Los Ángeles 1985. Un grupo de inadaptadas se presenta a un casting para ser luchadoras de catch. Sam, director de películas de terror de culto, machista e intolerante, es el encargado de seleccionarlas. Así empieza Glow, una caja de pandora que nunca decepciona.

A la audición no concurren las modelos o deportistas que los productores esperaban si no un grupo de descarriadas entre las que se encuentran dos ancianas, una mujer loba, una adicta, una puérpera, obesas, chinas y una actriz desocupada que, de la mano de una vocación inclaudicable, se pone el proyecto al hombro y logra algo más: armar tribu.

Entrenan, transforman sus cuerpos en armas en un espectáculo disfrutado por hombres y juzgado por sus pares. Cuando bajan del ring se unen para sobrevivir dentro de una industria manejada por los más despiadados empresarios de la televisión.

Las protagonistas hacen suyos los disfraces de catch para construir nuevas identidades: la Mujer Loba, Machu Pichu, la Vikinga, Zoya Destroya, La reina de la beneficencia, Galleta de la Fortuna, entre otras, juegan con la belleza, la fealdad y la xenofobia para redescubrirse en ese trabajo que, de a poco, se convierte en un lugar de pertenencia. Pero el gran hallazgo de Glow es el humor, políticamente incorrecto y con un exhaustivo control del discurso, son las mujeres las que generan la risa en cada entrega. Sus cuerpos no son motivo de mofa ni entre ellas ni para el público, sino que la singularidad de cada personaje despliega su talento y cada actriz su momento de gloria.

Hay mucho más para decir: la cantidad de premios que ganó, las increíbles actuaciones, la inteligencia de su guion y progresión dramática, la recreación desestereotipada de ese paisaje de los 80, pero yo prefiero quedarme con un sentimiento: en estas épocas de aislamiento, Glow me acerca a mis amigas.

Glow. Serie de tres temporadas (2017, 2018, 2019) Creada por Liz Flahive y Carly Mensch, producida por Jenji Kohan. Disponible en Netflix.