El hecho de “quedarnos en casa” obliga a repensar una vida puertas para adentro y a realizar tareas no menores como la crianza y los trabajos domésticos que implican una redistribución y una organización de las estructuras hogareñas. En la mayoría de los casos las responsabilidades domésticas y afectivas terminan cayendo en las mujeres, también durante el aislamiento.

La cuarentena obligó a amoldarse a la consigna de quedarse en casa, reprogramando actividades familiares, laborales o de estudio sobre la base de esta nueva situación que, entre otras cosas, también afianza las desigualdades en lo más básico y cotidiano: los roles patriarcales del hogar.

En el mundo actual “la familia” como tal se interpreta y desarrolla de miles de formas, personas solas, en pareja y con hijxs, familias ensambladas, con amigxs, etcétera. Pero son las mujeres quienes en gran medida realizan las tareas organizativas y contenedoras del hogar que es, desde hace unas semanas, el núcleo de desarrollo del entorno en un contexto familiar

En las calles de los barrios se ven en su mayoría a mujeres realizando las compras en almacenes y supermercados. Mientras que en los colectivos hay en menor escala mujeres conductoras, trabajadoras de la salud y de la seguridad que también dejaron sus hogares para ir a cumplir con sus labores.

Aquellas que conviven con sus hijxs se tienen que distribuir en sus trabajos (en el caso de tenerlos), en las actividades escolares, el orden, la limpieza, la alimentación, la responsabilidad afectiva y el entretenimiento de lxs más chicxs. Claro que también hay casos donde las tareas se distribuyen y se realizan en “equipo”, pero son los menos.

Testimonios

La desigualdad en la cuarentena se hace notar en casos como el de mujeres con hijxs a cargo cuyo padre es ausente, como es el caso de Clara, que cuenta que “no se planteó la posibilidad de hacer cuarentena compartida porque el lugar donde (sus hijas) viven es conmigo y así se dio por sentada la situación. Como yo no tengo diálogo con él, tampoco se pudo conversar la posibilidad de dividir la estadía de nuestras hijas durante estos días, la última vez que las llamó fue a principio de año”.

Si bien es real que el Gobierno Nacional dispuso una declaración jurada que permite el traslado y la guarda del padre o un responsable afectivo, el intercambio de domicilio se permite una vez hasta la finalización de la cuarentena, lo que le impide al niñx volver con su madre en el caso de que así lo desee.

A Andrea no le quedó otra que acomodar su vida con su hija de 6 años, “ella ya sabe que no puede ir con su papá porque nosotras estamos en zona sur y él en zona norte, es muy caro pagar un remis y él no tiene auto como para venir a buscarla. Solo queda esperar a que todo esto pase, por ahí hacen videollamadas y se cuentan qué hicieron, pero son solo 15 minutos, las otras 23 horas 45 minutos estoy yo a cargo de la casa y de la nena”. Sobre la posibilidad de un aporte económico extra ante la falta de días compartidos, Andrea explica que “hace meses que (su ex pareja) no tiene trabajo y no me pasa plata, no creo que en este caso pueda siquiera hacer una changa como para ayudarme con unos pesos para la comida y todo eso”.

Flavia, que tiene dos hijxs de padres distintos y vive en zona sudeste, reniega de su situación más la de los padres de sus hijxs. “Trabajé en una casa particular en Grand Bourg mientras mis hijxs iban a la escuela o cuando había paro iban a lo de mi hermana. Ahora que no hay clases y no hay trabajo no sé qué hacer; la patrona, día que no trabajo es día que no me paga. Encima sus padres no pueden venir porque uno trabaja en una empresa y tiene otra familia y el otro cuando aparece, te aparece a la hora del almuerzo y yo no puedo alimentar una boca más”, sentencia Flavia, madre de dos niñxs de 10 y 13 años.

Para Fernanda es más fácil porque convive con dxs hijxs y su actual pareja, y la dinámica familiar en la distribución de tareas se da entre cuatro. “Cuando mi pareja se va a ver a su mamá (que está comprendida en el grupo de riesgo), nos organizamos para que el papá de lxs chicxs venga y pasen la tarde, él vive en un barrio cercano y ven películas o juegan pero cuando se va es todo un caos y tengo que acomodar rápido y hacer como que no pasa nada”. Y agrega: “cuando comenzó la cuarentena le pregunté a lxs chicxs con quién querían estar y coincidieron que querían estar conmigo. Es un montón de esfuerzo, creo que es momento de aguantar y de tener más paciencia que nunca, por suerte estamos todxs cerca y podemos organizarnos”. Fernanda tiene 32 años y reside en la zona centro de la ciudad de Salta.

