El presidente Alberto Fernández termina una semana crucial en su mandato. Lanzó un paquete económico keynesiano, dinamizador al mango. También decretó el aislamiento social hasta el 31 de marzo. Dos medidas contradictorias impuestas por la crisis económica y por el corona virus. Tan contradictorias como necesarias, deberán compatibilizarse día tras día. “Entre la economía y la vida elijo la vida” expresa textualmente pero se ocupa de ambas porque el agravamiento de la recesión dista de ser inocuo.

Por lo pronto ya analiza qué hacer cuando llegue el 31 de marzo, primera fecha fijada para la cuarentena. “No podemos salir repentinamente” porque los expertos calculan que la agudización de la pandemia llegaría entre abril y mayo. Por eso, va elaborando qué restricciones seguirían (reparticiones estatales no esenciales y bancos). Cuáles podrían flexibilizarse (pequeño comercio local, profesionales que trabajan en consultorios particulares). Todo expresado en potencial porque en la coyuntura cada día es una eternidad.

La economía signa parcialmente esas potenciales decisiones, el Presidente maneja otras variables: quedarse puertas adentro en casa es contraproducente o hasta imposible para las familias de los estratos sociales y los barrios más desvalidos.

La suspensión del ciclo lectivo será objeto de análisis de todo el Gabinete, cotidianamente. Se tiene como referencia el doble feriado de Semana Santa, que daría margen para mantener el cese de las clases.

Paradojas del nuevo escenario, el mayor optimismo de Fernández finca en el comunicado del Fondo Monetario Internacional (FMI), un apoyo impresionante. Las perspectivas del canje con los bonistas privados entra en una nueva etapa, tras el espaldarazo de Kristalina Georgieva. Los fondos buitres tendrán menos chances de carroñear que en la época de Néstor Kirchner, profetiza y explica Fernández, de modo creíble.

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La peste y las respuestas: El aislamiento es imprescindible, ratifica. Monitorea la obediencia ciudadana, muy disímil en distintas provincias y ciudades. Interconsulta con mandatarios provinciales e intendentes. Valora y agradece la solidaridad de gobernadores y legisladores de la oposición.

El 31 de marzo es una fecha convencional: no se corresponde con el ciclo de la pandemia. Piloteados por el ministro de Salud Ginés González García, los especialistas auscultan la información diaria, nacional y de otros países. Sus proyecciones dan por hecha una agudización con posible pico entre abril y mayo. Nadie se anima a vaticinar cifras ni a confiar del todo en los plazos imaginados,

Amesetar el contagio en la mayor proporción posible es la consigna. Así las cosas, la cuarentena deberá prorrogarse. En el mejor de los casos corregida de modo paulatino, conjugándola con otros factores.

Uno de ellos concentra condicionantes sociales, económicos y de calidad de vida. En zonas humildes con pésimas condiciones de hábitat y de servicios la convivencia bajo un mismo techo genera situaciones de violencia combinada con alto grado de desACATO a las reglas de la cuarentena. En simultáneo, las personas más pobres, usualmente laburan (cuando pueden) en el sector informal, subsisten al día. Las acciones que analiza el Gabinete Económico Social concilian la idea de “poner plata en el bolsillo” con la más preocupante de establecer mecanismos de prevención y control en las calles. La ministra de Seguridad, Sabrina Frederic mencionó una entrevista radial la probabilidad remota de decretar el estado de sitio. Acción extrema, compleja, si se quisiera al mismo tiempo otorgar cierta libertad para moverse, buscar changas. Pero que aún expresada en potencial da cuenta de preocupaciones del gobierno nacional y del bonaerense.

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Hospitales para reconstruir: El jueves Fernández exhortó a la ciudadanía a quedarse en su casa, como prevención. Él también se controla, comenta. “Dos vueltas a Olivos son cinco kilómetros, me cuido con las comidas, duermo bien. Las condiciones sanitarias en Olivos y la Casa Rosada son óptimas… se ocupan otros” se permite bromear.

Lo obsesiona ver con sus propios ojos “cómo está la gente”, afán esquivo para protagonistas de su rango. Luego de anunciar la licencia para mayores de 60 años recorrió un poco la Ciudad Autónoma, manejando su auto. También lo impresionó la recorrida en helicóptero sobre el Conurbano bonaerense junto al ministro de Obras Públicas, Gabriel Katopodis. Le costaba entender, hasta creer, que el macrismo hubiera dejado sin inaugurar dos hospitales en La Matanza terminados durante el mandato de la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Katopodis le hizo ver que no estaban en condiciones, años de abandono los deterioraron. Para colmo se vandalizaron los edificios, se dañó estructura y fueron robados mobiliarios e instrumental. “Puede haber 400 camas, que serán necesarias. Se reconstruirán trabajando todo el día, en turnos de ocho horas”. Un caso atípico en el cual la lucha sanitaria hace sinergia con el rol dinamizador de la obra pública. Allegados del presidente cuentan que en el sobrevuelo lo impresionó ver la zona que contornea a los hospitales, su desoladora infraestructura.

