A principios de la década de los 70, comenzaba el uso de los respiradores en los hospitales en tiempos en que la estructura asistencial estaba en pañales en Buenos Aires. Yo trabajaba, por entonces, en el centro especializado más importante del momento llamado Centro de Rehabilitación Respiratoria María Ferrer, creado unos años antes de urgencia durante la epidemia de poliomielitis, y donde aún vivían sobrevivientes con los primitivos pulmotores. Sí, es el actual Hospital María Ferrer, el mismo que se intentó en años pasados cerrar, reducir o trasladar.
Una tarde, como médico interno, responsable de la internación, salí a la vereda a ver a un paciente joven, derivado en ambulancia. No pude internarlo pues no teníamos capacidad, por falta de camas disponibles. Su padre, indignado, amenazó, comprensiblemente, con agredirme. Pero no fue esa desesperación de un padre la agresión mayor. Esa la sentí después y siempre por haber dicho ese día, de alguna manera: “¡Este no!”
Nunca me olvidé de ese momento. Decir sí o no, por entonces, nos ocurría con frecuencia por la escasa disponibilidad de respiradores.
Ahora, casi cincuenta años después, a pesar de los avances del conocimiento, el desarrollo y la tecnología, veo y escucho absorto a médicos de España e Italia contar que hacen esto a diario: elegir por edad a quién ventilar o no; o peor aún, por expectativa de vida, dejarlos en su casa, con analgésicos potentes a morir en soledad, sin la atención necesaria y despidiéndose por teléfono de sus seres queridos.
¿Qué ha pasado en este mundo, injusto, desigual y criminal? ¿Por qué han empleado políticas que ahora queda muy claro que son políticas que matan? Vivo a diario con temor de que la pandemia nos llegue con esa infectividad tremenda y que tengamos que pasar por ese límite maldito, por esa disyuntiva tremenda de decir: sí o no. De decir: Este sí, este no.
Veo cómo, con denodados esfuerzos, nos preparamos para lo peor, tratando de aumentar las camas y los respiradores disponibles de la denostada Salud Pública, para enfrentar la adversidad que se avecina.
Para los que a diario dicen "este sí, este no", les serán recuerdos imborrables por el resto de su vida, que no se irán con aplausos. Porque existe más allá de eso la necesidad urgente de reconocer que desfinanciar la Salud Pública es criminal. Como lo es reducir la importancia de un Ministerio de Salud; disminuir su presupuesto y número de camas disponibles y escuchar cómo la responsable de la mayor provincia argentina, en la última campaña electoral, afirmar con impudicia “no abriré nuevos hospitales”, a pesar de que estaban casi terminados.
Como dice la canción latinoamérica: “… No podían comprar la lluvia ni el sol, ni el viento o el calor” pero sí podían comprar lo necesario para esos hospitales donde en los próximos días a muchos se les tenga que decir no.
Gobernantes: Nunca Más se debe desproteger a la salud pública. Nunca Más.
Médico Neumonólogo, M.N.33418