1. Sos una asquerosidad. El tipo me dice esto en un alemán muy elocuente ni bien bajo del subte en la estación berlinesa de Gneisenaustraße, justo cuando me paro unos segundos en el andén para chequear en los carteles cuál es la salida que da a la calle de mi terapeuta de voz. Lo miro y veo que cambia la mirada y disimula el insulto haciendo que habla por su celular o continuando la llamada que efectivamente estaba manteniendo al insultarme. Dudo de mí misma y de mi intuición. No será la primera vez. Ojalá sí la última. Camino unos metros como si nada hubiera pasado y me doy vuelta para chequear otra vez al tipo y veo que sí, que efectivamente me hace gestos desagradables a la distancia desde el andén. Pienso: machito, a quién le ganaste. Y se me ocurre volver para sacarle una foto. ¿Por qué? Todavía me lo pregunto. La idea detrás es medio confusa: por un lado, registrar los momentos chotos y no solo los lindos de mi transición. Por otro, ver en qué modo ritual y meditativo puedo usar la foto para restaurar la belleza en mi vida. ¿Podré ser tan estúpida? ¿Existe un modo de restaurar la belleza en mi vida? ¿De dónde sale esa idea de que mi vida no es lo suficientemente bella? Ah, tal vez de que me digan sos una asquerosidad por la calle. Bien, el asunto es que el sujeto se sienta en el banco del andén y se cubre el rostro cuando le saco la foto. Se levanta, intenta cortarme la retirada. Por si todavía quedaban dudas me repite que soy un asco cuatro o cinco veces; me agarra del pulóver, me ordena borrar la foto. Me lo saco de encima, me tira una patada. Pienso si habrá llegado el momento de usar Systema, el arte marcial ruso que aprendí un par de años. No hace falta: una señora se conmueve y se pone entre el agresor y yo. Ya estamos en la salida de la estación de subte. El tipo se pone una capucha para que no lo reconozcan y le dice de un modo muy hiriente a ella refiriéndose a mí que no sabe por que él (yo) le saqué la foto. Y que él (yo) la tiene que borrar. Yo le digo que soy ella y él se ríe groseramente. Le digo que no me puede insultar y que tampoco tiene derecho a dirigirme la palabra si ni siquiera me conoce. Esto último lo balbuceo: es muy difícil ser precisa en alemán en una situación tan adrenalínica mientras el tipo sigue tirando manotazos. Pero igual él capta la idea. Estoy vestida con una pollera negra y un pulóver negro, tengo mi pelo atado y ni una gota de maquillaje. Pienso en lo curioso que es que en lugares cuir aprueben este look o esta falta de look. Que en esos lugares quizá molesta cuando me pongo rimmel... Pero en el subte mejor estar hipermaquillada y ponerme una pollera de flores estampadas. Por alguna razón me siento más protegida: es como que si estos machistas heteronormativos sintieran culpa en algún rincón de su ser por querer pegarle en público a una mariquita. ¡¿Estás segura?! La verdad que no. La verdad que para nada, pero la situación es tan desesperante que esta ráfaga de pensamientos sin cerrar me atraviesa. Siento que no correspondo a ningún lugar, que... bla. Interrumpo este hilo de ideas porque tengo que ocuparme de cosas mucho más importantes. Por ejemplo de que este energúmeno no le pegue a la señora en su afán de embocarme a mí. Accedo a borrar la foto y ella le dice para que se calme que se va a cerciorar de que esto sea así. Él por un momento se queda a distancia, pero justo cuando estoy por borrar la foto aparece a destiempo un amigo del él (otro encapuchado) y me pone en la cara un tubo de gas pimienta. Borrala de una vez, me dice amenazante y redundante, a punto de apretar el botón y rociarme los ojos. La borro de una vez, la mujer certifica, y los dos muchachones me dejan en paz y se van a apurar a un tipo que estaba filmando todo. Ella me dice andate ya y yo me voy corriendo. Llego a mi terapeuta de voz temblando. Y ella me dice, me ordena: Lea, vamos a hacer ejercicios de respiración para que bajes y después te vas a denunciar esto. Acá a dos cuadras está la policía. Vas y les das la foto. Es cierto: tengo una copia en el apartado de fotos borradas de mi celular. Entro a la estación policial y le digo al tipo de la recepción qué es lo que me pasó. Él me responde: ah, ¿usted dice que por ser así la quisieron agredir? Exacto, le respondo como para resumir. A los minutos baja una mujer policía a tomarme la declaración. Extrañamente me dice antes que nada: ¡quiero que me cuentes todo de tu transición! ¿¡Cómo es tu tratamiento!? ¿Tomás hormonas? Empiezo a lagrimear y le digo que no estoy para eso ahora. Que básicamente ni siquiera quiero que le hagan algo al tipo que me atacó. O a los tipos que me