En el barrio santiaguino de Ñuñoa, a pocas cuadras de ese Estadio Nacional donde la dictadura pinochetista apagó la voz de un sinnúmero de personas, el año pasado se encendió la de un nuevo sello chileno de música electrónica, 11:11 . “Los tres socios con los que partió, Jim Hast, Kinética y yo, veníamos haciendo música para danza”, explica el músico y productor Andrés Abarzúa. “Una de las primeras actividades que hicimos fue montar una casa en la que pudiéramos producir material propio y de otros proyectos. Se nos ocurrió armar fiestas y conciertos íntimos (las Sesiones 11:11) para gente relacionada con la industria: periodistas, productores y programadores. Convertimos esto en algo que no sabíamos si llamar colectivo o laboratorio, pero el concepto de sello fue el que mejor se acomodó. Y a muchos de los artistas que estábamos produciendo en el estudio los invitamos a ser parte del catálogo.”
A diferencia de las demás disqueras del género manufacturadas al otro lado de la Cordillera, 11:11 se caracteriza por enfocarse en la electrónica de autor. “Nuestra línea editorial es bastante ecléctica. Aunque producimos electrónica y pop, lo que buscamos principalmente es que la música esté bien hecha”, comparte Abarzúa, quien también en 2019 lanzó su primer single solista, Kintsukuroi, para el que prestó su voz Kali Mutsa (álter ego de la cantante y actriz francochilena Celine Reymond).
“La mayoría de los proyectos musicales de 11:11 basan su repertorio en canciones con versos y coros, y eso genera una conexión con otro público que no necesariamente es el que consume techno o house. No tenemos que ver con ese tipo de electrónica sino más bien con el de las canciones. Abrimos el sello para tener un espacio intermedio entre ambos mundos, con aspectos novedosos en cuanto a composición y producción. Somos muy quisquillosos con el sonido, la mezcla y la masterización.”
A pesar de que apareció poco antes de la fundación de 11:11, el Disco III, de Kinética (alias de la música y productora Emiliana Abril) no sólo es considerado uno de los trabajos fundacionales del sello sino que también ganó como “mejor artista de música electrónica” en los premios Pulsar de 2018. “Si bien partimos con el estudio y la fiesta, nos fuimos profesionalizando”, manifiesta Abarzúa y advierte que, tras el lanzamiento en 2019 del álbum No voy a llorar, de Juan Pablo Abalo , y más recientemente de Ciénaga, primer disco de I.O. (Isidora O’Ryan), preparan la salida de nueve trabajos más.
Un bastión para la electrónica chilena
“Hablé con muchos colegas y amigos, y todos notan que hacemos un aporte profesional. Pese a que nuestros recursos son pocos, nos tomamos esto muy en serio. Con todo lo del indie, la gente de la industria lo agradece”, asegura Andrés. Y al momento de definir la estética sonora, el artista y entrepreneur no duda en confirmar: “Algunos de nosotros estamos más ligados al hi-fi”.
Aunque su catálogo, con laboratorios sonoros como Xatarra y Cuervo, flirtea con el imaginario de vanguardia, 11:11 apuesta por el equilibrio de las etiquetas. “Nos han identificado de esa forma”, reconoce Abarzúa, quien, amén de llevar adelante el proyecto Andy también participa en Rubio (grupo liderado por Francisca Straube), cuyo debut en Buenos Aires se produjo en febrero. “Vanguardia es un concepto que presenta algo novedoso, que no existía antes. Pero también hace alusión a la superioridad, lo que no nos gusta y con lo que no nos sentimos identificados. Tratamos de innovar en lo que hacemos, mezclar cosas de otros géneros y estar en la delantera con respecto a las tecnologías.”
Al mismo tiempo, 11:11 reivindica la tradición: “Tenemos bien presentes a Violeta Parra y Víctor Jara. Carlos Cabezas es un referente de la electrónica chilena, y Juan Amenábar lo es en lo que a electroacústica se refiere. Chile es un país relativamente pequeño y no hay tanta industria, por eso valoramos el trabajo de los antecesores”. A propósito de esto, armaron en Spotify una playlist para combatir el toque de queda establecido por el gobierno chileno a causa del CODIV-19, a la que tituló En la casa. “Tras hacer una playlist de música electrónica chilena que nos gustaba, con artistas del sello y otros que no, esta vez hicimos una que incluye pop y cantautores. Es el momento perfecto para que la gente la escuche.”
Al igual que acá, en Chile uno de los sectores más golpeados por la pandemia es el de los músicos independientes. “Está complejo. Se le está pidiendo al gobierno que facilite algunas cosas”, esboza el músico y productor. “Nos ganamos un fondo el año pasado que nos permite solventar algunas cosas básicas, lo que es toda una suerte porque no sabemos dónde estaríamos.” Mientras se espera la vuelta a la rutina, ¿un artista argentino podría prepararse para ser parte de 11:11? “El mercado está muy pendiente de las visitas y las reproducciones en las redes. Pero no tenemos restricciones frente a eso. Si el proyecto nos interesa, vamos a apostar”.