¿Qué es lo realmente necesario y por qué esas necesidades cambian a través de los tiempos? Nuestros padres necesitaban dos o tres cosas básicas, nosotros una centena. Ya sé que muchas de esas cosas no son realmente necesarias sino que nos hacen creer que es así. Y no se crean que soy de esos que dicen que hay que abandonar todo para irse a vivir a las montañas, comiendo lo que se produce con las manos. Nada como ir al súper desbordante de comida. Pero varias veces abordé el tema de una revolución pendiente: la del no-consumo. Es decir darle la espalda a las modas, a la novedad, a la publicidad, a lo innecesario.
¿Y si el momento es éste?
Quizá de esta peste salgamos fortalecidos en ese sentido. Habiendo entendido que con la mitad de lo que tenemos se puede tener también una vida. Uno no deja de preguntarse cuánto es capaz de soportar y mientras se lo pregunta, soporta más y más, pérdida tras pérdida, para llegar a la conclusión de que nos hicieron creer que para ser felices necesitábamos demasiado cosas que no necesitamos. Así de sencillo.
¿Qué más desear cuando se tiene un teléfono y una computadora por persona, un televisor por habitación? ¿Qué más necesitamos cuando podemos vestirnos, ir al cine cada tanto, tomar una cerveza con amigos? Y no me estoy refiriendo sólo a las modas, a los adelantos tecnológicos y al ocio. Vea lo relacionado a los remedios. En cada casa hay el equivalente a media farmacia, supuestamente de remedios necesarios. ¿Necesitamos empeñarnos económicamente, o vivir dopados, para creer que estamos sanos? Nuestros padres no tenían ni aspirinas almacenadas. Y la gente vivía igual.
El sistema sobrevive gracias a eso. Y en la medida en que invente zanahorias para el burro, o sea nosotros, el mundo seguirá adelante tal como lo conocemos. Enojarse con el sistema no sirve de nada. Y pedirle que cambie, menos. Hay demasiada gente viviendo de eso como para pedirle que se inmole por capricho de Chiabrando. Además, el pobre sistema también la tiene difícil con eso de inventar e inventar todo el tiempo. Es agotador, vea. Lograron hacernos creer que los platos debían ser irrompibles, que era imprescindible tener una tablet, que para criar un hijo tenías que tener un micrófono en la habitación y un parlante con vos, y así crearon el coche de bebé-patineta, tenedores y cepillos de dientes eléctricos, una corbata que también era un paraguas, y un larguísimo etc. ¿Hasta cuándo, pobre sistema? Dejémoslo descansar de nuestra angurria y nuestros deseos insatisfechos por infinitos.
Hagamos un ejercicio mental, ya que no tenemos cosas mejores que hacer, y pensemos en lo que no necesitamos. Viajar a Europa no necesitamos. A China, menos. A Miami, ni loco. Ir a recitales caros, con toda esa gente sudando y apestada, ni hablar. ¿A la cancha?, mejor por televisión, si es que el fútbol vuelve, porque por ahí llegamos a la conclusión que no lo necesitamos. Y de paso nos liberamos del periodismo deportivo. Y quizá tampoco necesitemos la televisión, que ya se ha manifestado como parte del problema, nunca de la solución. Alcohol en gel tampoco necesitamos, mejor el viejo y querido pan de jabón.
Y si aprendemos a vivir on-line ya no necesitaríamos colectivos, ni cines, ni restaurantes, ni casi nada. Quizá la hiper-archi-modernidad sea regresar un poco a las fuentes. ¡Qué felicidad la de volver a regalarles un autito de plástico a los hijos y un par de chancletas a los padres! Y por ahí ni a la familia necesitamos. Podemos atender a los hijos por Skype, y también a acreedores, médicos, primos pedigüeños, amantes y ex esposas. Y desconectaremos Skype simulando un corte de línea cuando los chicos comiencen a incordiar, igual que al resto. Hasta habría más lugar en cada casa para tener más mascotas y más guitarras, cosas realmente necesarias, claro.
Y visto la forma en que la gente le demanda soluciones a la ciencia, tampoco necesitamos iglesias (todas), dioses, gurúes, manosantas y coachs. Ninguno de estos modernos manitús han servido de nada en estos días. Entonces, afuera. Tampoco necesitamos dioses. Si no necesitamos dioses no necesitamos curas, ni monjas, ni vaticano, ni testigos de Jehová que vengan a afiliarte a tu casa. Chau biblias, programas religiosos, turismo religioso, etc.
Podemos seguir así un largo rato, y con cada una de las cosas de la vida cotidiana. Y veríamos que de un plumazo mental borramos la mitad de las cosas que creíamos necesarias.
Eso sí, si vamos a avanzar codo a codo en la revolución del no-consumo, deberían darme unos días para que escriba el libro teórico fundacional. Un best-seller me vendría muy bien. Eso sí sería una necesidad para mí. El tiempo lo necesito para desarrollar una teoría peregrina: que el mundo se jodió cuando se inventaron los tupper. Hasta ahí todo era sencillo. Comer, reservar las sobras para la noche. Y listo. Pero alguien dijo: el mundo necesita tupper, y a partir de ahí fue un aluvión de inventos irrelevantes, necesidades innecesarias la mayoría. Hasta inventaron una pipa que se podía fumar entre dos, una bicicleta sin rayos y una pistola que cuando se disparaba, ¡te tomaba una foto! Y todo por culpa de los tupper.
Pensándolo mejor, antes de escribir el best-seller voy a organizar un congreso interdisciplinario. Un congreso on-line y a precio accesible, claro. Incluso se podría pagar mediante trueque. Bueno, no me haga demasiado caso. Son cosas de estar en cuarentena. Bueno, sí hágame caso, que quizá sea la última oportunidad de cambiar de forma de vivir. Y si va a venir a mi congreso “Tupper, la ideología del fin del mundo”, cite esta nota y obtendrá un cincuenta por ciento de descuento. ¡Llame ya!