Esta pandemia es una guerra con un enemigo invisible. Los médicos sufren el mismo stress que teníamos nosotros en Malvinas”, reflexiona Carlos Petruzzi. Quien lo dice es un ex combatiente que encontró la salida al calvario del conflicto bélico con su ingreso a la facultad de medicina y una carrera como jugador en las ligas del interior. “Tato” Petruzzi fue arquero de las inferiores de Central pero tras su paso por Malvinas en 1982 al club de Arroyito no volvió. Hoy es médico neonatólogo en el Hospital Eva Perón y su actual desempeño en el nosocomio, con la emergencia sanitaria nacional, le recuerda a los días en que la última dictadura cívico militar tuvo el delirio de ir a la guerra con Gran Bretaña. “Ver a los médicos como se estresan por este momento que vivimos, cuando los trasladan de un lugar para otro, genera la sensación de que nos preparamos para lo peor. La diferencia es que en Malvinas nosotros conocíamos al enemigo y sabíamos dónde estaba”, apunta como analogía el ex camillero del Regimiento 25.

Petruzzi llegó de Monte Maíz en 1980 a la ciudad para jugar en las divisiones inferiores de Central. El servicio militar obligatorio lo sacó del club y el azar de la burocracia administrativa lo llevó bien lejos. “Empecé la colimba en 1982, me incorporé en febrero. Me toca ir a Colonia Sarmiento (Chubut). Yo era de Córdoba, me vine a jugar en el 80 a Central y terminé la escuela en el Normal 3 (una placa lo recuerda como alumno). En esa época todo el que era de Rosario podía hacer la colimba en el Batallón 121. Yo hice el cambio de domicilio a Granadero Baigorria, donde tenía familiares. Pero en el Registro Civil nunca hicieron esa modificación y por eso me voy al sur”, repasa Petruzzi. “Llegué los primeros días de febrero a Colonia Sarmiento y el 2 de abril a Malvinas. El mío era el Regimiento de Infantería 25 que fue el primer regimiento en llegar, los otros eran infantes. Una parte del regimiento participa en la recuperación de las Malvinas y cuando yo llego ya se había izado la bandera argentina”.

De custodiar los tres palos del arco, en pocos días a “Tato” le dieron la responsabilidad de defender la Patria en un conflicto bélico, sin preparación, mínima instrucción y la inconsciencia de la juventud como motivación. “Yo llegué a Malvinas con un mes de instrucción militar y un mes de cuartel. Llegué como soldado camillero. En la última semana de marzo nosotros dejamos de hacer las actividades que hacíamos y quedamos a la espera de ‘algo’ que iba a suceder. No sabíamos de qué se trataba. Nos dieron unos bolsones e instrumentos de cocina y yo quedé con el sector de Sanidad como chofer. Porque el primer día preguntaron quién sabía conducir. Yo por no decir que no dije que sí, sabía manejar el auto de mi papá y ahí me destinaron al puesto de chofer en el sector de Sanidad. Conducía los Unimog. El 1 de abril nos subieron en camiones y nos fuimos a Comodoro Rivadavia y ahí nos informan que íbamos a recuperar las islas y que en la madrugada íbamos a salir. En ese primer momento te aparece la idea de que íbamos a una guerra. Porque nosotros en realidad íbamos a un lugar que estaba ocupado por otros. No íbamos a ser maniobras militares ni íbamos a custodiar nada. Nos llevaban al conflicto”, recuerda.

Arquero en ligas del interior.

“Lo primero que pensé –continúa Petruzzi sin necesidad de ser interpelado—es en algunos compañeros que iban a estar en una situación difícil, en el combate, y en la familia. En ese momento te aferras a algunas cosas. Nosotros somos de una generación que había pasado por la comunión, la confirmación, había toda una impronta religiosa y te aferras a eso, a rezar. El impacto era que iba a estar en una situación de vida o muerte. Nosotros fuimos en un avión Boeing y ahí mismo nos dicen que íbamos al combate, que nos debíamos preparar. En ese momento te preguntas si estás preparado, qué hacer con el (fusil) Fal, si eran suficientes las instrucciones que me dieron”, evoca.

La situación de batalla, planteada en términos de “vida o muerte” encuentra hoy a Tato, en su condición de neonatólogo, destinando horas de descanso a prepararse para el pico de enfermos que se espera en el país por el coronavirus. La emergencia sanitaria, para los médicos, es una pelea por la vida. Como lo fue Malvinas. “En la guerra uno tiene identificado el enemigo, estás esperando verlo, y hoy estamos en una situación donde estamos ante un enemigo muy virulento y que uno no lo ve. Con la pandemia se nos presenta la vida o la muerte. En Malvinas era camillero, iba a rescatar soldados, son situaciones que se te van mezclando. Acá como sociedad estamos expuestos en esta guerra”, reflexiona el ex arquero de Central. “Yo quería estudiar farmacia, sabía que en el fútbol era muy difícil llegar y si no jugabas en Primera con 20 años ya no tenías más oportunidades, ahora es muy diferente. Pero creo que inconscientemente algo pasó en mí después de ser camillero en Malvinas y cuando volví quise estudiar medicina”, admite.

