Anagramas son palabras que se forman a partir de reordenar las letras de otra. Un juego del lenguaje, sí, pero con reglas claras. Y no hay casi nada que pueda definir mejor esta primera novela de Lorrie Moore publicada en 1986, editada recientemente por Eterna Cadencia y que los fans esperaban con babero al cuello dado que hasta el momento era inhallable, con traducción de Cecilia Pavón.
Del mismo modo que los anagramas - que dependen del orden de las letras para construir sentido - funciona este libro de Moore. En cada una de las cinco partes que componen el libro, la protagonista es la misma, Benna Carpenter, y lo que cambia son los sucesos y la trama. El efecto es algo así como las vidas posibles de una misma persona. Aquello en lo que cada uno se podría convertir según el atajo que elija tomar.
Las variaciones en Anagramas giran en torno a la relación entre Benna y Gerard que viven en el mismo edificio y sus departamentos tienen una disposición que les hace compartir la pared del baño. Así es que cada uno a su turno espera que el otro vuelva para escuchar cómo hace pis, desenrolla el papel higiénico, la descarga del inodoro, el chorro de la ducha. A veces se llaman a través de las paredes azulejadas: ¿estás ahí? Escenas que a medida que avanza la lectura se convierten, bajo la pluma inigualable de Moore, en el pathos de la obra: lo irremediable de la soledad. “En definitiva, es una novela sobre la soledad, la imaginación, la histeria y la imposibilidad de tener hijos. En cada historia los personajes enfrentan eso de una manera distinta. Alguna vez me dijeron que debería haber elegido una de las cinco. Que cuando se escribe una novela uno debe mantener a sus personajes en un camino lineal. En Anagrams quería que mis personajes hicieran cosas excluyentes las unas con las otras; y como era mi novela, decidí que podía hacer lo que quería”, declaró Lorrie Moore.
Anagramas no es una novela al estilo tradicional, como casi todo lo que hace Moore, y al igual que el resto de los libros que va a escribir después, es un festival de lenguaje. La sensación al leer a Moore es la de estar obligado a avanzar a zancadas. Para poder seguirla, el lector se ve obligado a hacer saltos cualitativos con su mente y sus emociones. Las palabras solo están concatenadas al modo tradicional, enhebradas para decir una única cosa, sino que se yuxtaponen, calibradas, a punto. Cada frase es como morder un grano de pimienta y renglón seguido saborear una fruta dulce y carnosa. “Los días eran todos falsos, de un color gris cálido. Días de monóxido. Alfombra de baño sucia. Suela de zapato”. También hay poesía. “Ella tiene un par de caderas/que son como barcos de guerra. /Hot dogs, ahí es donde se va mi dinero”.
Anagramas tiene hechos centrales que se mantienen fijos a lo largo del libro y alrededor de los cuales se construye la variación de las tramas. Benna nació en un tráiler y ese pasado la condena, es profesora en una cátedra que tituló “Ternura y estructura de la poesía”; Gerard toca en shows nocturnos aunque quiere cantar ópera; y Eleanor cumple por turnos el papel de tercera en discordia, pudiendo ser amiga fiel o amenazante, hiriente o amorosa. También está y no está George, la hija de Benna que tiene seis años y es fuera de serie, ocurrente y desafiante; capaz de contestar: “No, si ellos nos quieren”, cuando su madre le dice que los tenedores van del lado izquierdo en la mesa.
Además de entretener de manera inteligente, la lectura de Moore hace tomar conciencia de que el lenguaje está vivo, que tiene espesura y está ahí para que nos sirvamos de él. Por ejemplo, cuando Benna le cuenta a Gerard en una de las tantas charlas intimistas que mantienen a lo largo de la novela y le dice: “Recuerdo que una vez escuché a mi madre decirle (a mi hermano): “Louis, no juegues con tus genitales”, y yo pensé que genitales era la misma palabra que gentiles… y eso me dejó completamente desconcertada respecto a quiénes debían ser nuestros compañeros de juego”. Mientras cuenta una historia, Moore descoloca al lector en el mejor de los sentidos, obligándolo a mantenerse despierto y lúcido, porque nunca se sabe por dónde va a venir la dentellada. “Yo hice de retardado en la obra de mi padre”, dice Gerard otra vez en medio de un diálogo anodino. O: “La última vez que hablé con mi padre me dijo que finalmente quería circuncidarse y hacerse quitar todas las muelas”.
“No es que yo me siente a escribir una historia divertida. Todas y cada una de las cosas que yo me siento a escribir, se supone, son tristes. Pero también creo que el humor es un consuelo para las personas. Entonces la historia sigue siendo triste, pero el humor la completa, la hace verdadera, la convierte en parte de la vida”, declaró Lorrie Moore. En 1985, un año antes de Anagramas Lorrie Moore publicó su primer libro de cuentos, Self Help (“Autoayuda”), en el que parodiaba los manuales de autoayuda, que en los ochenta eran furor. Y lo hizo con tal profundidad en su sarcasmo que eso se convirtió en su sello y a ella, en la joven promesa de la literatura norteamericana. Moore nunca se hizo cargo y desde entonces solo publica cuando cree que vale la pena, mientras evita las apariciones públicas. Siguieron Like Life (1990) Quién se hará cargo del hospital de ranas (1994); Pájaros de América (1998); Al pie de la escalera 2009; y Bark (Gracias por la compañía, 2014).
Es cierto lo que dice Moore, que en su literatura hay tristeza. “Mi vida, lo que he vivido hasta ahora, se desmorona desde el mismísimo centro y los pedazos se alejan flotando hasta una mínima distancia y se quedan allí, aserrados, desunidos, muertos”, dice Benna. Pero Moore nunca le suelta la mano al lector cuando está por caer. Y en medio de lo triste, está lo disparatado, lo dislocado: “El corazón me duele, se expande y se pliega sobre sí mismo como un omelette”.
Hay una de las partes de la novela que se titula: “Cuerdas demasiado cortas para ser usadas”. Y podría aplicarse al lenguaje. Además de contar una historia, Moore parece ser consciente todo el tiempo de los límites del lenguaje ergo, de las limitaciones humanas. El lenguaje queda corto, como esas remeras que la madre trata de ponerle al adolescente que estiró. “El misterio involucrado en el acto de crear una narración está adherido a los misterios de la vida misma y a su creación: el hecho de que existamos; que haya algo en lugar de nada”, escribe en su imprescindible libro de ensayos A ver qué se puede hacer, (2018) editado a fin del año pasado por Eterna Cadencia.
El estilo de Lorrie Moorre es reconocible a kilómetros de distancia. Su prosa suena como mil violines. Pero por sobre todo, apropiándonos de sus palabras, leerla permite eso: que haya algo, en lugar de nada.
Que al menos por un rato podamos aferrarnos a esta vida antes de desaparecer.