Desde Río de Janeiro
Menos de 24 horas después de que su ministro de Salud, Luiz Henrique Mandetta, defendiera mantener el aislamiento social – léase: cuarentena –, el ultraderechista presidente brasileño Jair Bolsonaro desfiló a lo largo de más de una hora por Brasilia y su conurbano, las llamadas “ciudades satélites”.
Sin mascarilla sanitaria, rodeado de escoltas a menos de un metro de distancia, entró en un supermercado, una farmacia, habló con vendedores callejeros, se dejó fotografiar prácticamente pegado a seguidores extasiados, es decir, hizo absolutamente todo lo que las autoridades sanitarias alrededor del mundo, con destaque para científicos y médicos especialistas en epidemias, recomiendan enfáticamente no hacer. Y, para no perder la costumbre, maldijo a periodistas.
En todas las paradas habló a las personas, promoviendo pequeñas – y nada recomendables – aglomeraciones.
Defendió enfáticamente que “trabajar no es ni puede ser un crimen”. En un supermercado, y hablando a un funcionario igualmente sin mascarilla sanitaria situado a menos de medio metro de distancia, le preguntó si él creía que el pueblo tiene derecho a trabajar. Y a un hombre, esta vez al aire libre, que vendía pinchos de carne en una parrilla improvisada, le preguntó cómo haría para alimentar a la familia si no pudiese salir de casa.
Cada vez que habló, Bolsonaro dijo reconocer la importancia de combatir el coronavirus, pero que la cuestión del trabajo es prioritaria.
También pasó por el Hospital de las Fuerzas Armadas, donde permaneció por cerca de veinte minutos. Más tarde, dijo que el objetivo de la visita era enterarse de la situación. No quiso contestar si se había sometido a otro examen para coronavirus, que sería el cuarto. De los anteriores, sigue negándose a mostrar los resultados, que dice haber sido negativos.
Más allá de ir rigurosamente a contracorriente de lo anunciado largamente el día anterior por su ministro de Salud, Bolsonaro desoyó a casi todo su ministerio, en especial los militares de alto rango que ocupan despachos en el palacio presidencial.
El sábado, y a lo largo de casi tres horas, el ultraderechista se reunió con un grupo de ministros. Oyó consejos para una actuación conjunta en esa crisis provocada por la pandemia. Los más enfáticos fueron precisamente los ministros militares de alto rango.
Uno de los participantes luego contó, de manera reservada, que en determinado momento el ministro Mandetta, de Salud, le pidió que moderase sus pronunciamientos.
Acorde al diario conservador O Estado de S.Paulo, hubo extrema tensión cuando Mandetta elevó su tono de voz para preguntarle a Bolsonaro si él estaba preparado para ver camiones del Ejército recogiendo cadáveres por doquier.
Bolsonaro insistió, como respuesta, en imponer la “cuarentena vertical”, o sea, solo para mayores de 60 años y personas con otros tipos de enfermedad. Mandetta repitió que, al menos de momento, debería haber una “cuarentena horizontal”, con poquísimas excepciones.
Y, otra vez de acuerdo a O Estado de S.Paulo, en ese momento volvió a elevar la voz advirtiendo que, en caso de que Bolsonaro siguiese incitando a todos a salir a la calle, se vería obligado a criticarlo en público.
“Lo haces, y te echo”, dijo fulminante el presidente. Fue necesaria la intervención de los demás participantes para que los ánimos se calmaran.
Terminada la reunión, Mandetta – un hombre conservador, pero cuya actitud hasta este momento es reconocida hasta por adversarios del gobierno – tomó dos actitudes.
Primero, aseguró a su equipo que no va a renunciar, para no abandonar el barco en medio de la tempestad. Y enseguida, convocó una larguísima conferencia de prensa en la que desmintió varias de las afirmaciones anteriores de Bolsonaro y defendió enfática y claramente el “aislamiento social” violado este domingo por el presidente.
Para enturbiar aún más el turbulento ambiente, al regresar de su gira al Palacio da Alvorada, residencia presidencial, Bolsonaro habló a la prensa.
Entre otras joyas de oratoria, a determinada altura dijo: “Ah, ¿has visto lo que dijo el gobernador, lo que dijo el vice? A mí no me interesa”.
Se refería básicamente a los gobernadores derechistas João Doria, de San Pablo, y Wilson Witzel, de Río. Y también al general retirado Hamilton Mourão, vicepresidente de la República.
No satisfecho con el vendaval provocado, dijo que a lo mejor mañana baja un decreto presidencial asegurando a todos el derecho a trabajar.
Preguntado si el texto estaba listo, contestó: “No. Es que tuve la idea en este exacto momento”.
Este domingo, en el estado de San Pablo, se confirmó que el número de víctimas fatales en los 13 días pasados desde el primer diagnóstico es seis veces superior al de China en el mismo periodo.
En el mismo domingo, el mandatario brasileño hizo lo que hizo.
Porque así es Jair Messias Bolsonaro, presidente de un país de 210 millones de personas llamado Brasil.