En los libros de Historia que hablan sobre las epidemias universales, se describen claramente los diferentes comportamientos sociales de la población afectada. Pero es escasa la información que nos cuente sobre cómo afectaba a los niños en términos psicológicos y/o conductuales.
Los pediatras, psicopedagogos y psicoanalistas de niños, trabajando en equipo, orientamos nuestro enfoque asistencial al niño y su familia contemplando los distintos aspectos vinculares que se suceden entre sí, comprendiendo que cada integrante ocupa un rol dentro de ese grupo. Comprendemos que, el de los padres, consiste en ejercer un papel protector, nutricio, estimulador y facilitador entre otros.
La cuarentena por la que estamos pasando, sin lugar a duda, implica un tremendo desafío para todos. Las madres y los padres expresan su agotamiento físico, psíquico, de recursos y disponibilidad para manejar todo lo que implica estar encerrados por días, con sus hijos.
Es cierto que actualmente estamos atravesando un momento excepcional, un “nuevo momento social” a partir de la pandemia de coronavirus, donde podemos observar reacciones individuales de diversa índole frente al mismo problema. No es difícil encontrar actitudes temerosas, discriminativas, persecutorias y hasta egoístas.
Los medios de comunicación transmiten de modo continuo información sobre la propagación del virus en cada rincón del mundo e invitan a participar de una infopandemia que genera terror. Más allá de que en muchas casas está la televisión encendida todo el día, como sonido de fondo, los chicos escuchan permanentemente que los adultos comentan noticias al enviar o recibir mensajes, al hablar por teléfono o en intercambio con otros. Muchas veces lo hacemos cuando estamos convencidos de que los chicos no están atentos, pero es cuando más escuchan.
Los adultos estamos preocupados por la prevención de contagio, la limpieza de los ambientes, la ropa, el abastecimiento de la alacena, cocinar cuatro comidas diarias, los familiares con los que no convivimos y que, tal vez, precisan compañía o asistencia. Sumado al reto casi olímpico de conseguir alcohol en gel, barbijos, repelentes y provisiones, los adultos nos vemos también sometidos a otro desafío en algún punto novedoso: entretener a los hijos. En este sentido se ponen en marcha todos los motores de la imaginación y creatividad para lograr tal objetivo.
Muchos siguen trabajando desde su casa, reinventando modos para sostener su propia actividad y economía, que inevitablemente se ve afectada, sin saber cuándo ni cómo finalizará el aislamiento. A esto se suma el hecho inédito de estar en casa con los chicos, las veinticuatro horas de muchos días, pero no de vacaciones ni con la posibilidad de salir a pasear ni invitar amigos.
Todo esto incrementa la demanda de los chicos, porque están aburridos, porque ya hicieron y jugaron a todo lo que se les ocurrió, y quieren que les dediquemos tiempo, juguemos con ellos, charlemos o miremos una película juntos. Esencialmente, lo que están pidiendo es que estemos con ellos, los contengamos y tranquilicemos, pero muchos de ellos no pueden pedirlo con esa claridad y, a veces, según la modalidad de cada niño y cada adulto, terminamos irritados, haciendo lo contrario.
Durante los días de la semana, se suma el hecho de que la gran mayoría de las escuelas aún no parecen comprender de qué se trata “la escuela virtual”. De un día para otro cambió la necesidad y, por ende, la propuesta pedagógica: hay que mandar actividades para que los chicos hagan en casa.
En este torbellino, pocos docentes cuentan con la formación necesaria y hacen lo que pueden, lo mejor que pueden. Lo que predomina es el envío de mucha más tarea de la que harían si estuvieran en clase. Desde la conducción, no parecerían estar fijando prioridades: se envían tantas tareas de matemática, lengua, ciencias, como de educación física (sin desmerecer la importancia, pero en este contexto, tal vez, la historia del bádminton, como trabajo práctico para un 3°grado de primaria, puede esperar).
En algunos casos, parecerían apurados por adelantar contenidos, y envían temas que aún no explicaron. Algunos chicos apenas habían tenido un par de días de clases cuando entramos en cuarentena; algunos estaban en sus primeros días de primaria o secundaria).
