Desde Río de Janeiro
Alrededor de las seis de la tarde de ayer, se divulgó el nuevo número de víctimas del coronavirus en Brasil: 114 muertos y 3.904 contaminados. El total de contaminados experimentó un brinco en 24 horas, y solo ayer fueron 20 muertos. Casi uno a cada hora.
Por la mañana, la Justicia había determinado la inmediata suspensión de la campaña publicitaria creada por el gobierno incitando los brasileños salir de casa. Bajo el slogan “Brasil no puede parar”, algunas piezas circularon por redes sociales y se evaluaba la posibilidad de llevarlas a las emisoras de televisión.
La reacción del gobierno fue negar que la campaña fuese de su autoría o responsabilidad. Otra agresión más del despacho presidencial a la verdad: no solo fue llevada a la página oficial de la Secretaría de Comunicación Social de la presidencia de la República, también fue intensamente transmitida por las redes sociales del ultraderechista presidente Jair Bolsonaro y de sus tres hijos que actúan en la política e integran el llamado “gabinete del odio” instalado en el palacio presidencial.
Por la tarde, una sorpresa: el un largo pronunciamiento a la prensa, el ministro de Salud, Luiz Henrique Mandetta, médico ortopedista, refirmó un documento que había circulado, proponiendo una acción conjunta con las secretarías provinciales del sector.
Esa acción prevé, entre otros puntos, suspensión total de clases en escuelas y universidades hasta fines de abril y la determinación de “aislamiento social”, es decir, cuarentena, para los mayores de sesenta años. Determina, además, adoptar medidas rigurosas para impedir aglomeraciones en espacios abiertos y manifestaciones contrarias a las medidas adoptadas por el sistema de salud.
La idea de Mandetta es lograr una acción armoniosa en todo Brasil. Cines, teatros, casas de espectáculos y templos deberán permanecer cerrados al menos hasta mayo. Bares y restaurantes podrán funcionar, pero a la mitad de su capacidad instalada. Sectores del comercio, que todavía no fueron definidos, podrán funcionar, pero también a la mitad de su capacidad.
Todo eso va en contra de lo que quiere Jair Bolsonaro. Y en otro lance a contracorriente del presidente, su ministro de Salud advirtió que no hay ninguna medicina comprobada de combate al coronavirus. Dijo que hay estudios en Brasil y un sinfín de países, que instituciones científicas y el mismo ministerio de Salud están en contacto permanente, pero no hay comprobación absoluta de que una de las medicinas más propagadas por Bolsonaro como salida para la crisis, la cloroquina, sea totalmente eficaz.
La verdad es que, en su pronunciamiento, Mandetta desmintió todo lo que dice el presidente ultraderechista. Afirmó, por ejemplo, que no hay comparación entre el Covid-19 y la gripe H1n1, de la que los jóvenes también son víctimas (casi la mitad de los contaminados brasileños tienen menos de 40 años), aunque de manera menos grave, pero son transmisores potenciales por no presentar los síntomas.
Para no ser absolutamente disonante con Bolsonaro, en todo caso, Mandetta se rehusó a utilizar el término cuarentena, aseguró que apenas una pequeña parcela de las víctimas fatales murieron por el coronavirus, y que casi todas por enfermedades anteriores (olvidándose, claro, de mencionar que el virus debilita el organismo al extremo, contribuyendo al deceso del paciente), y despotricó violentamente contra los medios de comunicación.
También resaltó, en la parte final del pronunciamiento, que su equipo está trabajando intensamente junto al ministerio de Economía. Y al reiterar enfáticamente ese trabajo conjunto, críticó duramente a una medida defendida por la mayoría de los gobernadores provinciales del país: dijo que el aislamiento total, tal como fue ordenado por ejemplo en San Pablo y Rio de Janeiro, provocaría un “desastre total” en el país. Además, defendió que se discuta en conjunto con el equipo económico medidas de restricciones que no signifiquen el sofocamiento nacional absoluto.
La independencia con que el ministro de Salud se pronunció con relación a la postura de Bolsonaro sorprendió a analistas políticos, diputados, senadores y gobernadores. Ha sido, en todo caso, el resultado de una larga reunión entre el presidente y varios de sus ministros, que una vez más le recomendaron enfáticamente un cambio de tono en su actitud, bien como en la de sus tres hijos.
Al comienzo de la noche se confirmó que el pronunciamiento de Bolsonaro previsto para mañana por una red nacional de radio y televisión fue cancelado. Como una de las características más fuertes del presidente ultraderechista es precisamente su imprevisibilidad, está por verse si la cancelación es real.