Este año pasamos un 24 de marzo extraño como todo lo que pasa, pero logramos darle la espesura de la conciencia, que es la base de la memoria. No sólo fue un 24 extraño por la cuarentena obligatoria, las noticias de infectados y muertos, los pañuelos y las banderas en el corazón y los balcones o las terrazas, y la sensación íntima y colectiva de fragilidad y contingencia. También fue el primer 24 de marzo en el que, después del ciclo político anterior, el macrista, pudimos recordar el golpe genocida de 1976 sin el aturdimiento del negacionismo que había empezado a asomar en años anteriores desvergonzadamente en boca de quienes no tienen otra forma de circulación política, y en el marco de un Estado también negacionista.
Este año pasamos ese día haciendo juntos un ejercicio multitudinario, el de la memoria, sin la cual la verdad es inhallable y la justicia imposible. Pero es importante también el contexto más general en el que se inscribió ese día. Percibimos que se suceden hechos dispares y trágicos. Que lo trágico que pudo ser la irrupción de la pandemia, se completa con lo trágico de ver el colapso sanitario en países que se pretendían aún con Estado de bienestar, y de comprender que lo que se llamaba primer mundo en Occidente era una escenografía.
Hay muchas maneras de describir la puja por la que está pasando el mundo, pero una de ellas es la puja entre un modelo global basado en la experiencia histórica de los pueblos, y con ellos adentro, contra otro modelo negacionista que no debate ni argumenta ni funda sus concepciones, sino que sencillamente niega los hechos. “La gente ya no cree en hechos”, decía hace un año Noam Chomky. ¿En qué cree? En noticias falsas.
Por eso Trump, al que se le cayó el helado arriba de la cabeza y debe hacerse responsable de su irresponsabilidad, un día antes de que Nueva York se convirtiera en el mayor foco viral del mundo, acusó de narco a Nicolás Maduro. Es tan obvio que irrita hasta la exasperación. Pero lo hace porque vivimos en un mundo que ya no cree en hechos. Y en ese sentido la pandemia es una lección terrible, porque un Gran Hecho se impone, como todas las pestes, para que la realidad aplaste los espejismos.
Estos neo negacionismos que aquí y allá (en Estados Unidos, Gran Bretaña, Brasil, Colombia, por mencionar países muy diferentes) siguen adelante como una vaca que mira pasar un tren después de escándalos, muertes, asesinatos por encargo, vínculos con el narco, pruebas de evasión, utilización personal de los bienes públicos y toda esa larga lista de caracterizaciones, no podría hacerlo sin las noticias falsas. Son máquinas acusatorias que al mismo tiempo niegan sistemáticamente toda su rama genealógica de genocidios y masacres, y las diversas formas que han hallado para seguir descartando a millones de seres humanos, a animales, a bosques y a océanos.
Los neo negacionistas niegan el estado del mundo, producto de sus políticas y su modo de producción y concentración, y niegan lo que siempre han negado sus antecesores. Niegan que fueron 30.000 y niegan la contaminación de las aguas. Niegan la procedencia criminal del origen de grandes fortunas, o las enormes extensiones de tierra, y niegan que el glifosato nos afecte.
Y son ellas, las noticias falsas, las hijas recientes de la época, parte de una artillería simbólica, el fruto de los medios de comunicación que han abandonado las formas y los contenidos de eso que llamamos comunicación. Los neo negacionismos que ahora se hacen tan visibles cuando Bolsonaro habla de “un resfriadito” o cuando Trump pasa de minimizar “el virus chino” a dar conferencias de prensa sobre el tema, hace décadas que nos vienen aturdiendo. Hemos consumido mentiras durante muchos años, pero ahora, que algo se salió de madre sobre todo psíquicamente, cuando ganan elecciones los psicópatas, la mesa está servida para ellos.
No hay negacionismos sin noticias falsas, sencillamente porque en la vieja lógica de la libertad de expresión, sería el periodismo quien debería impedir disparates, abandonos de persona, negocios incompatibles con la función pública, crueldad sin límite contra los condenados de la tierra. Denunciándolos. Reprobándolos. Pero no lo hace. Los neo nazis no son elogiados, pero todos los días hay noticias enunciadas desde el racismo. Los comandos paramilitares que asesinan a líderes ambientales no son bien vistos, pero no hay investigaciones periodísticas que hagan caer a un gobierno por un genocidio por goteo. Todo lo contrario: nos muestran a Duque como el nuevo ejemplo, ahora que Chile les reventó.
Los neo negacionismos existen porque hay una parte grande del poder global que apuesta a seguir acumulando y concentrándose, y no pueden decirnos “Muéranse”, aunque el vicegobernador de Texas lo enunció bastante claro. Pedirles a los ancianos que se mueran en nombre de la economía de un país es de lo más abyecto que se puede concebir.
Eso sucede en el ombligo de este sistema deshumanizado que niega su propio hedor.