Los textos de William Shakespeare se traen a los escenarios del presente y casi nunca parecen fuera de época aunque hayan sido escritos hace más de 400 años. Pero hay una manera en la cual se los recorre con un tranco distinto, hurgando en las huellas a través de las cuales se puede reflexionar sobre la organización colectiva y las dificultades que como individuos se enfrentan al hacerlo. Sobre estas cuestiones trata el último libro del filósofo y politólogo Eduardo Rinesi, Restos y desechos. El estatuto de lo residual en la política (Editorial Caterva), en el que a través de Hamlet y El mercader de Venecia se pregunta por la forma en la que el pasado insiste en el presente sin quedar nunca enterrado del todo y el sacrificio que todo sujeto debe hacer para formar parte de la vida social. “Toda sociedad produce cosas con las que no sabe qué hacer, residuos de su propia actividad, y me pareció que estas dos categorías, restos y desechos, podían ser interesantes para pensarlo”, dice el escritor a Página/12.

 

Las obras de Shakespeare atrajeron la mirada de Rinesi por la manera en la que, a través de un conflicto ético, puede pensarse la política. “En Freud, el resto es lo que queda en el camino en el avance de nuestras vidas, individuales o colectivas. Siempre quedan, por así decir, cosas o sujetos en el camino o al costado del camino”, explica el autor de Política y tragedia y Las máscaras de Jano, entre otros textos. "Hay algo conjetural, diría, una etimología conjetural que me interesa: que derrota viene de de-route. La verdad, no sé si está bien, pero es interesante”. Por eso piensa que “las cosas, los sujetos, las vidas que van quedando al costado del camino, como de-rotadas por el paso de la historia, se convierten para quienes siguen por ese camino en restos, pero con los que nunca sabemos muy bien qué hacer”.

-¿Qué elementos hay en la tragedia que permiten pensar la política?

-De modo muy esquemático, diría que tres. El primero es que la tragedia lidia con una forma muy concluyente del conflicto, y el conflicto es un principio constitutivo de la política. No digo que sean lo mismo. Al contrario: la tragedia nos ayuda a pensar la política porque no son lo mismo. La tarea, la dignidad de la política, consiste en su empeño por alejarnos del precipicio del sinsentido trágico y mantenernos siempre un pasito más acá. Una reflexión sobre la política que no quiera ser necia tiene que saber que la tragedia nombra siempre el precipicio que la está amenazando y en el que todo el tiempo puede recaer. El segundo es que la tragedia constituye una reflexión estetizada sobre lo frágil y precario de nuestra existencia individual y colectiva. En la tragedia, para decirlo de un modo simple, los dioses se imponen sobre los hombres de modo inexorable y fatal, y eso revela que la vida de los hombres es muy frágil: que estamos vivos medio de prestado. Y el tercero es que en la tragedia lo que los hombres hacen nunca coincide con lo que quieren hacer. Edipo no quería acostarse con su mamá, pero se acostó; Hamlet no quería dañar a su amigo, pero lo dañó. En la tragedia los héroes deben ser juzgados, a diferencia de en las compañías de seguros, no por lo que quisieron hacer sino por lo que hicieron. Y el actor político también debe ser juzgado por lo que hace y no por lo que quiere hacer.

-¿Cuál es, entonces, el estatuto de los restos y de los desechos para la política?