Lorenzo, de 12 años:
--Tuve un día de clases y, de ahí, a la cuarentena. Apenas nos habían preguntado nuestro nombre, hicimos unos juegos para conocernos, nos mostraron dónde está el baño, y al día siguiente nos estaban ametrallando con trabajos de secundaria. Ni les conocemos las caras a los profesores!
En este contexto, a los adultos se les suma el tener que acompañar las actividades escolares, explicar temas que muchas veces no recuerdan o nunca vieron.
Hasta aquí, el agobiante mundo de los adultos en días de cuarentena. No desconocemos la complejidad que implica sostenerlo, y más aún para las familias que viven en espacios reducidos, lo cual complejiza la convivencia. Las tensiones, entre tanta conmoción, surgen en la gran mayoría de los hogares.
Habiendo hecho esta aclaración, vamos a pasar al mundo de los chicos, al modo en que muchos de ellos perciben y están viviendo este contexto convulsionado, de modo aterrador.
Como profesionales dedicados a la atención de niños y familias, nos preguntamos: ¿qué le sucede a un niño cuando sus cuidadores primarios “protectores” muestran permanentemente actitudes de miedo con mensajes cuasi apocalípticos? ¿qué siente un niño frente a la hiperinformación y a la invasión audiovisual de este nuevo fenómeno?
La infancia atraviesa un momento poco comprensible para los niños, sobre todo los más pequeños. No van a la escuela aunque tienen tarea diaria; no son vacaciones, pero sus padres están permanentemente en casa; se conectan con sus seres queridos pero de un modo distante. Si resulta difícil comprender esto para el mundo adulto, más aún en el mundo infantil.
En medio de esta crisis en la que los adultos nos hacemos cargo de todo lo mencionado, a veces perdemos de vista que los chicos absorben toda esa carga. Aunque estén jugando o parezcan distraídos, no solo perciben y se angustian por la situación, sino por ver a sus padres tan sobrecargados. Aparecen fantasías en relación a la posibilidad de que se enfermen, y hasta puedan morir. Ante esta angustia, prepondera un pensamiento egocéntrico (tal como en los adultos estamos escuchando tantas reflexiones y acciones basadas en la omnipotencia y narcisismo). El miedo principal aparece en relación al propio cuerpo y al de sus seres más queridos, al de las personas que conocen y quieren.
Federico, de 7 años, está con su papá durante la cuarentena, a pesar de que acababa de volver del exterior:
--Mi papá no se siente bien. Y si se muere? Dicen que los chicos no tienen coronavirus, pero, si se muere él y yo me quedo solito acá? No me van a poder venir a buscar porque capaz que los puedo contagiar.
La gran diferencia es que, ante las tensiones y angustias que surgen en la convivencia en aislamiento, los niños carecen de los recursos para manejarlo y poder cambiar la modalidad. Para los adultos, sin duda, es complejo abstraerse e intentarlo, pero los niños no pueden, ni les corresponde hacerlo.
La noción de tiempo y espacio que dominan los más chicos (hasta aproximadamente los cinco años) tampoco es la misma con la que cuentan los adultos: el afuera se desvanece, el tiempo, si para nosotros resulta eterno, para muchos de ellos no cuenta con un punto de referencia.
Su día a día, sus rutinas, la posibilidad de anticipar y prever, se esfumó repentinamente. Las clases ya no son las que esperaban (con más o menos deseo) ni existe la posibilidad de encuentro con sus pares. Quedaron restringidos a la vida compartida con unos pocos, mientras desapareció todo contacto con el mundo público, que incluye a sus familiares no convivientes (en algunos casos, su mamá o papá), amigos, etc.
Lo que muchas veces anhelan, el deseo de quedarse en casa y faltar a la escuela o tener vacaciones, compartir días con su familia, no tiene nada que ver con lo que están viviendo.
