A Estela Barnes de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, se la escucha serena e informada. “El mundo está viviendo una emergencia tremenda, con virus desconocido que se está tratando de combatir, la vacuna quizá venga de acá a un año y mientras tanto hay vidas que se pierden”, introduce la charla telefónica en la que destaca las acciones del Gobierno, que “se ha anticipado a darnos buenos consejos”. Y pide cumplir la cuarentena “a ultranza para evitar contagios”, seguir “sencillas normas de limpieza” en la casa y “lavarse las manos”. Recién después observa que “justo estos tiempos difíciles nos encuentran un 24 de marzo”.
-- ¿La entristece no poder estar en la Plaza de Mayo?
-- No, verdaderamente, porque creo que eso pasó a segundo plano. Que no podamos estar en la Plaza de Mayo es por una emergencia de vida y la vida está primero que una marcha. Si te cuesta la vida, si cuesta la vida de nuestros hermanos, sencillamente no es prioridad. Lo que nunca nos deja de importar, lo que siempre nos ocupa y lo que no perdemos de vista es el recuerdo, el ejercicio de la memoria por nuestros desaparecidos y desaparecidas. Entonces, si tenemos que cumplir con una cuarentena, podemos pensar otra forma de visibilizar ese ejercicio de recordar. Y eso hicimos los trece organismos que integramos la mesa nacional. Los medios de comunicación nos van a ayudar y además contamos con la seguridad de una sociedad que tiene memoria. Sabemos que el pañuelazo blanco, esa acción que ideamos en medio de la pandemia, se va a ver en todo el país. Confiamos en que nuestra lucha ya es la de todos.
-- ¿Cómo fue la organización de medidas no presenciales?
-- Como cada año, preparamos cada 24 de marzo con mucha anticipación. Y en esta ocasión, sin pensar que íbamos a tener que estar en nuestras casas, sin posibilidad de la presencia enorme de personas que tenemos en la Plaza de Mayo para recordar, para no olvidar, para reforzar nuestra democracia. Y por este tema, justamente, sobre la marcha tuvimos que cambiar la estrategia. Esta vez, en lugar de vernos en la calle, estamos pidiendo que nos acompañen poniendo un pañuelo blanco a la vista en sus casas, en donde puedan, ventanas, puertas, terrazas, balcón. Porque ese pañuelo es la lucha de aquellos a quienes les quitaron vida porque querían un país digno para todos, justicia social. Con errores y virtudes, fueron víctimas de torturas, secuestros y muerte. No sabemos dónde están, hay que seguir buscándolos. Abuelas, además, busca a los desaparecidos vivos, los nietos que la dictadura se robó, que son más de 300. Este momento de dolor y preocupación por lo que sucede con el coronavirus no nos impide recordar, hacer memoria. No bajamos el ánimo, seguimos luchando para no olvidar.
-- ¿Cómo le afectó la cuarentena?
-- Yo soy una argentina más que está cumpliendo la cuarentena. Con mayor preocupación porque tengo ya mucha edad, por eso soy parte de los más vulnerables. Estoy acompañada por mis nietos y mi familia de manera remota. Sobre todo una nieta que es la que vive cerca, me saluda desde la puerta, me provee de lo que necesito. No me falta nada. Solo la libertad que tenía de trabajar con las abuelas como lo hago desde hace 42 años. Pero bueno, hay que entender que esto es así, que si queremos evitar contagios y muertes tenemos que acatar todo lo que aconsejan desde el Gobierno, que felizmente se ocupa de su pueblo.
-- ¿Sufre el encierro?
-- Lo que más me costó hasta ahora es dejar mi rutina. Durante los últimos 42 años yo dejé todo, marido, hijos, me jubilé, para dedicarme a encontrar respuestas, a encontrar a nuestros hijos e hijas y nietitos robados. Desde entonces me dediqué cien por ciento a eso. Dejaba la casa en la mañana temprano y volvía a la noche todos los días. Hoy vivo sola, pero mis días no cambiaron. Y es eso lo que extraño: llegar a la casa de Abuelas, mi segundo hogar, ver a las otras abuelas, que son mis compañeras de lucha, a los jóvenes que trabajan con nosotras. Y a mi familia, el hecho no abrazar a mis nietos y bisnietos, no poder festejar los cumpleaños de quienes cumplen en este momento. Esa vida familiar que tenemos los argentinos. Pero bueno, acá tengo una casita sencilla en un barrio sencillo de La Plata. Con un jardín adelante que guarda el árbol que plantó mi marido con mi hijo Remo, y otro atrás con un montón de plantas y verde, adonde puedo salir a pasar un rato y tomar aire fresco.