“Nunca sabemos cuándo seremos golpeados”, lee la fiscal Diana Quaranta una frase de El tercer hombre, de Graham Greene, libro que hojea en la librería Negra y Criminal de Daniel Parodi -uno de los mejores criminólogos forenses del país, destrozado por un montón de muertes que no pudo evitar- y Marcos Setton, un psicólogo que abandonó su profesión para aferrarse a los restos de esa librería como un naufragio. La fiscal les avisa que volvió el Lobo, el líder de una secta criminal, después de casi tres años de ausencia, de la manera más espectacular: con un féretro roto a hachazos y el cuerpo de Ernesto, acodado en el borde del cajón y un brazo en alto que señala una lápida. En Tumbas rotas (Tusquets), la segunda novela negra protagonizada por Parodi, Liliana Escliar lleva la tensión al extremo en una trama donde se enlazan tumbas profanadas, cruces torcidas, manos cortadas, adulteración de medicamentos –cajas rotuladas con los personajes de novela Lime, Kurtz y Paine- y trata de personas.
En su casa de San Telmo, antes de que se declarase la cuarentena obligatoria total, Escliar recuerda la impresión que le causó el robo de las manos de Juan Domingo Perón, a fines de junio de 1987. “La tumba de Julio Verne tiene una escultura en la que Verne asoma de la tumba y señala algo. De ahí sale la idea de un muerto profanado que señala otra cosa”, cuenta la escritora a Página/12. “En la recova frente a Plaza de Mayo hay una señora que vive en la calle, al lado del banco. Tiene varios colchones sobre tachos de pintura, que forman como una plataforma alta. Esta mujer lee todo el tiempo. De hecho, lee muchos libros de Claudia Piñeiro. La vez pasada le pregunté: ¿querés que te traiga libros? ‘No, mejor tráeme un sanguche de milanesa’. La he visto leyendo Betibú, Un comunista en calzoncillos… Algo voy a hacer seguro con esa mujer, porque está ahí y la imagen de ella insiste en aparecer”, agrega la autora de Los motivos del Lobo (2017), la primera serie protagonizada por Daniel Parodi.
Escliar, ganadora del Premio Planeta con La arquitectura de los ángeles (2000) y guionista de Malicia y las series Se presume inocente y Mujeres asesinas, se pregunta de dónde vienen las ideas que después aparecen en sus novelas. “El tema de la foto de la tumba de Julio Verne insistía; es como si encontrás la punta de un hilo y empezás a tirar para ver qué hay… La arquitectura de los ángeles empieza cuando el subte se vacía y una mujer cae muerta. Me acuerdo de estar viajando muy apretada en el subte y pensar que si alguien se muere recién te das cuenta cuando llega a la terminal y se vacía. Me interesan mucho los vulnerables, la gente que está fuera del sistema. Esa mujer que lee en la calle no tiene nada con qué defenderse del coronavirus. ¿Quién cuida a la gente en situación de calle? En la ciudad no tenemos un Estado que cuide”, advierte la escritora y guionista.
-¿Por qué te interesó poner el foco en el mundo de la adulteración de medicamentos?
-La verdad no sé… El otro día estaba pensando en por qué escribo sobre lo que escribo. Los que escribimos literatura negra estamos tan metidos en este mundo que vivimos que nos tocan las cosas. Yo ya había escrito una escena en la novela y leí la noticia de que una maestra descubrió que sus alumnos chiquitos trabajaban en un taller clandestino de medicamentos adulterados porque tienen las manos quemadas. La llamé a mi editora, Paola Lucantis, y le dije: “hacé algo para que la realidad se deje de copiarme”... Se me ocurrió lo de la adulteración de medicamentos y lo de la trata de personas porque es algo que está en el aire y los que escribimos tenemos el radar para captar lo que está entre nosotros.
-¿Cómo es ese radar para las escritoras que trabajan en el género negro? ¿Tiene algo diferencial?
-No, no me parece que tengamos algo diferencial. Tal vez estamos ahora con una sensibilidad más exacerbada. Las mujeres tenemos que estar más alertas cuando salimos a la calle, tenemos un dispositivo de atención porque estamos más expuestas. Esto no es victimizarnos, es algo que sucede. El otro día comentaba lo agotador que es estar alerta todo el tiempo en esta ciudad. No es casual que en el momento de mayor ferocidad urbana en Estados Unidos surja la literatura negra; debemos estar viviendo ahora un fenómeno similar, que se parece al fin de la inocencia.
-¿De dónde viene un tema no menor en la novela, la profanación de tumbas?
-Quizá sea una síntesis inconsciente de las noticias de profanación de tumbas de los cementerios judíos. De pronto veo la “foto”, que es una imagen que aparece con insistencia, y eso es el punto de arranque. A veces es una noticia o es algo que sucede en mi cabeza, juntando varias cosas. Me gusta el escenario cementerio, de hecho en casi todas mis ficciones meto algún cementerio porque me gusta ese lugar donde suceden emocionalmente tantas cosas; es un espacio de muchísimo dolor y de tristeza, pero también de sosiego, de descanso, de paseo para mucha gente. Chacarita, el cementerio que aparece en Tumbas rotas, es casi un cementerio de pueblo agrandado. En un lugar donde aparentemente no pasa nada, pueden pasar muchísimas cosas.
-Hay un personaje menor, Celio Ramos, que es cómplice y se termina suicidando. ¿La maquinaria del “mal” funciona con cómplices menores?
-Sí, el mal necesita de cómplices. El mal es un combo de perversión, desidia, ambición y corrupción. No hay un malo malísimo. Hitler necesitaba de un Goebbels, pero también de una señora que decía: “que suerte que mis hijos son rubios”... El otro día pensaba en los grados de maldad incluso en la desesperación, como el tipo que hizo la gran El relato salvaje, que se mató con el avión; la diferencia entre suicidarse solo y suicidarse y matar a un montón de gente.
-¿Cómo se trabaja la tensión en la novela negra?
-Si no hay tensión, no funciona. Me cuesta muchísimo escribir cuentos; el cuento no permita la deriva que permite la novela. En la novela, te dejás llevar. La novela es para los que tenemos “el sí fácil”… si el personaje quiere ir por ahí, lo acompaño y veo. Después tenés un trabajo de edición: esto no, esto más acá o más allá. La novela es un gran borrador: escribo y después edito. Editar me lleva más tiempo que escribir porque escribir es más relajado. En la edición te sorprendés al ver que hay cosas que pusiste que funcionan genial, pero que al principio no lo sabías. Yo me encuentro con los finales; aparecen como un paracaidista. Ahí es donde lo escribís y te decís: “acabo de terminar”. Tengo pendiente para cuando sea grande el cuento y la poesía, que requieren más precisión (risas).