“Las personas creemos que tenemos un seguro de vida contratado hasta que llega una emergencia y lo cambia todo”, advirtió la psicóloga Susana Chames. Especialista en crisis, emergencias y desastres, Chames es una de las encargadas de atender a los pasajeros del Buquebus que, al llegar a Buenos Aires, fueron aislados en el hotel Escorial y en el Panamericano, donde todavía permanecen 40 de ellos.
En diálogo con Página/12, la especialista señaló que “las emergencias y las crisis siempre dejan cambios en la sociedad”, algo que constató a lo largo de una trayectoria laboral abocada a esas situaciones. Hace diez años, Chames formó parte del equipo de salud que acompañó a los familiares de las víctimas de Cromañón, y de uno de los equipos que intervino en la asistencia a la población de Guatemala tras el terremoto del 2012.
-¿Cómo recibieron la noticia del aislamiento los pasajeros del ferry?
-Lo que más hubo fue angustia, por un lado por la obligación del encierro, por no poder decidir, pero también por la espera. Lo que son 10 minutos en un contexto de tranquilidad pueden volverse cinco horas cuando uno está angustiado. Se trata de un tiempo subjetivo que no se puede medir con un reloj. Apenas llegaron ya querían saber cuándo iban a irse, pero el proceso demora: no lo iban a saber ni ese día ni al día siguiente. Y la condición de grupo potencia todas las sensaciones.
-Los pasajeros, ¿tenían miedo de estar contagiados?
-La principal preocupación no era esa sino la interrupción de los planes. Fue muy sorpresivo para todos y la falta de información concreta generó mucha incertidumbre. Una mujer que tenía que volver a Uruguay estaba desesperada: pensaba que se iba a tener que quedar a vivir acá. Otra persona, un hombre mayor, necesitaba atención odontológica urgente. Un joven intentaba conseguir un certificado de trabajo. Para la pandemia son detalles insignificantes pero para la persona es todo un mundo.
En uno de los hoteles había 300 personas aisladas, de las cuales hoy quedan solamente 30, aquellas que tuvieron contacto estrecho con el joven que había dado positivo por coronavirus. Cuando llegaron, el hotel estaba deshabitado y las personas encargadas de la recepción no alcanzaban a atender todas las necesidades de los pasajeros.
Chames se puso barbijo y guantes antes de instalar el consultorio improvisado en el lobby del hotel para recibir a los pasajeros que quisieran conversar con ella.
-¿Qué inquietudes surgían?
-Necesitaban atención, que alguien se ocupara de ellos. Cuando hablábamos me pedían información sobre lo que iba a pasar. Había muchas personas abrumadas por los mensajes que leían en las redes sociales y por lo que veían en la televisión, por eso a algunas les recomendé no mirar el noticiero todo el día, porque eso genera más ansiedad. Hubo una persona con síntomas de pánico, muchas con angustia y otras con bronca por no saber qué iba a pasar, por qué estaban ahí o cuándo iban a irse. Querían estar en sus casas, con su gente. A eso apuntaban las protestas y de ahí surgía el enojo. La bronca es la cristalización del dolor y el dolor es inevitable en una situación de esta dimensión, en especial porque no sabemos cuándo va a terminar.
-¿Cómo es atender en este contexto?
-Es difícil construir la confianza que se da en un consultorio, en un lugar desconocido con personas desconocidas. Muchos no querían atenderse y también hay que respetarlo. Pero para otras personas es indispensable descargarse, contar con alguien para hablar. Lo más importante es escuchar y entender qué necesita cada persona. Yo podía pensar que la preocupación de la mujer uruguaya no tenía sentido, que seguramente iba a volver pronto a su país, pero para ella eso era un problema terrible. Se trata de no imponerse sino intervenir desde la perspectiva de la otra persona. A todos les dejé mi número y con algunos seguí conversando por chat, es la forma que hoy tenemos de abordar la situación.
-En cuanto a la salud mental de la población, ¿qué particularidad tiene la crisis global desatada por la expansión del Covid-19?
-Cada situación de emergencia tiene características únicas. Acá lo que pasa es que parece como si no fuera a terminar. Un sismo arranca y termina, y después quedan las consecuencias. El virus, al no poder ubicarlo en ningún lugar concreto, parece invisible y para algunos no es fácil comprender la gravedad y las medidas pueden parecer exageradas. Para otros, esto quedará como la anécdota de haber pasado tantos días adentro de casa. Pero para algunas personas va a ser un antes y un después. Ser sobreviviente es una marca muy fuerte, es quedar atrapado en un momento. Y esto pasa a nivel individual, con las víctimas y los familiares de las catástrofes, pero también a nivel social. Los resabios de cada crisis dejan cambios en la sociedad.
Informe: Lorena Bermejo.