China es el sitio dónde todo comenzó y todo terminó primero. El ocho de diciembre registró los primeros casos y hacia fines de ese mes comunicó al mundo sobre la existencia de un nuevo coronavirus. Desde este lado del Atlántico, se advertía como una epidemia que nunca llegaría. No obstante, su poder de propagación –primero por Asia y luego por Europa y el resto de los continentes– intimidaba a epidemiólogos y virólogos domésticos que, conforme transcurría el tiempo, encendían sus alarmas. Tres meses y medio después, según los números oficiales al cierre de este artículo, 81.897 chinos se infectaron y 3300 fallecieron por Covid-19.
“Hacia mediados de enero comenzaron a tomar determinaciones drásticas. Son fechas claves porque celebraban el Año nuevo lunar y las migraciones internas se disparaban. Luego del descontrol al comienzo, la contención sanitaria fue muy importante porque consiguieron edificar hospitales en poco tiempo y ello les permitió confinar a toda la población que estaba enferma. Tuvo una enorme capacidad para aislar a las personas infectadas, la cuarentena se cumplió con disciplina. A esa altura de la dispersión de la enfermedad, lo único que servía eran reglas estrictas y la gente obedeció”, describe Sandra Goñi, investigadora del Laboratorio de Virus Emergentes del Instituto de Microbiología Básica y Aplicada de la Universidad Nacional de Quilmes.
“Cada país enfrenta su propia realidad, también hay que tener en cuenta que China aprendió a medida que todo transcurría. Ellos fueron muy veloces en tomar medidas muy restrictivas, a diferencia de otros como Brasil o EEUU. Esta recontrademostrado que el aislamiento contribuye a la no diseminación del virus, en eso hay bastante consenso. Por otro lado, el tema de los tests: no es cierto que todos los chinos fueron sometidos a los diagnósticos. No pueden ellos ni ninguna nación en el mundo, es imposible en la práctica. Fueron masivos pero allí todo es masivo”, dice Lucía Cavallaro, presidenta de la Sociedad Argentina de Virología y profesora en Farmacia y Bioquímica de la UBA.
La normalidad de Hubei y Wuhan fue interrumpida de modo drástico el 23 de enero. La provincia y su capital, epicentro de la propagación del patógeno que más tarde sería pandemia, ingresaron en fase de cuarentena y se asiló a nada menos que 56 millones de personas. Luego el confinamiento se extendió a toda China. A partir de aquel momento, se suspendió el transporte –salvo para trabajadores esenciales–, algunos distritos determinaron el toque de queda mientras que otros impusieron severos controles para restringir las salidas al mercado en búsqueda de artículos de primera necesidad. Recién el 18 de marzo fue la primera vez, desde sus inicios, que no se reportaron nuevos infectados por el patógeno.
Su fórmula constó de dos ingredientes fundamentales: mucho test y aislamiento preventivo. El personal de salud –para atender a la ingente cantidad de pacientes que iban llegando– y las fuerzas de seguridad –para ejercer los controles de la vía pública– fueron los protagonistas que dominaron la escena. La población, como tercera pata, también jugó su papel con docilidad. “No fue equivalente el control ejercido en China respecto de lo ocurrido en otros países como España o Italia, en los que las medidas fueron tomadas con mayor retraso y sin tanta rigidez. Por otro lado, hicieron test masivos y ello no es algo que se pueda extrapolar de manera tan fácil a nuestro país”, explica Goñi y continúa: “Tenés que contar con una infraestructura sanitaria enorme. Las muestras –hisopado nasofaríngeo– deben ser responsabilidad de profesionales de la salud bien protegidos, dotados de insumos. Además tienen que trabajar en laboratorios que cumplan todas las normas de bioseguridad”.
“Hay un punto débil que es común a todos los países. Los médicos, los enfermeros y todo el personal de salud necesitan de elementos de protección. De la misma manera con los bioquímicos que se encargan del procesamiento de las muestras. Un médico que no tiene insumos se infectará más temprano que tarde; si esa infección es asintomática, supongamos, de cualquier manera contagiará a muchísima gente durante días. Necesitamos cuidar más a los que se exponen a diario, ellos necesitarían testearse una vez por semana al menos”, comenta Cavallaro.
Para completar el paquete de acciones, como no podía ser de otra manera, China también produjo innovaciones tecnológicas. La más destacable fue el empleo de la inteligencia artificial y el Big data para controlar a sus ciudadanos. Diversas aplicaciones fueron lanzadas durante estos meses para identificar, analizar, clasificar y monitorear a la población. Desde cámaras térmicas que vigilan las temperaturas corporales hasta aplicaciones que indican a los ciudadanos qué hacer y con quién vincularse. Las autoridades contaban con la posibilidad de rastrear y salir al encuentro de los individuos. Escalofriante. Este paisaje de regulación extrema ha permitido la apertura gradual de las medidas de aislamiento, luego de dos meses de confinamiento total. Algunos negocios ya comienzan a reabrir sus puertas, mientras que se han levantado las restricciones para viajes internos, solo para aquellos ciudadanos que “estén bien de salud”. El ocho de abril, finalmente, se suspenderá el régimen de cuarentena y todo, de a poco, volverá a su curso normal.
La experiencia china puede servir de aprendizaje a Argentina que espera su pico de infectados hacia mediados de abril. El único temor que por estos días teme la potencia asiática se relaciona con la expansión de los casos importados: en los últimos días aproximadamente 700 personas llegaron con el virus desde 42 países distintos. “China tuvo una epidemia y la controló; como resultado ahora tiene personas que se enfermaron y otras que no. Si la cuarentena se levanta totalmente y vuelve a entrar el virus de manera importada infectará a aquellos que no lo habían hecho. Con lo cual, todo el proceso de aislamiento debería iniciar otra vez”, advierte Goñi. Lo que aún significa más, como se trata de un virus nuevo, se desconoce el estatus inmunológico de los pacientes que fueron infectados: “No se sabe con rigor si podrían reinfectarse y eso es todo un tema. Es por esto que la OMS anuncia que todo lo que se viene para China y las naciones que vayan levantando su cuarentena se relaciona más con los estudios inmunológicos”, plantea.
Desde este punto de vista lo comprende Cavallaro y apunta: “No sabemos sobre la posibilidad de la reinfección. Sería muy difícil que el virus evada totalmente la respuesta inmunológica; además, no debería ser el mismo comportamiento en aquellos que ya fueron infectados previamente respecto de los que no. Lo fundamental es no enfermarse, ya que hay ciertos virus respiratorios que constantemente nos están infectando una y otra vez pero ni siquiera lo advertimos”. Lo que se viene, por lo tanto, en los próximos días es un arduo proceso de desinfección para Wuhan, así como para otros focos de propagación. “Como son los primeros que abrirán sus puertas llevan la delantera en los mecanismos de desinfección. Hay materiales que no son lavables y hay que desinfectarlos igual, por ello, será todo nuevo. Cuando esto ocurra con nosotros, debemos aprender de la experiencia de los países que lo hicieron antes. Tendremos que incorporar pautas de higiene personal. Quizás con esta pandemia, al menos, aprendamos la importancia de lavarse las manos”, concluye Goñi.