atacaron. Que nada más quiero que sepan lo que pasa en las calles, que si no nos cuidan un día nos van a partir un palo en la cabeza al bajar del subte por gay, lesbiana, trans, no binarie. O por bajar del subte... Ok, me dice, tomándome más en serio. Y empieza a transcribir mi relato. Cuando terminamos, me acompaña hasta la puerta y me dice que me van a citar de nuevo y que trate de ir porque si no estas cosas nunca tienen consecuencias. Me quedo pensando en el asunto. Obviamente llego tarde a ver a Karsten, mi otro terapeuta. Le cuento todo mientras estoy en camino y él se las arregla para verme unos minutos aunque ya estoy sobre la hora de terapia posterior. Lindo verlo a Karsten. Me ayuda. Después le cuento a Pau, a Florchu, a Dafnita y a Anaïs por whatsapp. Anaïs me llama enseguida. Le vuelvo a contar todo llorando y me dice que nos veamos. Le cuento a mi examante al Telegram. Un error... ¿Quiero volver a verla? ¿De verdad? Al menos me dijo algo del estilo ¿En serio? ¿Eso te pasó? ¿Qué mierda tiene la gente en la cabeza? Ok, no estuvo tan mal... Respirá. Cenamos con Anaïs y Sonia en Casolare, una pizzería de Kreuzberg. Me permito romper mi dieta vegana. Tener amigas tan buenas me hace pensar que realmente no soy un asco, que fue un mal día... O una mala tarde, porque la noche está siendo linda. Sonia nos saca una foto muy bella a Anaïs y a mí: ella me señala con el pie y sonríe bajo la hermosa luz amarillenta del Admiralbrücke mientras yo pongo cara de asombro.
2. Me convocan a una comisaría para una identificación. Me dicen
que me quede tranquila, que no voy a ver a nadie, solo voy a ver fotos. Le
cuento a Dafnita, que quisiera acompañarme pero justo no puede esa
semana. Me pide que la llame antes y después, que le vaya contando cómo
voy. Llego en el momento indicado y me anuncian que la máquina de
proyectar fotos está rota. Sí, estas cosas también pasan en Alemania. Que
vuelva otro día. Que por favor vuelva, porque si no estos actos no tienen
consecuencias. Me quedo pensando en el asunto.
Voy otro día: veo fotos de unos cien tipos y no puedo identificar a nadie. Lo
que sí identifico -le cuento a Dafnita- es a muchos inmigrantes o refugiadxs
con el reflejo de la guerra en los ojos. Una guerra que acá refleja otra guerra.
Me hace pensar en que esa es la verdadera historia, lo que realmente está
ocurriendo en este país: me hace pensar en toda esa gente (¿millones?) que
tienen que escaparse y dejar atrás su casa, su familia, sus seres queridos...
Justo la comisaría queda enfrente del antiguo aeropuerto de Tempelhof en el
que ahora hay un albergue de refugiadxs. Como escribo esto meses después
de ocurrido el suceso, abro un paréntesis: pienso en si estxs refugiades -que
siguen viniendo para acá- podrán ingeniárselas para entrar igual a la Unión
Europea a pesar del cierre de fronteras por el coronavirus. Pienso en que se
podrían contagiar tranquilamente mientras esperan. Lxs veo varadxs a la
intemperie en un cruce de caminos. Tal vez me gustaría rezar por ellxs, pero
yo no rezo. Lo que hago es pensar en la escena que aparece en mi mente y
enviarles luz blanca con la conciencia, como rayitos de sol. Ojalá sirva para
algo. Ojalá encontrara una instancia de acción real para pasarles la luz en
forma real.
Hablando de luz real: pienso en mi amigo Cristian que justamente trabajó en
el albergue de refugiadxs de Tempelhof. Seguro que esa experiencia fue una
divisoria de aguas para él: hoy vive en Jordania. Cristian es un gran amigo y
un gran artista. Justo estuvo en Berlín unos días y se tuvo que volver rajando
a Amán porque cerraban las fronteras. Así que me quedé con las ganas de ir
a su lectura. Pero él es tan amoroso que alcanzó a mandarme por correo
(correo real) dos hermosas ediciones de sus últimos proyectos musicales
que me acompañan en esta casi cuarentena.
Recuerdo a una exnovia que también trabajó en ese lugar y me contó que
tuvo una historia con un refugiado. Pienso en mi Venus en Piscis. En ese
elemento agua que hace que mi entrega sea "incondicional" (según mi carta
astral calculada en Los Arcanos) y que me conecte con el medio ambiente en
forma primordial a través de mis sentimientos. Agua: ternura, emoción, poco
borde, poco límite. Simbiosis. Cuando lea esto, Florchu dirá: ahí va Lea,
ahora arranca de vuelta...
Sí, lo digo abiertamente: en un punto soy mi exnovia y sé que potencialmente
estoy enamorada de sus amores. Por eso mismo me pareció obvio el otro día
que una amiga se confundiera y me llamara con el nombre de mi examante.
Me encantó... ¿Será que me podré enamorar de los amores de ella? ¿Será
que así estaremos cerca de nuevo?