A Juana de Arco la hicieron quemar. Y Jean Dorothy Seberg, una actriz debutante de diecisiete años elegida por el gran cineasta Otto Preminger para encarnar a la heroína francesa, probó una pizca de esas llamas en el rodaje de Santa Juana (1957). Literalmente. No parece casual que Vigilando a Jean Seberg, segundo largometraje del australiano Benedict Andrews, comience precisamente con una imagen de esa película, reconstruida con el rostro de Kristen Stewart: en el demasiado breve derrotero de su vida y carrera, en particular durante el período específico que retrata la historia, pueden encontrarse los rasgos inconfundibles del martirologio. Encarnada con precisión y riqueza de matices por Stewart, la Seberg de Andrews es una criatura al mismo tiempo frágil y altamente resistente, una figura pública dispuesta a pelear por lo que considera justo pero contradictoria en algunos aspectos de su vida privada. Luego de ese plano general –que se va acercando hasta que el rostro de Stewart/Seberg, rodeado por las llamas, ocupa casi toda la pantalla– la elipsis lleva al espectador unos diez años hacia adelante, a mayo de 1968. El regreso a los Estados Unidos desde Francia y el encuentro en pleno vuelo con un activista por los derechos de los afroamericanos marca un punto de inflexión en la vida de la protagonista de Sin aliento. Utilizando como excusa su simpatía y apoyo económico al partido de los Black Panther, el FBI comenzó a espiarla, primero, y a hostigarla después con informaciones sobre su vida privada –algunas de ellas, simples y burdas mentiras–, divulgadas en revistas de chimentos y periódicos sensacionalistas. Una historia absolutamente verídica que el guion escrito por Joe Shrapnel y Anna Waterhouse reorganiza en una estructura de drama personal con rasgos de denuncia histórica. La de Seberg fue una historia de golpes emocionales, romances fracturados y desequilibrios psicológicos, pero es indudable que la persecución por parte del gobierno estadounidense contribuyó a un primer intento de suicidio y, tal vez, a su muerte en 1979, a los cuarenta años. Vigilando a Jean Seberg construye sus ficciones a partir de fuertes ligazones con la historia real y matiza las cuestiones privadas con comentarios sobre la carrera cinematográfica de la actriz, que nunca logró despegar por completo a pesar del enorme impulso inicial otorgado por los films de Preminger y Jean-Luc Godard. El punto de vista es siempre dual: el de ella misma, desde luego, y el de Jack Solomon, el joven espía interpretado por Jack O'Connell que comienza a caer en la cuenta del enorme daño personal que, tanto él como la organización a la pertenece, han causado en nombre de los intereses del gobierno.
Seberg vuela en primera clase hacia Los Ángeles y discute con su agente el proyecto cinematográfico en ciernes, un “western musical” que nunca es nombrado, pero que no puede ser otro más que La leyenda de la ciudad sin nombre, la película de Joshua Logan en la cual la actriz compartió cartel junto a Lee Marvin y Clint Eastwood. El encuentro con el activista Hakim Jamal (Anthony Mackie) que sobreviene a bordo del avión pudo o no haber ocurrido de esa manera. Poco importa. Lo que sí resulta relevante es el interés de la actriz por ciertas problemáticas sociales: el racismo rampante, la brutalidad policial, la falta de oportunidades para los descendientes de los esclavos. Más tarde le dirá a la esposa de Jamal que lo suyo, el hecho de ser una estrella de cine, es algo completamente frívolo si se lo compara con el rol de asistencia social que llevan a cabo tanto ella como su esposo. En el aeropuerto, un grupo de periodistas y fotógrafos espera a la viuda de Malcolm X, acompañada en el viaje por Jamal, sobrino del líder radical; otros, en tanto, están al acecho de Seberg. De pronto, la rubia de pelo corto camina rápido y se mezcla con los activistas de cabellos afro, levantando el puño en alto y ofreciendo a las cámaras una imagen iconográfica. Arriba, detrás de un ventanal, dos espías del FBI capturan el momento, disparando sin saberlo el comienzo de un calvario en la vida de la actriz.
Esa instancia histórica nunca existió realmente, según confirma Benedict Andrews en comunicación exclusiva con Radar. “Vigilando a Jean Seberg no es un documental, desde luego, y tampoco quisimos lograr algo parecido a lo que hace David Fincher en Zodiaco, donde cada referencia parece tener un componente de realidad fáctica. Supongo que la película podría definirse como una ficción especulativa, aunque sí tomamos elementos conocidos de su vida –y otros no tanto–como material de base. Por necesidades dramáticas condensamos algunas situaciones, como el intento de suicidio que terminó con el aborto de su hija por nacer: en el film tiene lugar en su departamento de París y, en la vida real, ocurrió en Mallorca, durante unas vacaciones. Tampoco existió la conferencia de prensa posterior, pero era una manera muy dramática de presentar el desarrollo de los acontecimientos tardíos del relato. En cuanto a la escena del aeropuerto, aparentemente Seberg sí conoció a Jamal durante un vuelo y comenzaron a conversar sobre política. Nos pareció interesante crear esa escena, porque ella baja del avión y lo que nota es que la atención de la prensa está más concentrada en cuestiones políticas y no tanto en ella. En esa escena están presentes todos los elementos de la historia: Hollywood, los Black Panther, el FBI; ese triángulo que comienza a conformarse en ese momento. Además de poner en tensión las intenciones de la protagonista: ¿se relaciona con Jamal porque tiene un interés personal en él, porque cree que eso puede derivar la atención de la prensa hacia ella o porque realmente es dueña de un fuego interior, un deseo de cambiar el estado de las cosas en los Estados Unidos?”.
