La cuarentena obligatoria permite que los usuarios de las plataformas de video a demanda se alejen por un tiempo del último estreno y buceen a gusto por la oferta de clásicos disponible. El caso de Qubit es notable en varios sentidos ya que, junto con Mubi, es el sistema que ofrece la mayor cantidad de títulos de todas las épocas y geografías. Precisamente, el primero de ellos contiene en su “librería” la ópera prima del italiano Dario Argento, El pájaro de las plumas de cristal, película que acaba de cumplir hace un par de semanas medio siglo de vida, tomando en cuenta la fecha de estreno original en su país de origen (el lanzamiento internacional se produciría varios meses después, en junio de 1970).
Las historias alrededor de su creación son diversas y, en más de un caso, llegan hasta nuestros días bajo el manto de la mitología. Dícese que el productor Goffredo Lombardo –veterano de la industria cinematográfica que supo producir, entre otros films, El gatopardo de Luchino Visconti- puso el grito en el cielo al asistir a la primera proyección del material rodado por Dario Argento, pidiéndole al novato director que dejara la película en manos más profesionales. Ya en las etapas finales de posproducción, y con un Lombardo cada vez más convencido de que el proyecto había derivado en desastre, fue la intervención casi divina de su secretaria la que terminó por dar luz verde al estreno del film tal cual había sido concebido: fue ella quien relató, en el momento oportuno, el impacto emocional y el miedo generado por el joven director. Más allá del anecdotario, nadie imaginaba el enorme éxito que el film conseguiría en Italia y, fundamentalmente, en los mercados extranjeros a partir de su lanzamiento en los Estados Unidos.
El tráiler original para la televisión estadounidense ubica a Argento “en la tradición de Hitchcock”, volviendo a ese equívoco que equipara el estilo del giallo –esa particular mezcla de policial y film de terror– con aquel otro practicado por el Maestro del suspenso. Lo cierto es que, si bien Argento no inventó el giallo, el fenómeno de El pájaro… no hizo más que potenciar el desarrollo de un género que ya estaba en eclosión, generando incluso una avanzada de largometrajes con kilométricos títulos que, en varios casos, incluían alguna u otra clase de animal. El mismo Argento, por cierto, continuaría en esa línea con las siguientes dos entradas de su “Trilogía de los animales”: El gato de las nueve colas y Cuatro moscas sobre terciopelo gris, ambas de 1971.
La secuencia de títulos presenta una máquina de escribir debajo de la precaria luz de un velador, unas manos enguantadas y una colección de dagas y cuchillas sobre fondo de terciopelo rojo, que el criminal acaricia con cierto deleite, idea que será reutilizada años más tarde en una de las escenas más famosas de Rojo profundo (1975). Luego de una breve introducción, la secuencia más recordada del film revela tres de las pulsiones que ocuparán el centro de gran parte de la obra del realizador. Por un lado, el jugueteo formal, una de las improntas más recordadas en la primera etapa de su filmografía, en este caso representada por un sofisticado uso del zoom e imágenes congeladas. En segundo lugar, la relación no necesariamente directa con el cine de Alfred Hitchcock, que no está dada por la estructura narrativa de sus películas (el maestro inglés nunca filmó algo parecido a un whodunit) sino por la reutilización no sistemática de algunos de sus temas y situaciones predilectas. Finalmente, el cuidado –más bien, la obsesión– por el encuadre y la fotografía, no como condimentos o adornos de la puesta en escena sino como elementos centrales en la construcción del universo en el cual transcurren las historias.
Una caminata nocturna transforma al protagonista en privilegiado testigo de un crimen. Sam Dalmas (Tony Musante), primero en una serie de reporteros, escritores o músicos americanos o británicos de visita en Italia, observa a través del amplio ventanal de una galería de arte moderno como una mujer es acuchillada por una misteriosa y escurridiza figura vestida de negro. Ridículamente encerrado entre dos vidrios, como un espécimen en el zoológico, el joven ve como la mujer suplica por ayuda al tiempo que se desangra lentamente. Circunstancias que Dalmas no podrá recordar con exactitud y que volverá a revisitar en su mente una y otra vez, en busca de ciertos detalles escurridizos. Varado en Roma junto a su novia (interpretada por Suzy Kendall) por pedido de la policía local, los acontecimientos comienzan a complicarse de manera exponencial, transformando al testigo en investigador, primero, y finalmente en potencial víctima.
En los primeros films de Argento los protagonistas masculinos sienten una irreprimible fascinación por el trabajo detectivesco amateur, transformándolos en blanco ideal de los impulsos homicidas del criminal. La estructura de su ópera prima –cuya historia fue escrita por el realizador adaptando muy libremente la novela The Screaming Mimi, del escritor norteamericano Fredric Brown– presenta las características básicas del whodunit: la identidad del asesino está protegida por el guion y la puesta en escena hasta el desenlace, se crea una buena cantidad de falsos culpables diseñados para contribuir a la confusión del espectador y las escenas de asesinato están dispuestas en el relato de manera sistemática y rítmica. Es de destacar, sin embargo, el escaso interés de Argento en sus primeros films por el gore, por el detalle sanguinolento y explícito. De hecho, hay muy poca sangre en sus películas seminales y la escena más shockeante en toda la trilogía animal sea tal vez el primer asesinato que puede verse en pantalla en El pájaro…, filmado por el realizador con una combinación de planos subjetivos de la víctima y el victimario que acerca al film al thriller psicosexual también en boga por aquellos años, territorio que se cruzaría e hibridaría con el giallo en incontables oportunidades.
El pájaro de las plumas de cristal –que suele subvalorarse como una de las películas menos interesantes de su carrera– es un más que digno debut, complejo en su estructura narrativa al punto de no adolecer de ninguno de los problemas de lógica narrativa o “agujeros de guion” por los cuales Argento se haría famoso en sus creaciones más salvajes y libres. Pero lo que destaca a este film de muchos de los giallos contemporáneos es su particular estilo, su diseño de arte, el ojo atento al detalle de sets y locaciones, la utilización de estructuras arquitectónicas que resultan funcionales al tiempo que se adhieren a la trama y el derrotero de los personajes. En ese sentido, existe una clara influencia formal que se ha destacado en más de una oportunidad, pero no lo suficiente: Argento definitivamente reutiliza algunos de los signos visuales del cine de su coterráneo Michelangelo Antonioni, en particular aquellos presentes en Blow Up. La ópera prima de Dario Argento, acompañada por una notable banda de sonido compuesta por Ennio Morricone, demuestra, entre otras cosas, que el cineasta italiano al cual se ha descripto muchas veces como “Maestro del horror” no demostraba, en aquellos primeros tiempos, demasiado interés por el género fantástico en general y el terror en particular. De hecho, recién en su quinto largometraje, Rojo profundo, comenzaría a teñir con tonos más cercanos al terror la estructura del giallo, desembarcando finalmente en los puertos del horror con su siguiente largometraje, Suspiria (1977), su obra maestra incontestable.