Para quienes viven a distancias pronunciadas la dinámica se complicó debido a las dificultades en el traslado (ausencia de transporte público) o los controles policiales que les impiden trasladarse a los domicilios donde viven lxs niñxs, cortando así el intercambio de roles, al menos por un rato. 

Tal el caso de María José, que a la hora de consultar sobre un encuentro afirma “que (el padre) no podría venir a ver a nuestras hijas porque en el municipio donde estoy no dejan pasar a personas que no tengan un domicilio aquí y, de darse la posibilidad de que ellas vayan con él, yo no estaría tranquila”. María José es madre de dos hijas adolescentes, ahora a su cargo en tiempo completo.

Esta situación implica también renuncias por parte de los padres debido a las obligaciones que una tenencia tiempo completo demanda, pero algunos eligen seguir dándole mayor importancia a otras “prioridades” como el trabajo. Lourdes, quien trabaja en un supermercado y convive con el padre de su hijo de 10 años, cuenta que “el papá de Bauti trabaja desde casa y cuando él está en la computadora sabemos que es su tiempo y no hay que molestar. En cambio, cuando yo tengo que salir a trabajar estoy pendiente del celular y sé que al volver tengo que ocuparme del orden y la limpieza, porque es algo que nadie hace si no estoy yo, sumado a la sensación de mierda que te da todo esto que vivimos, es imposible no volver mambeada a casa”, remata.

Aquellas que conviven con sus parejas y deben salir a trabajar expresan que es ni más ni menos que realizar una tercera jornada laboral. Al finalizar sus obligaciones deben retornar a sus hogares haciéndose cargo de las tareas domésticas o de la alimentación de los chicos, en el último caso realizando cosas como, por ejemplo, dejar comida elaborada del día anterior para el que el varón no deba cocinar. Florencia cuenta que comenzó a cocinar porque “si no, en casa se hacía un arroz con salchichas o, si hacían algo más elaborado, la cocina quedaba un asco y era más trabajo para mí, entonces decidí cocinar a la noche para el día siguiente y, en cierto modo, termino ahorrándome tareas de limpieza porque solo tienen que meter el plato al microondas”.

Sobre esto, Lourdes cuenta: “Siento que cargo con una mochila cuando vuelvo a casa y que soy cómplice de esa conducta machista de mi pareja porque él está cansado de cuidar a nuestro hijo mientras yo trabajo. Lo bueno es que a lo largo de los días ellos dos encontraron una dinámica porque al principio fue medio forzado, o no hacía los deberes de la cartilla porque eso era solo conmigo y se sacaba malas notas, ahora las hacen juntos y está todo mejor”, agrega y confiesa, casi como una excusa, “es que si no le veo algo positivo, me voy a volver loca”.

Aquí no solo roles como el de la mujer a la cocina se acentúan, hay otras desigualdades más. Muchas tienen que salir de sus casas y cuando regresan dejan de lado lo que viven sus cuerpos, como malestares, cansancio, sueño, mal humor, para hacerse cargo de los de su pareja (varón) y que sean ellos los que puedan expresar los suyos. Porque, claro, hay que ocuparse de lxs chicxs y conversar o contener al resto de los integrantes de sus familias y eso, al parecer, solo cansa al varón.

En algunos casos, la minoría, se logró cierto equilibrio donde los padres pueden visitar a sus hijos, llevar mercadería y desarrollar tareas en igualdad, como es el caso de Romina, quien vive a 50 kilómetros de la Capital. “La verdad es que no me puedo quejar, su papá viene a verlo siempre y me trae lo que necesito. Y cuando él está, al tiempo libre lo uso para estudiar, presentar trabajos, dormir, leer o ver una película tranquila”, cuenta. Y repite: “no tengo quejas, porque él al tener auto sabía que cumplir una cuarentena en un lugar donde no hay nada cerca es difícil”.

Repensar la "normalidad"

Los testimonios invitan a repensar y cuestionar estas situaciones donde las mujeres son las que asumen el rol principal a la hora de sostener “el marco familiar" que las obliga a transitar internamente angustias, carencias afectivas y una constante exigencia por parte de quienes integran su entorno más íntimo, sin que se contemple su salud mental y emocional.

Porque las cuestiones afectivas siempre están depositadas en la figura de la mujer/madre. Cada día que pasa, ellas en el aislamiento “cargan mochilas” y “aguantan” hasta que las restricciones se levanten, en muchos casos lejos de todo y en soledad.

Ahora el desafío es que cuando pase el encierro obligado se cuestionen los roles para no volver nunca más a la “normalidad” en la que las mujeres tienen que cumplir su papel invisible.