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Fanny y el Almirante

De Luis Longhi

Actúan: Rosario Albornoz, Karina Antonelli, Luis Longhi, Lalo Moro.

Vestuario: Ana Nieves Ventura.

Escenografía: Andrea Mercado.

Iluminación: Sebastián Irigo.

Maquillaje: Ana Nieves Ventura.

Realización de escenografía: Miguel Santana.

Asistencia de dirección: Roberto Gonzalez Segura.

Coreografía: Laura Figueiras.

Dirección: Tatiana Santana.

Funciones: jueves a las 21 en Teatro La Máscara, Piedras 736.

De un tema tan actual como la batalla por lo simbólico trata Fanny y el Almirante, pieza escrita por Luis Longhi y dirigida por Tatiana Santana. De la persecución a artistas que trabajaron y apoyaron al gobierno anterior; de una cúpula de gobernantes que quiere polarizar con el líder de la ahora oposición, o hacer que simplemente no exista más. De un bando de cínicos que lucha contra una pesada herencia y dice querer unir a los argentinos; de un gobierno de insensibles sociales que persigue al “populismo”. De Perón y la Revolución Libertadora. De una actriz a la que todavía le duele Evita y de un almirante al que eso le arde. Que le arde mal. 

Efectivamente, de esa “grieta” tan vigente y tan irreconciliable habla la obra, protagonizada por Rosario Albornoz en el papel de Fanny Navarro, una de las actrices más representativas del primer y segundo peronismo; por Longhi en el papel de Isaac Rojas, emblemático paladín del golpe del ‘55; y por Karina Antonelli y Lalo Moro, que hacen de la madre de ella y el asistente de él, respectivamente. Y es que sólo esos cuatro personajes hacen falta para pintar un clima de época, porque en las escenas que entre ellos suceden entran en juego la angustia y el miedo, la locura y el poder, el amor y la nostalgia.

El teatro no tiene por qué contar algo “nuevo” y efectivamente la pieza que se sube a escena los jueves en el Teatro La Máscara no lo hace. Es cierto que para algunos espectadores quizás no sea familiar la historia puntual de estos personajes. Pero también lo es que estos podrían haber sido otros, o cualquiera, porque en el almirante Rojas se hallan rasgos comunes a otros militares y en Fanny otros que recuerdan a cualquier mujer u hombre atravesados hasta la médula por Perón y Evita. Lo que ofrece la obra es un “cómo”, en vez de un “qué”: una forma de narrar aquellos años (o estos), que tiene especial anclaje en lo simbólico.

Ese eje, el centrar la narración en lo cultural, lo transversal, lo que no se ve, lo que se siente, es el gran logro de la pieza. Como ocurre en la novela Santa Evita, de Tomás Eloy Martínez, o como ocurrió también hace poco en la cartelera porteña en una genial obra del dramaturgo Gabriel Fernández Chapo, que contaba todo lo que el cuerpo de Eva despertaba aun estando muerta, aun sin estar allí. Como en aquellos materiales, en Fanny y el Almirante lo más rico es lo que no se ve: todo aquello que los actores –y vaya que hay que tener talento para eso– libran a la imaginación del lector. Todo aquello que subyace. 

Por supuesto que lo “formal” también se destaca. No por nada es una de las piezas más potentes de la cartelera. En juego con las altas actuaciones, con una dramaturgia y una dirección solventes, el espectáculo presenta elementos significativos dignos de mención. Como la escenografía, que es inteligente y juega un rol central en la narración. O el vestuario, que lleva de viaje al imaginario a zonas de las que luego es difícil volver, lo mismo que la iluminación, profundamente poética e ideológica. De nuevo, símbolos. Al fin y al cabo de eso se trata.