La presencia de la deuda externa se registra a lo largo de casi toda la historia. Pero no siempre cumplió las mismas funciones.
A partir del ocaso del milenio pasado, la deuda representa excedente que emigra de naciones desarrolladas a subdesarrolladas para valorizarse de forma financiera, al margen del proceso productivo; y la fuga de divisas, sobreacumulación de capitales que egresa de las subdesarrolladas e ingresa a las desarrolladas para incrementar su valor de igual modo.
Desde la década del setenta del siglo XX, ante la disminución de la rentabilidad industrial y la imposibilidad de ampliar mercados en correspondencia con la acumulación de capital, los capitales monopolistas transnacionales comenzaron a valorizarse en forma financiera como modo principal para incrementarse.
En términos generales, las finanzas dejaron de estar en función de la economía real y la segunda comenzó a estar en función de la primera. Debido a que sólo se crea valor en la esfera de la producción y, en la actualidad, la rentabilidad financiera es mayor que la industrial, este capital ficticio absorbe riqueza creada por la producción de bienes y servicios.
Observando los cambios estructurales mundiales y nacionales, el préstamo de acreedores externos -privados y de organismos internacionales- es, por un lado, una forma de obtener una renta perpetua y, por otro, un mecanismo de sometimiento político y económico.
La deuda no sólo se destina a instrumentos que no generan capacidad de repago, sino que la disminuye. Se reducen los grados de libertad de la política monetaria y se minimiza la política fiscal. También se utiliza como mecanismo para el control de la economía real de países periféricos para fortalecer posiciones de los centrales.
Para los grandes holdings locales, la deuda es una gran proveedora de divisas para valorizarlas localmente en pesos vía tasa de interés, reconvertirlos en dólares y luego sacarlos del circuito de la economía local. También se fuga mediante precios de transferencia y otros dispositivos y canales. Esta forma de valorización es la principal vía para compensar la caída de la rentabilidad en la economía real y diversificarse. Además, se expanden filiales hacia otras naciones e invierte en otros conglomerados empresariales.
Desde hace 45 años, endeudar y fugar por parte de actores locales no constituyen un fenómeno coyuntural sino condiciones para la principal forma de valorización. Algunas estimaciones indican que hay, por lo menos, unos 350 mil millones de dólares de residentes argentinos en el exterior (el PIB de Argentina en 2019 superaría los 450 mil millones). Los grandes grupos locales no carecen de dólares para industrializarse.
El endeudamiento externo es el corazón del neoliberalismo y la herencia principal que deja al proyecto antineoliberal. Son dos modelos opuestos y ambos tienen a la deuda como foco.
Desde 1976, todos los gobiernos argentinos definieron su perfil sobre la base de la actitud ante el problema principal desde entonces: la deuda.
Sólo en el período 2003-2015, se enfrentó a los acreedores externos, se realizó una quita y una reestructuración, generando un proceso de desendeudamiento, crecimiento y distribución progresiva del ingreso.
Por estos motivos, son relevantes las palabras del presidente Alberto Fernández, pronunciadas el 1° de marzo de 2020: “No vamos a pagar la deuda a costa del hambre y la destrucción de los sueños de los argentinos y las argentinas. Necesitamos un acuerdo que permita a Argentina ponerse de pie y no volver a caer. Nunca más a un endeudamiento insostenible. Nunca más a la puerta giratoria de dólares que ingresan por el endeudamiento y se fugan dejando tierra arrasada”.
Las medidas implementadas en los primeros meses de gobierno son el paso inicial para comenzar a frenar las consecuencias de las políticas neoliberales. Es decir, que la especulación financiera no prime sobre la producción de bienes y servicios, como ocurrió en el período 2016-2019. Se intenta sentar las bases de una economía productiva que beneficie a las grandes mayorías, comenzando por quienes presentan mayor postergación.
Para analizar con objetividad la situación actual, la primera pregunta que debe surgir es qué estaría ocurriendo hoy y cuál sería la perspectiva en caso de que Macri hubiera sido consagrado Presidente en las elecciones del 27 de octubre de 2019.
*Economista UBA-UNDAV e integrante de Economía Política para la Argentina (EPPA).