virado para otro lado: algo estaba pasando. Después de aproximadamente una hora y media de show (un tiempo sensiblemente menor al habitual en sus shows) la seguidilla “Ji Ji Ji” / “Mi perro dinamita”, acelerados por la banda, dieron por finalizado el concierto, cerca de la una. Solari se fue sin saludar a su público, algo que no es habitual. “¿Lo habrá terminado antes de tiempo?”, fue una pregunta que circuló bastante.
El espectáculo se realizó en La Colmena, un inmenso predio rural ubicado en la zona céntrica de la ciudad. La magnitud del público era tan grande que sólo unos pocos, los de adelante, podían ver con nitidez a la banda en escena. Lo que pasaba arriba del escenario se reproducía en pantallas gigantes y en el lugar había instaladas enormes torres de sonido que posibilitaban que se escuchara desde cualquier ubicación. Desde cualquier ángulo se veían mareas de gente, imposibles de calcular con un número. Más allá de que el concierto sonó bien, ocurre también que el “fenómeno Solari” se convirtió en los últimos años en una experiencia que nadie quiere perderse, sin importar el frío, los kilómetros recorridos, las complicaciones para regresar a casa o incluso las condiciones básicas de integridad y bienestar. La desorganización en el concierto de Gualeguaychú de 2014 fue una alerta de eso. O sea, para el público no es un un secreto a qué se expone en cada encuentro.
Difícil hablar de lo musical y otras cuestiones que exceden a la tragedia ocurrida. Pero antes de que la noticia cambiara su título, en Olavarría pasaron cosas de otro color. Durante la tarde, en las calles se escuchaban muchos cánticos en contra del actual gobierno (“Macri=hambre”, rezaba un cartel) y en el escenario hubo palabras de fuerte tono político. “Estén atentos. Ahora parece que quieren bajar la edad de imputabilidad de los menores. Y el porcentaje de chicos de 14 años que delinquen es ínfimo”, dijo Solari y la respuesta inmediata fue un espontáneo “Macri, basura, vos sos la dictadura”. Y también pidió que quienes promedian los 40 años o más y tienen dudas sobre su identidad se contacten con Abuelas de Plaza de Mayo. Unas palabras que, evidentemente, pierden fuerza después de lo sucedido.