Para la gran mayoría, el vínculo con lo escolar se tornó agobiante por las dificultades que ya hemos mencionado y porque exige manejar una plataforma para la que la gran mayoría de sus docentes, y ellos mismos, no han sido capacitados. Muchas escuelas les están exigiendo que permanezcan frente a la pantalla durante el horario escolar: algunos deben dar el presente a las 8, y estar atentos a lo que se les pide, hasta las 16:30.
Resulta complejo de comprender la perspectiva pedagógica que sustenta tal propuesta, tanto como implementar una modalidad que implique que los chicos estén frente a una pantalla durante semejante cantidad de horas. A esto se suma que muchas veces tienen que enviar los trabajos asignados y, como la plataforma está colapsada, al no lograrlo, entran en pánico de haberlos perdido.
Al finalizar la primera semana sin clases, María, de 11 años decía:
--Anoche había olor a quemado en mi cabeza, tenía Parkinson, sudaba las manos, tenía taquicardia. Recalculé y empecé la tarea de vuelta, pero es mucha presión! Literal que se me partía el cerebro en cuatro. Prefiero ir a las siete de la mañana al colegio! Con este stress, me va a dar coronavirus!
Los chicos también están colapsados. Nuestras vidas se detuvieron bruscamente, las de todos, y los adultos estamos sobrepasados, pero “es lo que hay” y tenemos que desarrollar los recursos necesarios para sostener a los chicos. No estamos en igualdad de condiciones, no somos pares. El proceso de crianza, la educación, requiere inevitable y necesariamente de un vínculo asimétrico, con figuras responsables, de autoridad, que ofrezcan protección y reparo a los niños.
Estamos viendo a muchos chicos excesivamente angustiados, sobrepasados de información que, si a los adultos nos resulta compleja de procesar, a los niños les resulta imposible. Es un exceso que invade su psiquismo, paraliza o genera pánico y, muchas veces, dolores, malestar.
Cuando se carece de recursos para poner la angustia y el padecimiento en palabras, aparece el síntoma como un pedido de ayuda, un banderín rojo que apela a nuestra atención, avisando que no puede salir de esa situación solo. Gran cantidad de niños están pidiendo que sus figuras de crianza los escuchen y adecuen las condiciones en las que están viviendo estos días, seleccionen las actividades y la información a la que pueden acceder.
Luz, de 8 años decía:
--En la escuela hablamos de eso, pero no hay que decirlo porque da mucho miedo. Todos sabemos pero no decimos la palabra (refiriéndose al coronavirus).
A lo largo de la infancia y adolescencia, todos los adultos que tenemos contacto cotidiano con los chicos, somos, en mayor o menor medida, partícipes de su crianza. Cada uno desde su lugar, tenemos la responsabilidad de detenernos a pensar cómo sumamos, qué recursos les ofrecemos, cómo podemos acompañar para que una situación social, traumática de por sí, no arrase con el psiquismo y el cuerpo de los más chicos.
Es interesante, en tiempos de reflexión individual, el concepto de inmediatez biológica acuñado por la médica y psicoanalista argentina Aurora Pérez tratando de analizar, entre otras cosas, el deseo de tener hijos. De alguna manera explicando la necesidad humana de perpetuarse en el tiempo.
Debemos pensar y repensarnos. Si este fenómeno universal cambiará nuestra vida en general, ¿cambiará también nuestra forma de vincularnos?
En definitiva, se trata de analizar y observar lo que les sucede a los niños con este problema y cómo protegerlos. Se torna absolutamente necesario reforzar la palabra salud como concepto individual integrador para que no sufran procesos disruptivos sobre su organización psíquica en vías de maduración. Es decir, poder decirles tranquilos: “Estás bien, sos sano”.
Diego Marquiani es médico pediatra, docente de la Facultad de Medicina de la UBA. Miembro de la Sociedad Argentina de Pediatría.
Marcela Altschul es psicopedagoga y psicoanalista. Autora de Un psicoanálisis Jugado, el juego como dispositivo en el abordaje terapéutico con niños, editorial Letra Viva; Límites Jugados, tejiendo afectos en tiempos de desborde, editorial Letra Viva, entre otros. Directora de Entramar, espacio de capacitación