-La idea de resto supone siempre una reflexión sobre, como diría Hamlet, el desquicio del tiempo. Porque el tiempo está desquiciado, el pasado siempre vuelve, insiste, nunca termina de clausurarse. En cambio, la lógica del desecho nos hace pensar en el desquicio del espacio. Lo digo de un modo torpe: todos, enteros, no entramos. Para poder jugar el juego de la vida en sociedad debemos entregar una libra de carne de nosotros mismos. Vivir en sociedad es vivir des-hechos, haber aceptado des-hacernos de algo. Siempre el tiempo está fuera de quicio: no hay primero un pasado, luego un presente y después un futuro. Cada uno de esos tiempos toma por asalto a los demás, y el presente es siempre un lugar de disputas entre el pasado y el futuro. Y el espacio social, lo mismo: siempre es un lugar de negociaciones, de entrega de lo que habríamos querido en nombre de lo que podemos conseguir, de insatisfacción con lo que conseguimos en esa negociación permanente. A esto que aquí estoy diciendo es a lo que Gramsci llamó “hegemonía”, que supone siempre el desquicio del tiempo y del espacio, una lucha por qué de lo que queda del pasado y qué de lo que soñamos del futuro se impone en el presente y una lucha por qué tan pesada deba ser la libra de carne que tenemos que entregar en la puerta de entrada del juego de la vida con los otros. Por qué cosa es lo que sobra, o lo que falta. Lo que sobra, en la perspectiva de la lógica del sistema social que no puede permitirnos realizarnos plenamente entre los otros; lo que falta, en la perspectiva del sueño que tienen los sujetos de entrar ellos también en el reparto de las mercedes del sistema.

En Restos y desechos, Rinesi parte de las obras del autor inglés pero transita también por páginas más criollas: Sarmiento, Walsh, Borges, y letras del tango y la milonga son herramientas de análisis que amplían y complementan las reflexiones producidas para pensar nuevas formas de teoría política. “Se trata de los grandes temas mitológicos de la historia del pensamiento humano. De los grandes sueños que los hombres y los pueblos no han dejado de soñar a lo largo de los siglos. Uso a propósito la metáfora del trabajo de los sueños, que Freud decía que era el de desplazar y el de condensar las experiencias de la vida. Del mismo modo, los grandes sueños colectivos que son las obras de arte de la humanidad deben ser examinados como desplazando y condensando la experiencia humana a lo largo de la historia”, justifica Rinesi.

-Uno de los corazones de la vida social es el conflicto y el Estado es tal vez la forma más potente de intervenir en él. ¿Qué lugar tiene el Estado hoy, en medio de una pandemia mundial? Luego de años de ser atacado parece lograr una reivindicación política fuerte…

-El Estado tiene en su naturaleza una función de regulación de la vida social, de conjuro del peligro de que el conflicto derive en formas tremebundas de luchas de todos contra todos. La discusión es enorme, pero para simplificar podemos contraponer a quienes dicen que el Estado está del lado de las cosas buenas de la vida porque sin Estado no tendríamos educación pública ni salud pública ni Asignación Universal por Hijo, y quienes dicen que está del lado de las cosas malas porque una gran máquina de reprimir, de disciplinar, de conculcar libertades y derechos. Por supuesto, unos y otros tienen razón. Se trata de ser capaces de construir una teoría menos consignista en torno al Estado. Me da la impresión de que a causa de este fenómeno mundial tan dramático del virus, que nos tiene a todos tan preocupados, hay una valoración universal de la importancia de un Estado al servicio del bien común y no de intereses particulares o de lógicas particulares como la del mercado. Liberales, neoliberales, desarrollistas y populistas estamos todos diciendo que tiene que haber un Estado fuerte en condiciones de controlar el precio del alcohol en gel, de producir una vacuna, incluso de reprimir -la palabra es fuerte- a los tarados que violan la cuarentena… Hay un reconocimiento de la importancia y de las funciones del Estado, una valoración del bien común de la salud por encima de los bienes particulares… Pero aquí se abre un desafío.

-¿Cuál?

 

-El de pensar cómo podemos construir Estados que al mismo tiempo sean eficientes -porque es evidente que contra este virus tenemos que ser eficientes- y garanticen tanto el valor liberal de las libertades individuales como el valor democrático de la participación popular en los asuntos públicos. Por razones opuestas pero complementarias, Brasil y Chile parecen mostrar hoy dos escenarios alarmantes: el descuido y los palos. En el medio -mejor dicho: en otro lugar, en otra sintonía-, el gobierno argentino es un gobierno preocupado por el virus y también por la democracia, por las garantías individuales, por las libertades ciudadanas. Esta posición me parece la más difícil de todas, y la que hay que acompañar. Ese es, me parece, el modelo de Estado que uno debería poder pensar en esta emergencia. Que salgamos de esta crisis con más Estado, pero también con más democracia, con más libertad y con más derechos.