El maniquí de un niño desnudo está parado frente al micrófono. Tiene una sonrisa retorcida, el pelo rubio peinado con prolijidad hacia un costado. Alrededor suyo se entreveran amplificadores, pósters de películas como la argentina Lulú, una notebook conectada a una consola de sonido, imágenes de Marilyn Monroe, de Maradona, de Jimmy Hendrix y de una mujer sacando medio cuerpo por una ventana. En el pecho de ese niño, con letras rojas que chorrean, el nombre de la banda que se rodea de esos símbolos: Nolbelto. En el centro de la sala de ensayo que montaron en los confines de Boedo, ese niño maldito es un espíritu al que también recurren en sus shows, una posibilidad de seguir adelante a pesar de la ausencia.
“Armamos este sistema que nos permite grabarnos y tocar con pistas cada vez que las necesitamos. Apareció por necesidad y terminó abriéndonos puertas”, adelanta Martín “Colo” Fisner, guitarrista de Nolbelto y camarógrafo aliado del cineasta Luis Ortega, con quien filmó la película El Ángel y la serie Historia de un clan. Esa necesidad de la que habla es la que apareció hace cinco años, cuando Sebastián “Tromps” Iagenheim, cantante y letrista de la banda, desapareció en medio de un recital, escapándose del escenario con un ataque de pánico.
A partir de ese momento la banda empezó a funcionar dentro de una lógica manejada por lo imprevisible, que hace por ejemplo que Tromps no participe de esta entrevista. “Es raro porque, teniendo un cantante, no está del todo. Es una persona que se interna en su casa, se cierra del mundo. Pero cuando salimos a tocar es una máquina. Para nosotros sus letras son tan personales, tan propias, que no quisimos reemplazarlo. Así que fuimos buscando la manera de seguir adelante, que se hizo muy fuerte desde lo visual.”
La experiencia detrás de las cámaras del Colo lo puso a filmar para Nolbelto, en cuyos recitales un maniquí siniestro tomaba el micrófono y la voz de Tromps salía a través de una pista. Ahora están presentando el video de Sangre, una canción del disco que van a lanzar en los próximos meses. “¿Por qué han venido por mí? / Estaba mejor afuera de la tierra / Me pusieron vida, por ende rejas / Me quiero ir y no me dejan”, dice / canta / recita Tromps sobre una melodía en penumbras que funciona como telón de fondo para un amor suicida cultivado al borde de la autopista.
“Él nos deja las letras y nosotros en la sala armamos la música. Después, cuando viene, le pone la letra como la siente, que siempre es distinta a lo que habíamos pensado”, dice el Colo entre risas. “El efecto es que la búsqueda va más por el lado del relato, es más sentida y no hace falta gritar. Hay un clima más espacial, como el de una escena cinematográfica, y él va contando esa vida que vio partirse al medio en un bar o en una esquina.”
Una familia punk abrazando la oscuridad
La rabia punk con la que concibieron sus primeros dos discos, Básico (2014) y Básicamente (2016), mutó hacia un sonido hecho de imágenes que fue tomando forma ante la falta de su cantante. Al mismo tiempo trabajaron en la sala para ajustarse al tempo inalterable del clic y no separarse nunca de los relatos de Tromps durante los shows. Sobre el escenario montaron escenas de baile, de telas y sombras chinas, proyecciones de películas francesas como Les amants du Pont-Neuf y Mouchette, de Robert Bresson. También se sumaron amigos como Claudio Cannavo –bajista de La Mississipi–, que empezó a producirlos, o el extravagante tanguero Daniel Melingo, que le puso su voz a Barrilete, la canción que le da nombre al último disco de la banda. Así avanzaron hacia una refinada oscuridad sonora sobre la que poder contar sus historias.
“Tenemos ese lenguaje y después, en medio de un recital, viene Tromps con un tacho de basura y adentro tres kilos de fideos, y se los tira en la cabeza y después al público”, cuenta Leonardo Rannazzo, bajista de Nolbelto, que se completa con Fernando Fariña en batería. “No somos una banda que haga nada de manual. Hay ciertas ideas extrañas que se nos ocurren y dejamos que crezcan. Todo se trata de cómo te sentís al tocar y de cómo lo escuchás después. Cada vez tocamos menos notas, algo que nos gusta como propuesta y nos demanda más laburo. Pensar cada nota como parte de una orquesta que se va armando. Y después dejar que pase lo que pase.”
Entre las experiencias inesperadas que aparecieron, los Nolbelto vieron cómo una de sus canciones le daba una nueva dimensión a Arquímedes Puccio en una venenosa escena de Historia de un clan. Al momento en que el líder de la banda familiar de secuestradores y asesinos desenmascara una traición, lo hace recitando Nunca un botón. “Nos identificamos con un montón de expresiones artísticas pero no sentimos empatía con un circuito musical. La gente que viene muchas veces no entiende qué mierda pasa”, dice el Colo sobre el camino inestable que eligió la banda. “Lo que sentimos finalmente es que eso se vuelve muy divertido. Nunca sabés en dónde puede terminar todo.”