Producción: Florencia Barragan
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Lo que vendrá
Por Eva Sacco *
Nassim Taleb propuso el concepto de “cisne negro”, evento que resulta altamente improbable y difícil de predecir con información disponible, pero con un impacto extraordinario. Además, cuando ocurre y se analiza en retrospectiva resulta sumamente obvio. Con relación a la pandemia, aunque los científicos vienen advirtiendo el peligro de la deforestación, invasión de ecosistemas y cambio climático, nos tomó por sorpresa. Las políticas de austeridad en economías europeas periféricas como Italia y España diezmaron los sistemas de salud pública y empujaron a amplias capas sociales a la precarización e inestabilidad laboral. Sumado al individualismo y economismo exacerbado de la cultura se construyó el caldo de cultivo perfecto.
Se le atribuye a Antonio Gramsci la frase “una sociedad entra en crisis cuando lo viejo no termina de morir y lo nuevo no termina de nacer”. De muchas maneras el modelo neoliberal de transnacionalización y financialización venía dando muestras de agotamiento. Por un lado, el cambio climático y por otro el incremento de las desigualdades generó una creciente fragmentación social. También, la incapacidad manifiesta de la política tradicional para resolver el malestar llevó al surgimiento de líderes como Trump, Bolsonaro o Joerg Haider en Austria. Además de representar posiciones extremas, llegaron mostrándose como outsiders. La crisis sanitaria de escala global es tanto un resultado del propio modelo, como una herida (¿de muerte?) para el mismo.
El mundo al que volveremos será muy diferente al que pausamos. Y no es por no haber sufrido pandemias, sino que la cuarentena limita (con sus más y menos) casi por completo la actividad y contactos a nivel global, lo que resulta una singularidad nunca experimentada. Una de las consecuencias inesperadas fue la rápida disminución de la emisión de gases de efecto invernadero, al menos mientras dure el confinamiento. Desde el aspecto político cabe destacar las medidas de corte keynesiano y distributivas impulsadas en la mayoría de las economías, inclusive argentina: impensado a pesar de las cuantiosas y cada vez más masivas protestas en el mundo.
Sin embargo, los profundos cambios cualitativos no se limitan sólo a un mayor protagonismo estatal y mayores niveles de coordinación internacional para resolver problemas globales como el calentamiento. Cabe preguntar en términos de modelo de acumulación y paradigma tecno-productivo qué cambios inducirán la inversión acelerada de Estados, empresas e individuos en las Tecnologías de la Información. Algo que ocurre no sólo a nivel infraestructura, sino fundamentalmente con relación a culturas organizacionales y capital humano.
Por ejemplo, ¿qué efectos tendrá que masivamente se utilice la educación a distancia? Una vez hundidos los costos iniciales y curva de aprendizaje, llegó para quedarse: ¿disminuirá el costo de la educación en países como Estados Unidos o Chile la competencia internacional? ¿Podrá generar mayores oportunidades de inclusión educativa en países como Argentina donde la educación superior gratuita es Política Pública? O por el contrario ¿profundizará las desigualdades ya que el acceso efectivo depende de buena conexión y un soporte físico como computadora, Tablet o teléfono celular?
Otra incógnita es la masificación del teletrabajo: puede generar pérdida de predominancia de las grandes urbes como fuente principal de oportunidades laborales, pero también menor capacidad de sindicalización, al tiempo que transfiere muchos de los costos a los propios trabajadores. ¿y qué pasará con los que aún a pesar de todo, no puedan incluirse en el nuevo paradigma tecno-productivo?
Como ciudadanos de una economía periférica nos enfocamos en el día a día: respetar pautas para minimizar costos sanitarios económicos, sociales y psicológicos del aislamiento. Lo mismo que hizo el gobierno al instalar el manejo de la pandemia y sus consecuencias como prioridad. Estamos viviendo momentos históricos. Pronto sabremos si la crisis se resolverá rápidamente o el nacimiento de lo nuevo seguirá sin ocurrir.
Investigadora del centro Cepa.
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Hacer magia
Por Guillermo Güerci **
Hacia fines de 2019 y comienzos de 2020 los principales mercados del mundo lograron zonas de valores máximos de sus acciones. En EEUU el S&P 500 creció casi 30 por ciento, el DAX alemán en torno al 25 por ciento y el FTSE de Milán más del 28 por ciento, sólo por citar algunos. A pesar del contexto, Argentina cerraba con una fuerte caída medida en dólares. El panorama local no ayudaba: actividad económica golpeada, Estado con fuerte endeudamiento en moneda extranjera y vencimientos cuantiosos a la vista, imposibilidad de renovarlos, el peso con enorme devaluación acumulada, presión del FMI por deuda histórica e inevitable reestructuración de compromisos con acreedores por delante.