Ayer, al cierre de esta nota, se subió al helicóptero para sobrevolar al AMBA y testear el cumplimento de la cuarentena.

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El canje que no cesa: Quién lo hubiera dicho, la negociación de la deuda trajo las mejores nuevas en una semana tremenda. El comunicado del FMI apoyando la posición del Gobierno, sugiriendo una quita que cuantificó en hasta 85.000 millones de dólares parecen un invento, una suerte de Argentina año verde.

“Tuvimos suerte –cuela Fernández—en el reemplazo de Christine Lagarde por Georgieva. Ella comprende nuestras dificultades”. El presidente le había mencionado dichas coincidencias al Papa Francisco a quien llamó días atrás para agradecerle su “ayuda a Argentina”. Francisco le respondió que la funcionaria búlgara comprende qué es la pobreza, porque la vivió de cerca, en su propio país.

El presidente le repitió ese diálogo a Georgieva. Fue el viernes, durante la teleconferencia en la que participó Guzmán. Según Fernández, la funcionaria internacional (muy católica) se emocionó. Antes que eso había comandado personalmente la redacción del documento que reconoce escasos precedentes. Los enviados del FMI a Buenos Aires habían anticipado a miembros del equipo económico la inminencia de un texto y su difusión en la semana que hoy termina. No así su contenido estricto que fue decisión de la máxima autoridad. El presidente saludó la movida, sin privarse de subrayar nuevos objetivos: "Le ratifiqué que la política fiscal será más laxa, el déficit fiscal más elevado. Entendió perfectamente”.

Fernández y Guzmán interpretan que se produjo un avance, acaso decisivo, en las tratativas con los acreedores privados. Incluso una traba a posibles maniobras de los fondos buitres. “Cuando pleitearon en tribunales norteamericanos contra el Estado argentino, tras el canje que hicimos con Kirchner los Buitres alegaron haber sido tenedores de buena fe. No podrían argumentarlo ahora, después de las declaraciones del FMI. Virtualmente, el Fondo declaró el default sin que se viniera nada abajo”.

Con los papeles devaluados, un bono con valor facial de 100 se cotiza hoy a 30. Una eventual oferta de 40 les daría una chance en medio de la economía mundial colapsada, calculan los negociadores argentinos que siguen guardando bajo siete llaves los términos de la propuesta. Se hará con pasable apego al cronograma inicial.

“Si llegáramos a un buen acuerdo, que nos aliviara de hacer pagos en divisas por cinco años, como dice el Fondo, dispondríamos de recursos para promover políticas activas, de reactivación”.

Desde ya el horizonte, optimista aunque no alocado, reconoce la terrible valla del Covid-19. Mientras dure la peste, todas las medidas serán defensivas.

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Cambiar para cumplir: Fernández propuso desde que asumió un programa económico sencillo, a la espera de resolver las tratativas por la deuda. Mejorar los ingresos de los más vulnerables, desacelerar la inflación para bajar del 55 anual por ciento a 30 o 35. Dudosamente crecer. Mejora del gasto social y escasa inversión pública en otras áreas. Mucho cuidado con los equilibrios fiscales. Un diseño híbrido entre heterodoxia y ortodoxia, acaso demasiado sencillo para las estructuras social y productiva nacionales

Se esperaba a los acuerdos con el FMI y los bonistas para entender con cuántos recursos se disponía. Recién entonces definir el programa económico y el Presupuesto 2020.

La caída de la economía mundial, los cierres de fronteras y mercados indujeron al presidente a cambiar los instrumentos para honrar el contrato electoral.  Colocar miles de millones de pesos en obra pública, otras cantidades colosales para evitar despidos masivos, otras para dinamizar capacidad instalada ociosa. Imponer precios máximos.

Los próximos meses están supeditados a la temible evolución del coronavirus. Se sabe que lo peor no sucedió y su dimensión es impredecible.

En medio del temor, las acechanzas, el presidente aferra el timón y se coloca en el centro de la escena. La imagen de sus anuncios, flanqueado por dos gobernadores peronistas, uno radical y uno del PRO trasunta sensatez compartida de las fuerzas políticas votadas por la casi totalidad del padrón nacional. Todos cumpliendo su rol y cooperando. El sistema político responde, la sociedad civil emite señales contradictorias pero mayormente positivas.

Es regla criticar a los presidentes que consideran su gestión como fundacional. Dejamos hoy entre paréntesis esa discusión. En el caso concreto de Alberto Fernández la crisis reconvierte su gestión, su modo de relacionarse con la sociedad, genera un formato de liderazgo necesario en la coyuntura que él no esperaba ni anhelaba meses atrás (ver asimismo nota aparte).

 

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