En el bombardeo de mails y wasaps cotidiano veo muchos de sitios donde descargar libros gratis –además de algunos miserables que ofrecen libros con descuento. Libros, muebles, zapatillas, lo que sea, ¡incluso pasajes! ¡Aproveche nuestra oferta hoy! Increíble. No hablemos ya de viajar, pero ¿hay alguien aprovechando estos días para comprarse un sofá, un freezer, una caja fuerte?
En cuanto a los libros, me impresiona un poco esa ansiedad general por avisar a todos tus contactos que hay tal página con libros gratis. Me permito hacer una sugerencia al respecto: ¿qué tal si rompemos la lógica de la acumulación? Todos tenemos en nuestras casas más libros de los que hemos leído. ¿No les alcanza con ésos? ¿Por qué creen que necesitan más?
Otra sugerencia: dejen las pantallas un rato; lean en papel. En lo posible lean con lápiz en la mano, para marcar lo que les gusta. Y si pueden, anoten después en un cuaderno las frases que más les gustan de lo que subrayaron. Algún día les va a dar una alegría abrir ese cuaderno y encontrar esas frases.
Lo que me lleva a pensar en algo que venía rumiando hace tiempo: qué loco que cuando los libros están en el estante de la biblioteca, de canto, pierden parte de su efecto. Con sólo sacarlos del estante y dejarlos apoyados en la mesa alcanza para que empiecen a irradiar más energía. Y si los abrimos, apenas abrirlos y leer una frase al pasar, ya está: ya empiezan a cumplir plenamente su función. Así como se airean las frazadas después de tenerlas todo el verano en el fondo del placard, así deberíamos airear los libros que tenemos en casa: aunque sea de a uno o de a dos. Y al pasar caminando a su lado, abrirlos y leer una frase cualquiera, como quien lee su horóscopo en el diario.
En estos días no paro de acordarme del consejo que le dieron a Chatwin: recupere el horizonte, mire de lejos además de mirar de cerca (Chatwin trabajaba en Sotheby’s tasando obras de arte y creía que se estaba quedando ciego). Ya sé que es más complicado en la gran ciudad, pero igual: si no tienen árboles para mirar, si no se alcanza siquiera a ver el cielo desde donde están, miren un rato el paso de la luz sobre los objetos. Después de la impaciencia viene la paciencia, le oí decir una vez a una mujer muy sabia.
Pero no crean que les hablo desde arriba de un banquito: yo no llegué ni ahí a la paciencia, todavía. Ayer leí que Messi y el Pep Guardiola y Federer donaron un millón de euros. ¿No debería haber más millonarios cediendo unas migajas de su fortuna para ayudar en esta desgracia? Pienso a escala nacional. Y no sólo en Costantini, Pérez Companc, Nicky Caputo, Macri o Bulgheroni, sino en los dos o tres ricachones que hay en cada localidad argentina, de una punta a la otra del país. En cambio, acá en Gesell, un par de esos ricachones, dueños de complejos u otros emprendimientos en Mar de las Pampas hicieron un llamamiento pidiendo que se declare emergencia económica y se los exceptúe de pagar los impuestos y tasas municipales. Yo sé qué haría con esos muchachos: les regalaría un libro a cada uno, si pudiera salir. Eso sí: se los dejaría en la puerta de sus casas, para no contagiarme.