La semana se cerró con una gran variedad de evaluaciones y pronósticos, algunos incluso graciosos, como uno llamado "Consecuencias y conclusiones de la pandemia" que circuló con firmas de apellidos más o menos conocidos, y que es necesario resguardar porque es archisabido que en whatsapp y las llamadas "redes sociales" lo que más abunda es información falsa, vulgaridad e innobles intenciones.
Otra circulación intensa fue la que augura un posible, acaso inminente, sepelio del neoliberalismo. Lo que delataría un apresuramiento peligroso que convendría desestimar velozmente, porque –todavía– son sólo riesgosas expresiones de deseos antes que realidades.
Cierto que el neoliberalismo está tan en crisis como el planeta todo, pero el derrumbe económico que amenaza tormentas en el horizonte todavía no es un hecho y además –como los pueblos saben, y aunque no nos guste– en la historia de las tormentas siempre emergen mejor parados los ricos y poderosos.
Por eso parece más sabia, como siempre, la cautela, aunque bien puede ser una cautela activa como la que está mostrando el gobierno argentino, sometido cada día más a presiones inesperadas por la realidad chúcara que obliga a dibujar esta peste universal llamada coronavirus. Y que impone considerar todas las hipótesis, entre las cuales subrayar las más prudentes no implica negación.
Cuando en el mundo crece la idea de que las economías desarrolladas están prácticamente paralizadas por la crisis sanitaria, se encienden las alarmas por el retroceso inevitable en el PIB global, que economistas y técnicos aseguran que será muy importante y que en Latinoamérica sería más cruel que la crisis financiera internacional de 2008 e incluso que la de 1930. Lo cierto es que en Argentina, tras la fuga de capitales y la brutal presión de la deuda irregular --que no fue el pueblo el que la tomó-- el panorama es sombrío. Y si la crisis sanitaria dura mucho tiempo será inevitable que se altere la vida de la sociedad.
Varios artículos periodísticos en estas páginas y en otras describen los posibles efectos devastadores que podría tener una cuarentena por mucho tiempo más, tanto en las economías de los países dominantes como en los periféricos. Pero casi todos, al menos los más responsables (Rapoport, Zaiat, Scaletta, Dellatorre, Kucher) parecen coincidir en la necesidad de manejarse con lo que bien podría llamarse precaución activa, que es exactamente lo que viene caracterizando al gobierno argentino.
Es presumible, entonces, que solamente en el caso de que se desmadraran las cosas en el mundo, el riesgo mayor para los pueblos sería que so pretexto de la pandemia se desencadenen represiones populares. No habría que descartarlo en algunos países, e incluso entre nosotros los recientes y todavía vigentes reclamos para que el gobierno nacional declare el estado de sitio parecen ir, aunque sea inconscientemente, en ese sentido. Por fortuna tanto Alberto como Cristina, si hay algo que tienen muy claro, es que todas las pestes son asuntos de salud pública y no de seguridad.
Creer lo contrario es lo que hacen los neoliberales y poderosos de toda especie. Ahí están Trump y Bolsonaro, pero también muchísimos empresarios, Ceos, banqueros, usureros y demás antropofauna simbólica de lo peor de la especie, que son precisamente los que manejan los grandes capitales, las peores decisiones antiambientales y la destrucción física y la degradación de por lo menos la mitad de la humanidad, es decir unos 3.500 millones de personas.
De hecho, ya lo están haciendo los ricos del mundo, y entre ellos --no se dude-- los de estas pampas, que figuran entre los más desaforadamente millonarios del planeta. Ahí están las provocaciones (conscientes o no) del holding Techint, de uno de los dueños de Vicentín y de las grandes corporaciones sojeras que siguen cortando árboles y arrojando agrotóxicos. Y también de la banca privada extranjera, que da la espalda a las políticas gubernamentales de apoyo a la producción y niega créditos a las pymes, emperrada así en ignorar las consecuencias sociales del coronavirus.
Estos grupos, personajes y familias ya empezaron a apretar las tuercas y presionan al gobierno nacional, por vía de despidos, amenazas y otras mañas, amplificadas como es habitual por la prensa y la telebasura hegemónicas. Y es que están cebados y todavía no se resignan a admitir la derrota electoral ni reconocen que su gran benefactor y socio mafioso ya no preside este país.
Es por eso que el sistema público de salud (laboratorios e Institutos como el Malbrán) ha salido a aclarar que sólo difunden información a través de sus propias redes sociales, para neutralizar así las muchas basuras pro-pánico que se echan a rodar abusando de las buenas intenciones solidarias de la ciudadanía. Ya se sabe que las mejores intenciones siempre son utilizadas por psicópatas y perversos de toda índole. “Infodemia” es el vocablo felizmente acuñado para definir la circulación excesiva de noticias falsas y maliciosas sobre la peste que hoy recorre el mundo y que aquí, en la Argentina, está siendo contenida con política, sensibilidad y acciones sociales concretas. Y precisamente con información ordenada, mucha serenidad y medidas consensuadas. De ahí la importancia de la comunicación fiel y segura que practica Alberto Fernández. Haciendo todo lo contrario de neoliberales y cipayos, que procuran generar pánico acerca de la pandemia, a su gabinete le toca esclarecer y tranquilizar. Lo que es razonable y masivamente aprobado, como muestran las encuestas.
No sería extraño que esta batalla, todavía sorda, estalle con estridencias en los próximos días o semanas. Las formas y mañas de la timba parecen interminables en este país, y la miserabilidad de la caterva de ricos paridos por el neoliberalismo y luego su hermano idiota llamado menemismo desde por lo menos 1956 a la fecha, los hace capaces de cualquier barbaridad. Contra eso también habrá que estar alertas. Que sus efectos malignos han sido escandalosamente peores para nosotros que los del coronavirus.