Su carrera como futbolista continuó como arquero en clubes de las ligas del interior. “Con lo que ganaba me pagué los estudios. Esas dos cosas me salvaron, porque después de Malvinas las pesadillas eran frecuentes, me levantaba alterado”, destaca Petruzzi para luego volver al recuerdo del conflicto. “Nosotros estábamos como mirando al sur, a Puerto Argentino, en un campamento en una carpa. Yo estaba en la Compañía de Servicio, en el sector de Sanidad. Después nos instalamos en un galpón que pertenecía a un habitante de Malvinas. Ahí estuvimos hasta fines de abril, cuando llegó el momento de trasladarnos a las posiciones. Nos destinaron a la zona del aeropuerto, donde se pensaba que podía haber un desembarco inglés. Hicimos un pozo y nos instalamos en las trincheras. Yo lo compartía con otro soldado camillero que es de Esquel y un cabo primero que era enfermero. Allí permanecí hasta junio, cuando subí a un barco inglés y volví prisionero de guerra el 19 de junio a Puerto Madryn. En la zona del aeropuerto no tuvimos combates cuerpo a cuerpo porque los ingleses avanzaban desde el otro lado de la isla. El primer ataque en la zona que estábamos fue el 1 de mayo y a partir de ahí no dejamos de tener ataques, sobre todo los aéreos, que eran nocturnos, y los navales”.

Ante cada explosión, Petruzzi debía estar atento a un llamado de emergencia para rescatar compañeros. Identificado con la cruz roja, cargando de elementos elementales para una emergencia –“sabíamos lo mínimo indispensable para actuar en estos casos”, acepta--, un fusil que nunca disparó y una camilla, su labor era correr y auxiliar, sin contemplar riesgos. “Por esas cosas del destino no tuvimos heridos de muerte. A pesar de que los bombardeos fueron muchísimos y permanentes no tuvimos heridos graves ni de muerte. Luego de un bombardeo aéreo o naval nosotros debíamos estar pendientes para salir al rescate de los heridos. En la madrugada del 4 de mayo recibimos una llamada para ir a una operación de rescate, porque teóricamente había caído una bomba de un avión sobre la posición de dos soldados. En plena madrugada salimos en diferentes grupos, buscamos y llegamos al lugar. Fue el primer contacto que tuve sobre lo que produce una bomba arrojada por un avión. Te hace un cráter de un diámetro de diez metros por cinco metros de profundidad. Supuestamente había caído en la posición de los soldados pero no encontramos nada. Esperábamos encontrar lo peor. Cuando ya se había dado por finalizada la operación de rescate se escuchó una voz bajo tierra. Estos dos soldados estaban prácticamente sepultados. Ahí empezó la operación y fueron rescatados vivos. Yo siempre pensé que esos soldados habían vuelto a nacer el 4 de mayo. Y el año pasado uno de ellos fue a ver al Papa para recuperar una Virgen de Luján que se habían llevado los ingleses. Fue ahí que me enteré quiénes eran los que rescatamos porque nunca supe sus nombres. Esa fue una de las situaciones más impactantes. Esa Virgen de Lujan la tenía un cura que se paseaba por todas las posiciones y se sacaba fotos con los soldados junto a la imagen. Hasta hizo un libro, creo, pero a la Virgen se la llevaron los ingleses al finalizar la guerra. Ahora se recuperó, fue devuelta al Papa y volvió al país”.

Las bombas no mataron a todos pero generan un daño psicológico que deja marcados a los soldados. Al día de hoy lo recuerda Petruzzi: “Nosotros vivíamos una situación de stress ante cada bombardeo. El aéreo es simple, muy traumático y duro, pero dura segundos. La situación comienza desde el momento que empezás a escuchar el zumbido del avión sabiendo que va a caer la bomba, y te puede tocar como no. Pero el bombardeo naval te va socavando porque dura unos 30 minutos y escuchar que vienen las bombas y no sabés nunca donde va a caer, te encontrás adentro de en un pozo y si te asomas para ver tenés todo el riesgo de que te peguen las esquirlas, es muy enloquecedor”.

Las consecuencias de aquella experiencia se extendieron en el tiempo.

“Yo tuve mucho tiempo pesadillas y tenía mucha culpa por volver con vida, sano. La culpa te persigue siempre. Yo encontré contención en la familia, en los estudios y el deporte. Rendí para estudiar medicina, creía que no iba a entrar con el examen que hice. Entré e hice la carrea entre 1983 y 1989. En seis años la terminé. Yo hice un mal examen de ingreso pero al final ingresamos todos los que veníamos de Malvinas. Mirá si se hace un examen de ingreso lo injusto que sería. Yo no hubiese tenido la oportunidad. La educación iguala, eso es lo que hay que defender y es lo que deben defender las nuevas generaciones”, rescata.

“La vuelta a casa fue el 19 de junio a Madryn, de ahí a Colonia Sarmiento, donde estuvimos una semana, hasta volver a casa. Tuve licencia por 15 días y después tuve que volver al Regimiento hasta mediados de agosto, que me dieron la baja. De Central no me llamaron nunca más. En 1984 volví a jugar en las ligas del interior para pagar mis estudios, hasta que me retiró en 1989. Entendí que el fútbol de Primera es para muy pocos, la mayoría no llega. Volví a Central como ex combatiente, siempre nos abrieron las puertas, fue quizá el primer club que se acordó de nosotros. Porque hubo un tiempo que era muy difícil hablar de Malvinas. No se podía. No éramos bien visto. Por eso es importante comprometerse, participar y defender las instituciones”, repasa Tato después de dejar atrás una larga jornada de trabajo en el Eva Perón. “Pero cada uno que fue a Malvinas –agrega con determinación-- vivió algo diferente. Todavía cuando nos juntamos con compañeros ex combatientes aparecen historias nuevas, que no se habían contado. Siempre hay algo más por contar porque nunca contás todo. Y las historias de Malvinas te conmueven”, concluye.