Consumir información forma parte de nuestra cultura y colabora en mantener el equilibrio en las sociedades: fomenta conversaciones, permite conocer sobre otras realidades, tiene un rol pedagógico y promueve ciertas gratificaciones. Sin embargo, estas cualidades cambian cuando la agenda mediática está hegemonizada por un solo tema, y más aún, si ese tópico se vincula con riesgos de salud pública.
Según datos del Observatorio de medios de la Universidad Nacional de Cuyo, entre la segunda y la tercera semana de marzo, las noticias de medios digitales sobre el coronavirus pasaron del 50 al 86,7% del total de las publicadas. Es decir, que la mayoría de las noticias de distintas secciones fueron enmarcadas desde este tópico. Si sumamos a estos datos el aumento del tráfico de datos en las redes sociales, donde el tema es trending topic desde hace varias semanas, los videos y audios reenviados de WhatsApp y las constantes conversaciones virtuales que mantenemos a diario, podemos afirmar, sin dudas, que estamos atravesando un proceso de sobreinformación.
Ahora bien, ¿cuánta información sobre el coronavirus somos capaces de soportar como audiencias? ¿Cuánta capacidad de negociación y de resistencia podemos mantener frente a un tema que nos interpela por completo?
Los procesos de recepción de las noticias tienen principalmente dos dimensiones: una cognitiva, y otra emocional/afectiva que surgen cuando miramos, leemos, en fin, consumimos información. Cuando las noticias tienen componentes de violencia y/o riesgos, el motor emocional se intensifica en una serie de sentimientos subjetivos experimentados. Esto se vincula con que los riesgos no se expresan siempre como cálculos de probabilidades, sino también en experiencias de incertidumbre.
Distintos trabajos de recepción de noticias muestran que las audiencias no responden indefectiblemente con temor a este tipo de información, sino que también surgen otros sentimientos recurrentes como enojo, tristeza, incluso depresión y hasta risa. La exposición constante a noticias de riesgos y miedos profundizan sensaciones de victimización, de malestar y de vulnerabilidad personal. Los medios promueven así una victimización indirecta, es decir, la percepción de que podemos ser las próximas víctimas, en este caso, de un virus. El límite entre el miedo representado y el miedo experimentado se vuelve difuso. Incluso la proliferación de memes, videos, y bromas equilibran la dimensión emocional (provocan risas), pero no logran apartarnos de la omnipresencia del mismo tema.
Roger Silverstone afirmaba que la información de los noticieros se mueve en una articulación dialéctica entre el entretenimiento, la angustia y la seguridad, entre la función de tranquilizar y la de impactar, mediando entre la amenaza, el riesgo y el peligro. El noticiero es adictivo, decía, y más aún, cuando el mundo se presenta inestable.
Dosificar el consumo de información sobre el coronavirus, volver a los contratos de lecturas con ciertos medios (no mirar noticias de todos lados, de forma episódica y fragmentaria), dedicar solo un momento del día a informarse y chequear las fuentes de información, son algunas de las prácticas que debemos mantener como audiencias en tiempos de crisis sanitarias.
* Investigadora CONICET. Profesora IDAES-UNSAM /UBA. Co-editora del libro: (In)seguridad, medios y miedos. Una mirada desde las experiencias y las prácticas cotidianas en América Latina (Imago Mundi, 2018).