SIN ALIENTO AL VER SIN ALIENTO
Benedict Andrews nació en Adelaide, Australia, en 1972 y su relación profesional con el cine es relativamente reciente. El grueso de su producción artística está ligada al teatro y a la ópera. En el primero de esos terrenos, Andrews estuvo a cargo de reconocidas puestas de piezas de Tennessee Williams (La gata sobre el tejado de zinc, Un tranvía llamado deseo), Samuel Beckett (Final de partida), Jean Genet (Las criadas) y Pierre de Marivaux, (La disputa), en su mayoría junto a la Compañía Teatral de Sydney, además de adaptaciones vanguardistas del ciclo de obras históricas de Shakespeare, englobadas baja el título La guerra de los Roses. En el terreno operístico, se destacan su dirección en sendas versiones de La bohème y Calígula; esta última llevó a Andrews a visitar Buenos Aires cuando las composiciones del alemán Detlev Glanert, basadas en la obra de Camus, fueron presentadas durante la temporada 2012 del Teatro Colón. Vigilando a Jean Seberg es su segundo largometraje luego de Una (2016), basada en la obra Blackbird, pero ni una ni la otra ofrecen lastres teatrales: para el australiano las tablas y la pantalla son asuntos separados. “La primera vez que vi a Jean Seberg fue a los quince años, en una clase de francés en la escuela, cuando nos proyectaron Sin aliento”, continúa Andrews. “Esa fue una actuación que nunca pude olvidar y creo que eso mismo le ocurrió a mucha gente. Algo que no sólo me conmovió sino que, de alguna manera, me cambió. De allí que haya terminado con un afiche de la película en mi cuarto durante mis años de adolescencia. Hay en esa performance tanta libertad, tanta fuerza vital, tanta verdad. Es la clase de participación en una película que nos marca a tal punto que creemos conocer a la persona, algo ligado al poder del cine en nuestra imaginación. Por supuesto, en aquel entonces no conocía los detalles de lo que había ocurrido en su vida personal en los años que reconstruye la película”.
El interés personal por la vida de Seberg terminó de cristalizar cuando surgió la posibilidad de llevar adelante el proyecto, cuyo borrador de guion ya estaba escrito cuando llegó a las manos de Andrews. “Comenzamos a desarrollar más la historia, teniendo en cuenta un concepto narrativo importante: que existiera siempre, en todo momento, una ligazón muy fuerte entre quien vigila y quien es vigilado, entre el observador y el observado. Al concentrarnos en los personajes de Jean y Jack descubrimos el motor secreto de la película, que es que ambos son transformados por la experiencia. Algo que también puede interpretarse como una metáfora sobre el cine. Para vigilar a Jean, Jack utiliza herramientas que son centrales en el cine, como una cámara y un micrófono, y de esa forma logra tener un contacto muy cercano con ella, algo que pone en tensión la relación con su trabajo y con lo que cree es lo correcto. Ese componente de vigilancia y voyeurismo es algo muy estimulante, muy cinematográfico. Fue también en ese momento cuando decidimos que Vigilando a Jean Seberg no iba a ser una clásica película biográfica, sino que iba a tomar elementos muy puntuales de su vida para construir algo diferente”.
