La sucesión de los encuentros fue ejemplar, edificante. Signos secuenciales de cultura política y responsabilidad pluripartidista. El presidente Alberto Fernández reunido con el jefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, y el gobernador bonaerense, Axel Kicillof, el domingo pasado. Con legisladores de la oposición el miércoles. Con los gobernadores el jueves, en Olivos. Para terminar, Alberto Fernández anunció el aislamiento social (casi instantáneo, con menos de tres horas de antelación) flanqueado por los gobernadores santafesino Omar Perotti, el jujeño Gerardo Morales, Kicillof y Rodríguez Larreta. Dos peronistas, uno de PRO, un radical. El mensaje será captado: cuando los hechos son rotundos y promisorios, la comunicación política suele funcionar bien.

La pandemia se propagará, asumió el orador que optó por su habitual tono reflexivo. Al comenzar, lucía más nervioso que en otras ocasiones. Vaciló en algunas frases. Se fue asentando mientras corrían los minutos de la breve exposición.

Sobran motivos para preocuparse. Los expertos anticipan el agravamiento de la pandemia y aconsejan ralentarlo.

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Duraron relativamente poco las reuniones mencionadas. No había plafón para corrillos, intervenciones largas o el ansia irrefrenable de colar un parrafito. Cuando tomaba la palabra Ginés González García --concuerdan los asistentes-- atronaba el silencio de los demás. El ministro de Salud es el responsable institucional del área crítica y, por encima de todo, una autoridad en su materia. Todos lo reconocen, cuando se habla en serio o se aborda una crisis tremenda, inesperada.

Objetivamente, la economía mundial mutó forzando regresos a las políticas expansivas, a los subsidios, a fortalecer programas de ingresos. En un mundo colonizado por la derecha, Keynes renació por imperio de la necesidad.

El presidente Alberto Fernández mencionó la palabra “enemigo” el domingo. El diputado radical Mario Negri se valió de “batalla” y calificó al Presidente como “comandante”. Palabras incómodas en momentos convencionales, lógicas en la contingencia.

En ese contexto, el rol de Fernández se metamorfosea, trasciende el rol de mandatario. Lidera una lucha nacional, en la que están en juego una cantidad no precisada de vidas. La condición de líder “en la batalla” o contra el enemigo invisible no garantiza éxito desde ya.

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Las medidas adoptadas no concuerdan con el estado de sitio previsto en la Constitución. Tampoco tienen, aventura este cronista atento a futuros debates en ciernes, precedentes idénticos en democracia. Así como el tsunami económico revitaliza el intervencionismo estatal, la restricción de libertades configura empoderamiento de las fuerzas de seguridad nacionales y provinciales. No queda otra, no da tranquilidad ni certezas. El Presidente alertó contra la psicosis, una reacción colectiva que puede inducir a la violencia. Habrá que evitar arrojar al niño con el agua, transformar la custodia y la cuasi desertificación de calles y rutas en pretexto para excesos de poder.

Si la gente común acata las reglas de convivencia, si se queda en sus hogares saliendo solo lo imprescindible, la batalla contra el virus tendrá mejores perspectivas. Dicha sabiduría colectiva, de paso, coadyuvaría al objetivo de evitar abusos o prepotencias de agentes de seguridad

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Estudioso, Fernández analiza informes, es refractario a los resúmenes o a las síntesis verbales. Se da maña para leer diarios y escuchar radios que pulsan mejor el talante ciudadano. Ordenó sin hesitar la construcción o rehabilitación de obras en hospitales públicos.

Afronta un desafío inesperado sin libreto previo, sin hoja de ruta. Hasta ahora Alberto Fernández da en la tecla. Dialoguista y decisionista a la vez, elige el rumbo correcto en el paquete económico, en los consejos al pueblo argentino, en las medidas de confinamiento, en las relaciones con la oposición.

De nuevo, esas no son condiciones suficientes para lograr los resultados ansiados y merecidos por la mayoría de los argentinos. Pero, hasta hoy, conforta y contiene verlo ahí, al timón.

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