Aislados compulsivamente, en medio de la expansión de la pandemia del Covid 19, condicionados fuertemente para asistir a nuestros lugares de labor habitual, se están generalizando para las trabajadoras y trabajadores formas del llamado teletrabajo, ya sea por sugerencia de directivos, dirigentes o autoridades.
El hecho de que el trabajo asalariado moldea con sus rutinas nuestras subjetividades implica que la alteración, el cambio repentino de esas condiciones significa un shock en nuestras vidas.
Nada es como era, la separación entre espacio de trabajo y de descanso se modifica de pronto. Tampoco los tiempos de trabajo y descanso son los mismos.
La posibilidad de recreación queda acotada, y no es una metáfora a las dimensiones de la vivienda.
La angustia va creciendo, se expande por nuestro ser y nuestras jornadas como una sustancia viscosa adherida a la piel. La incertidumbre va ganando terreno.
Quienes están hacinadas y hacinados, las y los sin techo, ¿cómo permanecen?, ¿en el interior de qué?
Se plantea que las formas de adaptación pueden ser o no patológicas, pero este sistema, el imperante, genera múltiples patologías y lucra o medra con ellas.
No un único riesgo que nos aceche, la publicidad continúa incitando compulsivamente al consumo, a la par está restringida la circulación de personas bajo amenaza de arresto pero no de mercancías.
Siguiendo a Deleuze y Guattari, una vez más capitalismo y esquizofrenia.
Todo esto en un presente que nos atosiga con la amenaza de la muerte por doquier y en ciernes.
Brutal contribución a la corrosión del carácter.
¿Guerra bacteriológica?
Más bien control social y biopolítica. O una combinación de todo.