Escribo a una amiga, acabo de enterarme de que tiene dengue, vive sola así que consulto si necesita asistencia, me agradece y tranquiliza, otra amiga que vive en su barrio le acercó frutas y verduras, ya está mejor. Que tranquilidad, pienso, tener una amiga viviendo en la misma cuadra. El presidente pide por cadena nacional, que vayamos al local del barrio a hacer las compras, vamos a movernos menos y vamos a contribuir a la economía local. De repente, esa categoría territorial, tan demonizada por las producciones audiovisuales mainstream de nuestra televisión, se presenta como una unidad necesaria de organización colectiva, que nos va a permitir, dicen, transitar de la mejor manera posible esta cuarentena, que promete llevarnos al límite.
“Hay que irse del barrio” cantaba Leo García en el 2005, quizás porque sabía que esa dimensión, tan del cuerpo a cuerpo, es difícil y peligrosa para las identidades disidentes. Es cierto, el barrio puede ser un lugar riesgoso tal y como se cansan de gritar los noticieros, pero también es un lugar de pertenencia, tal y como se han cansado de cantar, lxs raperxs y traperxs.
La primera -y única- vez que me agarré a piñas fue en mi barrio, con un pibito del pasillo de al lado que resultó también ser primo, de la primera lesbiana butch que conocí en mi vida, a los 10 u 11 años. La conocí cenando en la casa de este pibe, unos meses después de la pelea. En el barrio se pone el cuerpo, quizás sea esto lo más inquietante del nuevo escenario. Porque en el barrio vive la vecina que te banca la parada, les wachines que ranchean en la esquina, el viejo facho que le grita al perro todo el día, y la piba que pone música a todo volúmen los domingos. Y una cosa es bardearte por facebook con uno de estos personajes, y otra distinta es discutir desde la ventana, porque tu vecina no entiende que la cuarentena significa no veredear, aunque para ella el espacio de la vereda sea una extensión de su casa y al fin, estar en su casa es estar en la vereda.
Me preguntan sobre las particularidades de la cuarentena en Formosa, pero sólo puedo pensar en lo difícil que debe ser, volver a pensarse a escala barrial, en una gran capital. No es mi intención romantizar la realidad “del barrio” porque no existe tal cosa, los barrios son realidades tan complejas y plurales, como los contextos socio-históricos donde se inscriben. De lo que hablo es de tener aceitados los mecanismos o formas de relacionarse -y sobrevivir- a esa difícil experiencia de tener que socializar con quien sea que te toque de vecinx. Y eso es algo que no debe ser fácil de aprender -pienso- para la gente que vive, disfruta o padece, el controversial anonimato de las grandes ciudades.
Quizás una categoría más útil para empezar a pensar este lío, sea la de comunidad. De eso la población lgtttbi sabe mucho. Necesitamos ser comunidad para sobrevivir, eso es lo que gritan todas las autoridades cuando piden a la población que se guarde, para no contagiar a quien esté más débil y no pueda hacerle frente al virus. Las comunidades lgtttbi lo sabemos, porque en comunidad hemos sobrevivido años de violenta heteronorma.
“Por favor quédense en casa” repite y repite el presidente, como un pedagogo que intenta nuevos tonos de voz, en cada discurso. Y ahí nomás salen las familias heterosexuales, en filas de autos hacia la costa, para pasar la cuarentena “con los míos”, como suelen decir los chongos cuando hablan de su familia. Que difícil construir alguna idea de comunidad con elles, pienso. Y ni hablar del peligro de quienes piden castigo y más castigo para quienes no cumplan la cuarentena, y la resistencia de quienes tenemos memoria y sabemos que más policía nunca es una buena noticia. Y yo que veo todo en términos de batallas culturales, pienso que estamos también infectados por demasiados años de películas hollywoodenses, en las que las familias sobreviven a catástrofes de todo tipo, gracias a personajes secundarios que mueren, porque se sabe que para la industria hollywoodense, hay quienes no son indispensables.
Sobre cómo sobrevivir a una amenaza de la naturaleza en comunidad, con gente a quien quizás no soportemos, las provincias que vivimos más cerca de la naturaleza podemos enseñar algo a las capitales - si es que el centro se decide a mirar a la periferia-. Años de sobrevivir inundaciones, tornados y enfermedades que transmiten mosquitos -que pican en el centro y en los barrios por igual-, mantienen en la memoria común, una especie de instinto colectivo que se sabe más vulnerable, cuanto más se aleja del asfalto. En mi barrio el sonido más común es el de la cortadora de pasto, porque acá hace falta sólo que una persona descuide el patio, para que todes nos agarremos dengue.
No sé cómo enfrentarán las capitales este desafío, pero sobre cómo despertar instintos primitivos, reprimidos colectivamente, la comunidad lgtttbi sabe mucho también. Aviso, por si el centro se decide a mirar a la periferia de una vez.