Si bien se festejó un 2019 con los mejores resultados desde 2013, los mercados observaban con desconfianza la sostenibilidad de esos valores y se fueron poniendo a prueba esos precios con diversos sucesos globales negativos: la guerra comercial entre EEUU y China, el Brexit o la tensión militar entre Estados Unidos e Irán. Pero ninguna de esas amenazas de posible recesión global doblegó los buenos rendimientos logrados. ¿Mercados con expectativas a prueba de todo? Finalmente llegó el Coronavirus, que se instaló paulatinamente en la agenda.
El ritmo de contagios y muertes crece considerablemente, aunque dentro de un margen controlado. Esto es posible, en buena medida, gracias a restricciones a la circulación impuestas en países desarrollados y emergentes. Cada vez más comercios no abren por obligación, prevención o falta de ventas. Aún es difícil dimensionar y proyectar qué impacto habrá a medida que pase el tiempo. Suponiendo que ya exista una vacuna, confirmar que su efecto sea seguro para el ser humano lleva meses. Y las grandes dudas, a nivel económico-financiero, se traducen en temor, caídas de precios y volatilidad. Así, ante un evidente deterioro proyectado de la actividad económica mundial, se espera una caída en el nivel de demanda general, menor producción, menor empleo, menor consumo de bienes, alimentos, energía. Si el temor ante un freno en China era considerable, más aún si es mundial. De esta forma, desde los valores máximos de febrero, los precios de las acciones de empresas de todo el mundo se derrumbaron. El S&P 500 estadounidense cayó prácticamente un 30 por ciento, es decir, retrocedió en algunos días todo el terreno ganado en 2019. La bolsa de Milán, siendo Italia uno de los países más afectados, perdió un 40 por ciento, magnitud similar al Bovespa de Brasil. Lógicamente, ante el shock de ventas de acciones en todo el mundo, inversores volvieron masivamente al dólar para luego retornar a mercados y activos más seguros (Bonos americanos y oro), generando así una devaluación generalizada de todas las monedas emergentes, con un especial golpe al real brasileño, que acumula una caída en torno al 30 por ciento en 2020. A la vez, precios de commodities también sufrieron caídas generalizadas: maíz, trigo y soja preocupan. Y se dio un capítulo especial en torno al precio del petróleo: la guerra de precios entre Arabia Saudita y Rusia hizo caer más su cotización redujo su valor hasta alrededor del 50 por ciento. En este caso, líderes que eligieron dar una batalla equivocada empeoraron un panorama que ya era preocupante.
Dado semejante panorama, la reacción de bancos centrales de todo el mundo afloró durante los últimos días. Hubo contundentes bajas de tasas de interés e inyecciones de liquidez para estimular la economía. Encabezaron la FED norteamericana y el Banco Central Europeo, que anunció paquete por 750 mil millones de euros, equivalente a un 60 por ciento del PIB de España en 2019. Sin embargo, a finales de la semana pasada las reacciones positivas de las bolsas fueron mínimas en comparación con las enormes caídas previas. Es que probablemente el mercado agradezca una generosa oferta de dinero prácticamente sin costo, pero siga entendiendo que la crisis puede durar un largo tiempo y, ante ese temor de que las ventas se derrumben, la financiación extremadamente barata de poco servirá. Nuevamente: la incertidumbre genera un pánico que difícilmente puede revertirse.
¿Cómo afecta en Argentina este contexto? Mayor caída de actividad económica por cuarentena (tras derrumbe previo por factores propios), caídas en precios (soja, maíz, trigo, petróleo) y cantidades (menor demanda del mundo) de los commodities que Argentina exporta. Devaluación sobre monedas emergentes que nos hace perder competitividad en caso de forzar un anclaje vía cepo pero también recalienta inflación si presiona demasiado. ¿Dinero barato circulando en el mundo? No es posible aprovecharlo porque la gestión actual recibió una situación de reperfilamiento de deuda insostenible en el corto plazo. ¿La esperanza de Vaca Muerta? El derrumbe del petróleo la hace una inversión poco atractiva para el sector privado. Así, el grueso de las fuentes de ingreso de dólares genuinos para Argentina está seriamente comprometidas y, a su vez, el mercado de deuda está cerrado para el país.
Con estas cartas repartidas en el mundo y a nivel local, el ministro de Economía, Martín Guzmán, debe salir a ofrecer a los acreedores un plan económico sostenible y creíble en base al cual sea factible pagar una deuda a reestructurar. Esto hace inevitable la necesidad de contar con muy buena predisposición por parte de los acreedores o una milagrosa bocanada de aire del FMI. Por ese motivo, el principal índice de acciones locales medido en dólares se derrumbó más aún (acumula más de 80 por ciento de deterioro desde máximos de 2018). De igual forma, los títulos de deuda argentinos muestran un bajísimo valor y esto abre las puertas a otro factor de riesgo: la posibilidad de que los holdouts adquieran títulos argentinos para luego rechazar la oferta de reestructuración y reclamar judicialmente. Construir con muy poco, casi nada, de eso se trata el trabajo del gobierno argentino. Hacer magia.
**Analista financiero