LA PRECUELA DE UN MARTIRIO
En su coqueto descapotable amarillo, Jean Seberg maneja hasta al domicilio ocupado temporalmente por Allen Donaldson, alias Hakim Abdullah Jamal, su nombre luego de la conversión a la Nación del Islam. Es de noche y el barrio no parece ser el más apropiado para una estrella de cine, lo cual sorprende no sólo al dueño de casa sino también a los dos agentes del Bureau apostados de incógnito en una camioneta, del otro lado de la calle. Uno de ellos es Jack Solomon; el otro es su compañero Carl Kowalski, interpretado con gruesos detalles desagradables por Vince Vaughn. Los “Allahu Akbar” de los rezos son interrumpidos por el timbre de la calle y Jean ingresa a la pequeña casa como un elefante en un bazar: con minifalda amarilla y una botella de whisky en la mano. Luego de despedir a los hombres, Jamal y Seberg mantienen una nueva conversación sobre política que termina, más temprano que tarde, en la cama. Detrás de un vidrio oscuro, los federales graban la conversación y los gemidos. En el dormitorio, la cicatriz del accidente durante el rodaje de Santa Juana llama la atención del amante. Una cicatriz que es tanto física como espiritual. Diez años antes, la jovencita nacida en un pueblo llamado Marshalltown, en Iowa, era elegida por el poderoso productor y realizador Otto Preminger entre casi doce mil concursantes. Así comenzaba una carrera en el cine llena de altibajos y marcada por conflictos personales de toda índole. La película sobre la vida y la pasión de Juana de Arco fue masacrada por la crítica, en particular debido a la actuación de la debutante, pero Seberg volvió a ser convocada un año más tarde para el siguiente proyecto de Preminger, Bonjour tristesse, film rodado en la Riviera francesa y adorado por los críticos de ese país. Así comenzaba un romance parisino que derivaría poco tiempo después en el rol más icónico de toda su carrera: la Patricia Franchini de Sin aliento, la ópera prima de Jean-Luc Godard, quien llegó a aceptar a la actriz estadounidense luego de que un par de otras opciones quedaran fuera de su alcance. Ese papel fue una auténtica bomba que disparó esquirlas en todas direcciones y también el punto máximo de popularidad de Seberg, que alternaría en los siguiente tres lustros papeles en grandes producciones de Hollywood con apariciones en películas europeas de toda clase y calaña. El mito, de todas formas, ya estaba cimentado, y lo que narra Vigilando a Jean Seberg es el último intento por ingresar a la realeza de la Meca del cine, además del comienzo de un interés por el activismo político que, en comparación directa con el de Jane Fonda, sería marginal y casi secreto. Esas características son, sin embargo, las que la llevarían varias veces, empujada por el accionar del FBI, al borde del abismo.
CONTRADICCIONES A FLOR DE PIEL
En la banda de sonido suena Nina Simone, otra artista rigurosamente vigilada por sus actividades políticas, mientras la paranoia comienza a devorar el cuerpo y la mente de Seberg. “Al mismo tiempo que su relación con Hollywood comienza a colapsar, el vínculo con su segundo esposo, el director de cine francés Romain Gary (interpretado por Yvan Attal), comienza a desgastarse hasta un punto sin retorno”, afirma Andrews. “Es interesante pensar que el período en el que intenta ingresar a lo que quedaba del sistema de estudios de Los Ángeles –con participaciones en títulos como La leyenda de la ciudad sin nombre y la muy popular Aeropuerto– es precisamente el mismo momento en el que se ve involucrada con grupos políticos radicales. Y eso señala una de las posibles contradicciones de su vida”. Una simple búsqueda online permite apreciar una entrevista televisiva a Seberg realizada luego del estreno de Sin aliento por el programa francés Cinépanorama. Sin anestesia y con algo de maldad, la periodista le dispara a la actriz preguntas ligadas a su vida personal: el reciente divorcio, el primero en su vida; la estadía en un centro de descanso para recuperar el equilibrio emocional. Las respuestas, sinceras, de Seberg destacan por encima de cualquier otra cosa y muestran a una joven de apenas veintidós años muy segura de sí misma. Al mismo tiempo, resulta imposible no advertir una fragilidad a flor de piel. “Esa es una entrevista increíble y en cierto momento pensamos en utilizar un fragmento, durante la escena en la cual Jack observa clips de sus películas en las oficinas del FBI. Eso me lleva a algo que es central, en el personaje de Jean y en la actuación de Kristen Stewart. Algo que desafía cualquier clase de categorización y que tiene que ver con la idea de que, en la película, alguna gente desea que ella sea perfecta: una activista o idealista o revolucionaria perfecta. Y el hecho de que su vida emocional, su vida política y su vida romántica estén tan mezcladas hace que eso sea muy problemático. Su pensamiento político está mezclado con sus relaciones amorosas. Algunas personas ligadas a los Black Panther que la conocieron hablaron de su franqueza, de una cualidad absolutamente sincera. Esa mezcla de determinación y fragilidad, de vulnerabilidad y resistencia, es esencial en el personaje y es lo que nos hace volver a Sin aliento: todo eso está ahí en la pantalla. Un contraste muy interesante, que tomamos en cuenta cuando preparábamos la película, fue pensar en Seberg a partir de la figura de Jane Fonda, quien también se transformó en portavoz de la disidencia política en tiempos de Vietnam y quien, curiosamente, participó directa o indirectamente en dos películas de Godard. Cuando uno ve una película de Fonda de aquellos años la actuación está definida por el hecho de que uno sabe todo el tiempo qué es lo que está pensando; en el caso de Seberg, nunca se puede saber con certeza, siempre hay una sensación de duda, de contradicción. Ver hoy Bonjour tristesse es notable: lo que ella hace allí está muy adelantado a su tiempo y es justamente lo que muchas veces se busca en una actriz hoy en día. Kristen Stewart pertenece a esa misma raza de actrices, ya que además de su pericia técnica siempre ofrece una cualidad cruda y poderosa en sus actuaciones”.
Más allá del tono celeste de los ojos, compartido por ambas actrices, o del trabajo de tintura y peinado de los cabellos, el gran logro de Stewart descansa no tanto en la intensidad de los momentos más dramáticos del relato sino en el poder de convicción mimético de cierta cualidad nerviosa de Seberg, ese deseo vital acompañado todo el tiempo por la posibilidad de la autodestrucción. Al menos de esa Seberg inmortalizada en las películas. La Seberg inmortal.