Tal vez la mayor debilidad de una serie como Califato sea la de llegar en un momento --sucedía antes del coronavirus, incluso-- en que el mundo ha olvidado las andanzas del Estado Islámico de Irak y de Siria (EI en castellano, ISIS en inglés, Dahesh para los propios árabes). Los videos con degüellos dejaron de circular, las noticias sobre grupos enteros de mujeres sojuzgadas y esclavizadas dejaron de publicarse, los atentados en capitales europeas dejaron de cometerse, las voladuras de joyas de la civilización dejaron de producirse y, sobre todo, el Califato de Irak y Siria cayó ante el avance de las tropas de Occidente. EI desapareció de nuestras vidas, aunque según se dice y como sucede con ciertas células del organismo, está tratando de reagruparse para volver a la carga. Producida en Suecia y hablada en buena medida en el idioma de Bergman, Califato echa luz sobre EI desde varios flancos, aspirando a una globalidad que es la del fenómeno mismo.
Por un lado hay una pobre mujer turca que en algún momento decidió casarse con un miembro de la organización, por otro el planeamiento del derribo de un avión sobre Suecia, y además hay una mujer policía que investiga esta última posibilidad, contra reloj, y un insospechable docente en tren de reclutar, en la propia Suecia, seguidoras que estén dispuestas a ir a entrenarse a los campos de Irak y Siria. Todo esto parecería ocurrir --aunque no hay especificaciones temporales, seguramente para no envejecer la trama-- antes de la guerra en Siria, entre las tropas irregulares de EI y las regulares del ejército oficial, ambos bandos con sus sostenes internacionales. Tanto cambió el mundo desde ese entonces que no sólo el califato dejó de existir, sino que los presidentes Trump y Putin, enemigos en el campo de batalla, se “amigaron” poco después de la asunción del primero de ellos. Por lo cual Califato aconseja ser vista como una serie que narra un episodio histórico.
Pervin se entera, en Siria, de que su marido, miembro de EI, está al tanto de los planes para cometer un atentado sobre los cielos suecos. A través de la presidenta de una asociación de ayuda internacional se pone en contacto con Fatima, miembro de la policía sueca de origen musulmán, quien vía celular le ofrece a Pervin (que tiene una niña de meses, además de un marido que cada tanto la castiga) rescatarla de Siria y llevarla a Occidente… a cambio de hacerle previamente de espía en la ciudad de Al Raqa, sobre los planes antedichos. Al mismo tiempo hay un docente llamado Ibrahim, que en un secundario del país nórdico conoce a dos estudiantes rebeldes, a quienes por otra parte el atractivo de Ibrahim (alto, morocho, guapo y educado) no les es ajeno. Musulmanas convencidas de que viven “en el país más racista del mundo”, Sulle y Kerima son presas fáciles para ponerlas en contacto con una mujer dos veces viuda, que dice “gozar” con el hecho de haber tenido dos maridos mártires. Y hay, por último, dos jóvenes blancos dispuestos a convertirse en mártires, para alcanzar la yanna, el Paraíso musulmán. Todo se entreteje, con Ibrahim participando del atentado desde Suecia y haciéndole de instructor militar a los dos suecos conversos.
En Califato está todo lo que uno puede imaginar sobre el tema. El odio a los “cruzados” de Occidente allá en Medio Oriente, el culto del martirologio, los combatientes gritando “¡Allahu Akbar!” con el fusil alzado, las mujeres obligadas a cubrirse el rostro con el chador (y obligadas también a soportar el castigo de sus maridos en silencio), el atentado internacional, los jóvenes musulmanes captados en Europa para la causa árabe y los jóvenes blancos que se anotan en ella por una vaga rebeldía, los militantes insospechados, cultos, con roce y dominio de idiomas. Si está todo lo que uno puede imaginar quiere decir que se trata de una serie lo suficientemente abarcativa, y también que no ilumina zonas nuevas. Incluso la situación en el hogar de Sulle, hija de padres de origen musulmán, pero no religiosos y liberales (kadir, para los creyentes), ha sido tratada en algunas ficciones.
Narrada desde un punto de vista occidental (es un tema en el que no hay términos medios, se lo narra de un lado o desde el otro), reaparecen en Califato algunos tropos del cine y la novela de espías. La manipulación de la agente que usa y retiene a la informante atrapada, aun con peligro de muerte, no difiere demasiado de lo que Cary Grant hace con Ingrid Bergman con Tuyo es mi corazón. Para no salir de Hitchcock, en Saboteur (1942) el jefe del círculo de espías era un señor de guante blanco, plenamente integrado a su cultura de origen, tal como el Ibrahim de Califato. Como suele suceder en el cine estadounidense, si bien hay partes habladas en árabe, mayormente se habla en sueco, seguramente para evitarle al público local las molestias de la traducción. Incluso marido y mujer, sirio y turca respectivamente, lo hacen en ese idioma aun en sus escenas más íntimas.